Freddy Zarate*
La visión futurista de una sociedad utópica o distópica es un tema que ha
perseguido insistentemente a filósofos, novelistas y ensayistas de todas las
épocas y contextos. Se puede mencionar por ejemplo, la República de Platón; la
Utopía de Tomás Moro; Una utopía moderna de H. G. Wells; Nosotros de Evgueni
Zamiátin; Un mundo feliz de Aldous Huxley; 1984 de George Orwell, entre otros.
Este género narrativo también fue cultivado en Bolivia, tal es el caso del
escritor Julio Aquiles Munguía Escalante (1907-1983), quien después de
ausentarse por varios años en Estados Unidos y Europa retornó a la ciudad de La
Paz en de la década del treinta. A la postre, publicó la curiosa novela
intitulada Kori-Marka, que lleva el sugestivo subtítulo La novela de Tiawanaku
(Imprenta Artística, La Paz, 1936).
El relato tiene como protagonista principal a Chuqui-Wayna (joven de oro),
quien sale de su comunidad denominada Kori-Marka (ciudad de oro) para dirigirse
a la población de Tiwanaku, en donde logra conseguir un puesto de trabajo como
ayudante de excavación. Terminada la faena arqueológica, Chuqui-Wayna ruega
acompañar a la comitiva que debe retornar a la ciudad de Nueva York con todos
los objetos hallados.
Tras varios años de residencia en Norteamérica, Chuqui-Wayna empezó a rememorar
las palabras de su viejo amigo Wari (sabio de su comunidad) acerca de los
fabulosos tesoros escondidos por los incas; estos recuerdos de infancia hacen
que retroceda unos diez mil años, logrando visualizar la ciudad de Tiwanaku en
todo su esplendor. Tras una apurada meditación decide retornar a Bolivia para
emprender la búsqueda de la soñada fortuna. La expedición fue financiada por un
comerciante estadounidense llamado Albert Pickwood; se empezó la expedición con
un alto grado de incertidumbre que fue bautizada con el nombre The Kori-Marka
Exploration Company. Después de una extensa búsqueda empezaron a llegar al
campamento las primeras muestras de láminas y estatuillas de oro. Al ingresar
en la profundidad de una grieta descubrieron el anhelado templo de oro en donde
el metal precioso reverberaba entre el moho y el lodo. Los seis intensos meses
de búsqueda dieron ganancias exorbitantes que ascendían a trescientos millones
de dólares en oro, de los cuales correspondía a Chuqui-Wayna cien millones y
una pequeña cantidad al Estado boliviano. Al retornar a Norteamérica, la prensa
neoyorquina le otorgó los calificativos de “Rey del Oro” y “el último
descendiente de los incas”. Este reconocimiento le significó que las academias,
las instituciones científicas, los círculos intelectuales y las universidades
le otorgaran plácidamente títulos honoríficos, “sin haber visto un solo libro
ni por el forro, era doctor honoris causa”.
En este punto de la novela, el escritor Julio Aquiles Munguía hace un corte
para dar un salto futurista: “Es el año de 1950. Han transcurrido quince años
desde el encumbramiento de Chuqui-Wayna”. El autor avizora los cambios
drásticos que sufriría la ciudad de Nueva York en corto tiempo: “Es una ciudad
estupenda que la de tres lustros atrás (…). De todos los rincones del orbe
llegan caravanas de peregrinos ávidos de conocer sus fantásticos adelantos (…).
Es la ciudad maravillosa, la campeona ante la cual se inclina el mundo”. En ese
tiempo se vislumbra un hacinamiento de altísimos cuerpos prismáticos moteados
que llegan a la increíble altura de doscientos pisos sobre el nivel de la
tierra y cuyas cúspides agudas se desvanecen entre las nubes; estas figuras
darían una mirada fantasmagórica de la ciudad, en cuyos precipicios
artificiales se esparciría la humanidad cual insignificantes hormigas.
