CARLOS ABRAHAM; EL ARQUEOLOGO DE LA LITERATURA FANTÁSTICA ARGENTINA Y LATINOAMERICANA



Carlos Enrique Abraham es un investigador fuera de serie que va más allá de lo imaginable para poder rescatar documentos perdidos, olvidados o rechazados que hacen parte de la literatura argentina. Asimismo, encara y desafía a los literatos tradicionales con hipótesis atrevidas.El 27 y 28 de septiembre de 2018, estará dictando una conferencia magistral en el tercer encuentro de ciencia ficción y literatura fantástica de Bolivia, que se realizará en Cochabamba.

Entrevistamos a Carlos Abraham: Su libro “La literatura Fantástica en el siglo XIX” es una auténtica salvajada.

Fuente: Anoticiarte
“Una auténtica salvajada”. Así definió Juan Sasturain el libro de Carlos Abraham, “La literatura Fantástica en el siglo XIX” que en más de 700 páginas, cristaliza un trabajo de investigación inigualable que rescata, del inexplicable olvido, la cuna decimonónica de nuestra literatura fantástica.

Ignorada por la academia, nuestra literatura fantástica ha tenido un riquísimo origen en el siglo XIX, que por desidia o ignorancia, ha estado sepultada en el olvido, hasta que Carlos Abraham, como un verdadero arqueólogo de nuestra cultura, le quitó el polvo, la clasificó y la devolvió a la luz, lo que le llevó más de quince años de infatigable investigación por todo el país.
El trabajo de Carlos Abraham es un aporte importante a la cultura argentina, porque retoma el legado de Ricardo Rojas y “ensancha – como dice Sasturian – el corpus literario y agranda en forma sustantiva el repertorio conocido de las ficciones producidas por la cultura argentina durante un largo siglo”

Dueño de un extenso curriculum como autor y docente, el licenciado en letras Carlos Abraham vive en la ciudad de La Plata y allí, amablemente, nos recibió para esta entrevista exclusiva:

Ya, desde las primeras páginas de tu libro, asombra el enorme trabajo de investigación que representa. ¿Qué tiempo te llevó y cómo lo organizaste?
Me llevó bastante tiempo, porque yo comencé a interesarme en el tema de la literatura fantástica del Siglo XIX, en el año 2.000 cuando encontré, en una librería de usados, un libro titulado “En el siglo XXX” de Eduardo de Ezcurra, escrito en 1891. Es una utopía futurista, donde realiza una sátira, mostrando de una manera alegórica, lo que serían los defectos de su tiempo, pero magnificados debido a su perduración en ese futuro. Me propuse rastrear información sobre ese libro y no existía en la  “Historia De La Literatura Argentina” de Ricardo Rojas ni tampoco en la de Rafael Arrieta y en todas las que se escribieron, no había nada sobre Eduardo de Ezcurra. Me di cuenta que había una laguna muy grande en nuestros estudios literarios y que había que hacer algo, y bueno, si nadie lo hacía tiene que hacerlo uno y comencé a investigar, a recorrer bibliotecas, librerías anticuarias y a charlar con gente que se había especializado en literatura del siglo XIX y descubrí que tampoco conocían sobre el tema. También recorrí hemerotecas y ciertos archivos que tenían colecciones de revistas y periódicos antiguos. Me encontré con el fenómeno que, buena parte de nuestra literatura decimonónica, no fue publicada en formato de libro sino en formato hemerográfico.

¿Es decir que buena parte de nuestra literatura estaba dormida en archivos de diarios y revistas?
Sí y en boletines de diversas asociaciones. Si uno se pone a leer lo publicado en nuestro país en 1820, uno encuentra un par de tratados jurídicos y nada más. Todo lo que serían las polémicas de la época, las poesías del momento, tanto en el plano político como social y cultural, circulaba todo a través de los periódicos y revistas. Casi toda nuestra literatura del Siglo XIX y una parte del Siglo XX no está explorada, a excepción de algunas cosas muy particulares como la revista “Sur” o el diario “La Nación” pero el resto de ese material es ignoto.
Mucho se habrá perdido definitivamente, ¿no?
Obviamente. Incluso hubo que hacer muchos esfuerzos, por ejemplo, existió un diario llamado “El Nacional” que apareció entre 1852 y 1854, que fue uno de los principales diarios argentinos y que no está completo en ninguna hemeroteca; yo tuve que hacer un “zapping” entre distintas hemerotecas, encontrando ejemplares en una, y otros en otra, y fue una muy larga búsqueda.