A decir de Julio Aquiles Munguía, la arquitectura de esa época estaría
encarnada en cada edificio que sobrepasaría toda fantasía: “Se eleva hacia el
cielo en forma escalonada o piramidal, son verdaderas ciudadelas poliédricas
donde viven miles de habitantes que no tienen la necesidad de salir sus límites
porque disponen de todas las comodidades”. Estas ciudadelas tendrían
plataformas de aterrizaje en donde se encuentran los aéreo-vehículos. Con
respecto al tráfico aéreo, el autor señala que esta se encontraría reglamentada
y controlada por torres en forma de conos invertidos que llevarían sirenas
potentes con diferentes sonidos cuyo fin estaría enfocado en regular el tráfico
aéreo con matemática exactitud. Esto se ve reflejado –escribe Munguía– en la
vida cotidiana que se ha reducido al aire: “Hasta las calles y las avenidas son
aéreas, que están conformadas por elevados puentes que cruzan las vías públicas
y traspasan los edificios, formando una enmarañada red por donde transitan millones
de peatones”. A pesar de esta locura por el dominio aéreo, las arterias de la
superficie terrestre no desmerecerían la intensidad del nutrido tráfico que las
caracteriza. Los vehículos más utilizados en esta esfera urbana serían los
tranvías verticales y los automotrices subterráneos que atravesando túneles,
puentes y calles aéreas llevarían cargamentos de masas humanas de un lado a
otro de la descomunal ciudad con una velocidad asombrosa.
La modernidad futurista que vislumbra Munguía esta encarnada por los enormes
rascacielos, pero sobresale la Universal Station, que es “un hermosísimo y
gigantesco palacio ultramoderno de forma cilíndrica, en cuyos contornos más
elevados se enroscan varias pistas superpuestas de aterrizaje donde descienden
los aéro-vehículos que llegan de todos los rincones del planeta”. En las
plantas bajas y los subterráneos de la Universal Station saldrían y llegarían
centenares de trenes cada cinco minutos, estos serían arrastrados por
velocísimas y bruñidas locomotoras que tendrían la forma de dirigibles y
proyectiles que diariamente lograrían transportar millones de personas; esta
explosión demográfica, en palabras de Munguía sería “un verdadero hormiguero
humano”.
Otro aspecto llamativo que concibe Julio Aquiles Munguía se encuentra en la
abolición de la Ley seca, esta disposición legal dio como resultado un
creciente libertinaje en grado superlativo: “En los teatros, en los cabarets,
en las danzas, en la indumentaria femenina, se redujo a túnicas multicolores de
finísimas sedas transparentes, ceñidas sobre los cuerpos completamente
desnudos, dejando percibir sus cuerpos atractivos”. Los hombres vestirían
trajes bordados cuya ropa interior sería bastante corta y ajustada mostrando
una fornida perfección de sus atléticos miembros. Este aspecto sería el
principal incentivo visual para las mujeres de esa avanzada época.
La estética corporal del hombre moderno “está en alza, la belleza espiritual
por los suelos”, dice Munguía. Los bailes estarían encarnados por la
extravagancia y sensualidad: “Uno de los más inofensivos es el Dog’s Trot, en
donde imitan el acoplamiento de los canes”. Curiosamente, en la actualidad este
tipo de baile se hizo popular dentro de la juventud, que lleva el nombre del
“perreo”, que llega hacer una imitación de los movimientos del coito en la
postura del perro.
El escritor Julio Aquiles Munguía tras esta descripción de los avances
tecnológicos, pone en escena a Mr. Andino Gold desembarcando en la Universal
Station en una de las naves aéreas transcontinentales; este potentado y
celebérrimo personaje no es otro que Chuqui-Wayna, cuyo nombre fue sajonizado
desde que obtuvo la categoría de “Rey del Oro”. La ostentosa vida llena de
riqueza y fama llegó a saturar el espíritu de Mr. Andino, la cual planificó una
descabellada idea que consistía en construir una ciudad parecida a Kori-Marka.