Un esfuerzo enorme que está plasmado en este ensayo, extraordinario libro “La literatura Fantástica en el siglo XIX”  con más de 700 páginas, y en los 4 tomos de “Cuentos fantásticos argentinos del siglo XIX” posteriores que también te pertenecen.
Cristalizó en una primera edición del libro, que es del 2013, que apareció en España, luego una segunda edición ampliada del 2015 que es esta de Ciccus y un complemento son los 4 tomos de la misma editorial, porque mucha gente que había leído “La literatura Fantástica en el siglo XIX”  me preguntaba donde conseguir el material y es un material que para un público no especializado es inconseguible, esa antología de cuatro tomos, representó, entonces, un panorama de la literatura fantástica breve del período. Por supuesto que hay novelas  que, por su extensión, han quedado afuera, pero si el destino me lo permite, trataré de hacer rescate y ediciones críticas de ese material.

Es muy meritorio también, el que que no te hayas quedado buscando solamente en las ciudades de Buenos Aires y La Plata, sino que  extendiste tu investigación por el país y has dado con diarios y revistas que apenas alcanzaron un solo número y de otros que no llegaron siquiera al número uno.
Vivimos en un país que es el octavo del mundo en cuanto a extensión, entonces, no tenía sentido quedarse con lo editado en Buenos Aires o en la más reciente Ciudad de La Plata, había que explorar que se había escrito en el interior del país. Pude hallar “utopías” mendocinas, textos escritos en Córdoba también; de hecho, los primeros textos fantásticos del Siglo XVIII de nuestro país fueron escritos en Córdoba y perduran en formato de manuscrito. Partió de la comprensión de que nuestro país es mucho más que una sola ciudad, que había veneros muy interesantes, aunque la cantidad de material del interior del país sea mucho menor que el de la propia Buenos Aires, sin embargo existe y al existir es necesario historiar.

¿Qué cantidad de obras, de escritos fantásticos, llevas recopilados?
Aproximadamente, del siglo XIX, estaríamos hablando de unas 300 obras, entre libros y textos dispersos en publicaciones periódicas. Obviamente que en el siglo XX y en el siglo XXI esa cantidad se multiplica; en mi biblioteca personal tengo aproximadamente 2.000 libros argentinos de ciencia ficción, fantásticos, terror y otros géneros, sin contar lo aparecido en diarios y revistas, de modo que hubo un gran aumento del género.

Es notable también, apreciar en tu libro como la literatura fantástica fue, mediante la sátira o la utopía, usada como instrumento para hacer política.
Los escritores del Siglo XIX no eran escritores profesionales puros como en estos días, sino que solían tener otros oficios, como la abogacía o la política y los intelectuales, también participaban de los movimientos políticos de la época y es por eso que introducían en sus ficciones, en sus relatos, una gran cantidad de meditaciones, opiniones o sátiras,  de temas políticos y sociales.

¿Alberdi, por ejemplo?
Sí, un ejemplo es Alberdi, otros es  Sarmiento, que escribió un relato fantástico llamado “La Pirámide” y otro ejemplo es Eduardo Ezcurra. Una gran cantidad de estos autores incluyeron material político a sus obras porque el campo literario en esos tiempos no era autónomo, como lo fue tras el surgimiento de las “vanguardias” con las cuales comienza a tenerse la noción del arte por el arte, del arte independizado del resto de la sociedad, sino que era un arte que intervenía políticamente y en el campo de la literatura fantástica, uno puede encontrar textos en contra o a favor del gobierno de turno o textos que trascienden la política inmediata, como para opinar sobre el futuro del país a largo plazo y que, más allá de las banderas políticas, se especulaba de cómo sería en doscientos, o trescientos e incluso mil años.

De los muchos autores que reseñas en tu libro, me llama la atención la obra literaria de Holmberg y como, siendo él un hombre de ciencia, trataba de refutar lo que él mismo había planteado como fantasía.
Holmberg fue un auténtico precursor en nuestro país; un hombre que tiene una obra bastante más amplia de lo que generalmente se conoce, con el paso de los años he ido descubriendo textos que él publicaba con seudónimos. Fue un científico que surgió en una época en que la ciencia y el arte no guardaban una separación tan taxativa como en la actualidad, sino que un científico, en su tesis doctoral, podía citar a poetas y usar un lenguaje pletórico en adjetivos. Holmberg escribe en un período de transición y buena parte de su obra ensayística está compuesta por libros de viaje, porque era una época en que gran parte del país era ignoto todavía y no había habido expediciones que permitiesen conocerlo, entonces quien quería conocer algo de cómo era Misiones, la Patagonia o Formosa, debía recurrir a esta literatura de viajes. Homberg hizo muchas expediciones, una de las primeras a La Patagonia, en 1862 con apenas 20 años y escribió una gran cantidad de estos libros de viaje, donde combina el rigor científico con mucha poesía en la descripción de paisajes y en las transcripciones de las leyendas indígenas, porque había muchas tribus con las que él compartía fogones y tenía una especie de cosmovisión, donde el hombre de letras no estaba del todo aislado y quizás por eso, es que después pudo comenzar la redacción de esos textos de Protociencia ficción, que tanto lo caracteriza y que ciertamente es eso; la combinación del arte literario con temáticas científicas.

¿Vos crees que Borges conoció este material o él leyó hasta Lugones y no mucho más atrás?
Estoy casi seguro que lo desconocía, Borges jamás menciona a Holmberg, ni tampoco a Gorriti. Él tenía un dominio fuerte de lo que sería el género fantástico del siglo XIX, pero de Europa y de Estados Unidos y de autores de una parte del siglo XX, porque hay un momento, a partir de que se queda ciego, a mediados de los años 50, en que su contacto con la literatura más nueva se reduce mucho. No he encontrado huellas en su obra de ningún autor argentino del siglo XIX. Contrariamente, si en el caso de Bioy Casares; hay un libro de él que se llama “Plan de evasión” que tiene muchos puntos de contacto con un libro de Miguel Cané llamado “Las armonías de la luz”, que es un cuento que Cané publicó en 1867 y que fue reimpreso en Argentina en el año 1944 por Editorial Sopena, en una recopilación de la obra de Miguel Cané. Unos años después aparece el libro de Bioy Casares que muestra la huella de Cané. En ese caso sí, se puede hablar de un conocimiento de ese texto, pero en el caso de Borges no.

En tu libro registras al menos 10 recursos literarios, que los diferentes autores utilizaban para que los lectores no pensaran mal de él, para que se disociara la fantasía literaria, del pensamiento íntimo del autor. Un temor que hoy parece ridículo.
No, hoy sigue pasando; cuando yo cursaba la carrera de letras, había una chica que escribía cuentos fantásticos y el profesor aludía de forma burlona a eso, como diciendo que era una persona extravagante, siendo que en las clases se veía a Borges, a Cortázar y a  otros autores que abrevaban en el género Fantástico. E incluso hoy en día, lamentablemente también en ámbitos de personas ilustradas, existe cierto prejuicio con respecto a eso y el mismo hecho de que, porque alguien escriba sobre una temática poco usual o insólita, se piensa que esa persona tiene una naturaleza mental desquiciada, algo tan absurdo como decir que Shakespeare era un asesino porque aparecían muchos asesinatos en sus obras.