Para este cometido, contrató arquitectos y artistas que llevaron a cabo una de
las más sonadas excentricidades en la ciudad de Nueva York. Al cabo de un año,
concluyeron la monumental obra denominada la Golden City o la Ciudad de Oro,
que es pintada por el autor como una gigantesca metrópoli caracterizada por su
suntuosidad; cuya finalidad radicaría en promover la exhibición del placer en
todas sus manifestaciones. Para lo cual, Mr. Andino ideó realizar la “Feria del
Placer”, en donde se revelaría al mundo todo lo que el hombre y la mujer
inventaron para deleitarse sexualmente. Enseguida, Mr. Andino convocó al primer
Concurso Mundial de Belleza y esparció a los cuatro vientos la noticia de la
inauguración de la Golden City y la “Feria Mundial del Placer”.
El autor narra algunos pormenores de la noche del inició de la Feria del
Placer: “Se encendieron millares de reflectores y luces multicolores (…), se
escuchaba un ruido ensordecedor que se confundía con el murmullo de los
millones de espectadores diseminados alrededor de la Golden City”.
Una vez abiertos todos los pabellones o templos –llama la atención dice el
autor– el Templo Venus que en la puerta de ingreso se encuentra custodiada por
dos eunucos: “En su interior se exhibe una valiosísima colección de
reproducciones en mármol blanco de todas las Venus. Se encuentran allí la
afrodita de Milo, de Médici (…). Junto a cada estatua se hallan mujeres
bellísimas y perfectas con sus níveos cuerpos desnudos (…). La estancia respira
excitantes y deleitosos perfumes. Una música célica incita a adorar la belleza
con un misticismo pagano”. El autor describe distintos templos, todos cargados
de lujuria y placer, tanto así que “el visitante que ingrese sale
atiborradísimo de sabiduría erótica”. También se encuentra el extravagante
templo dedicado al culto de Satanás, “donde se llevan a cabo saturnales,
aquelarres, misas negras, otras tantas ceremonias en honor a los demonios”. Los
excesos de la carne descritos por Julio Aquiles Munguía, son calificados como
la “demonélica ciudad donde se halla condensada toda la vida moderna, con su
séquito de ciencias, artes y política, y todo cuanto significa avance,
inteligencia y músculo”.
En el epilogo de la novela, Munguía nos muestra un desenlace apocalíptico a
consecuencia de la apropiación del tesoro maldito de Kori-Marka: “La Golden
City arde… Semeja un infierno dirigido por Astarté, Belial y Asmodeo”. La
destrucción de la ciudad neoyorkina sería producto de unas bombas que hundirían
los altísimos edificios como si se tratara de torres de papel. La gente que
momentos antes se divertía en la “Feria del Placer” lanza gritos espantosos y
corre aterrorizada.
El escritor Julio Aquiles Munguía con la novela Kori-Marka logró fusionar una
fabulación entre una utopía y una distopía. Alcanzando en su narración una
cohesión entre la reconstrucción histórica-mítica de Tiwanaku; llegando a
concebir una visión futurista en donde el ser humano alcanzaría increíbles
logros tecnológicos pero con un final espeluznante: Munguía, adelantándose a su
época, llegó augurar los adelantos tecnológicos y la degradación moral de una
futura sociedad de los años cincuenta, en este punto, le faltó al autor una
mirada más amplia al siglo XX. Pero, no hay duda de que esta narración es
peculiar en las letras bolivianas por la temática abordada. En la actualidad,
el libro y el autor merecen una relectura o redescubrimiento –en tiempos en que
la ciencia y tecnología avanzan a pasos agigantados– en donde muchos pasajes de
la novela Kori-Marka no son nada exóticas para la actual generación del siglo
XXI.
Literato
*Fuente:
http://www.opinion.com.bo/opinion/suplemento.php?a=2019&md=0310&id=16109&s=3