¿Cuál es la razón por la cual, el género fantástico no tuvo mayor resonancia en nuestra cartelera teatral?
El público prefería ver comedias y no tanto tragedias y las obras de tesis comienzan a ser populares a partir de Ibsen. Antes de eso el género teatral dominante en nuestro país era la zarzuela, que tenía muchos elementos musicales y toda esta preferencia era una gran limitación para que el género de lo Insólito pudiera figurar en los teatros. Luego, la literatura de lo Insólito se cristaliza en dos corrientes: una sería el Teatro Gótico, que proviene tanto de adaptaciones de las novelas góticas inglesas como del dramón truculento italiano y del francés – en caso del francés del Gran Guiñol – y, por otro lado, las comedias de magia, donde aparecían hechiceros, brujas y artificios escénicos que permitían que un personaje desapareciese, o que luego de una explosión de humo apareciese un monstruo en lugar del personaje en sí. Luego hay un gran vacío durante la época del rosismo, donde hay un notable empobrecimiento de nuestra producción teatral hasta 1860 en que, de una forma paulatina, comienza una expansión de nuestro teatro, a partir de compañías españolas de zarzuela que llegan al país y van desarrollando sus obras. Paralelamente a esto, surge lo que se ha dado en llamar el auténtico teatro nacional, con los Podestá y otros empresarios de la época, pero lamentablemente no adoptan el género fantástico ni terrorífico, sino que optan por motivos gauchescos y costumbristas. Se trata de una historia muy llena de detenciones y desvíos la de uestro teatro durante el siglo XIX y no tuvo una continuidad, como si la tuvo la novelística y especialmente la cuentista, que es el género más populoso de la época.

Me llamó la atención también, lo que mencionas en tu libro, respecto a que los autores del siglo XIX no se leían entre ellos; que eran más asiduos lectores de obras escritas en el extranjero que de obras de sus contemporáneos. ¿Por qué sucedía esto?
Así es, hay que tener en cuenta que las ediciones eran pequeñas, capaz que un autor publicaba un libro y lo repartía entre sus amigos o lo vendía en dos o tres librerías y al poco tiempo ya se volvían inconseguibles esos ejemplares y es algo que de alguna forma pasa hoy también; los autores que publican en ediciones de autor, a los pocos años, se vuelven libros casi inconseguibles y se repite el mismo destino que en el siglo XIX con este tipo de obras.  Y algo similar sucede con la producción literaria de nuestras provincias; recorriendo el país me he encontrado en librerías de usados y en bibliotecas, con obras de la literatura fantástica de autores locales,  pero que no son conocidos fuera de su provincia, porque son ediciones de autor o ediciones pequeñas y no alcanza a salir de la provincia nada de ese material. En Mendoza, por ejemplo, hay unas 20 obras del género que jamás las he visto en Buenos Aires y algunas hasta son difíciles de hallar también en Mendoza.

¿Lo académico, entonces, no fue más allá de Holmberg y Gorriti?
No fue más allá de Holmberg y Gorriti, salvo el caso de Antonio Pagés Larraya, discípulo de Ricardo Rojas, que hizo cierto relevamiento del género fantástico que yo menciono, pero que no fue un relevamiento demasiado sistemático, sino que simplemente buscaba mostrar cómo era el ambiente en el cual se movía Holmberg, cita algunas obras de algunos autores y fue copiado y plagiado por una enorme cantidad de ensayistas posteriores y nunca reconocieron que se lo debían al trabajo de Antonio Pagés Larraya y el suyo, es un trabajo sobre Holmberg que dedica apenas cinco páginas al resto de los autores del siglo XIX, pero quiero mencionarlo como un interesante antecedente.


Carlos Abraham es autor de más de 20 títulos; cuando muchos otros creen que investigar es recorrer páginas web de dudosa veracidad, Abraham hace un trabajo de pesquisa y constatación impresionante, pero no se queda ahí, luego asume con total solvencia la tarea de poner en valor todo ese material, ponerlo en palabras y si la labor de investigar es monumental, no es menos el trabajo posterior de llevarlo a imprenta. Su ensayo, “La literatura Fantástica en el siglo XIX” y los cuatro tomos posteriores de “Cuentos fantásticos argentinos del siglo XIX” resultan imprescindibles en las bibliotecas de todos los amantes de la literatura fantástica y de todos los profesionales de la las letras.

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