Por: Mauricio Murillo
Muchos autores nos han dicho que solo hay tres temas sobre los cuales se escribe siempre. El número, como los temas, varía, pero es un lugar común decir que ya todo está contado y que cada libro nunca es original. Entre las breves listas aparece casi siempre el tema de la guerra o de la violencia. Esa recurrencia del daño está escrita desde las epopeyas de Homero hasta la novela que quieran elegir que se haya publicado este 2015. La búsqueda de originalidad en la literatura por lo general cae en el territorio de lo artificial (en mal sentido) y de lo forzado. Si bien las vanguardias buscaron romper con lo que les antecedía, lo hicieron también desde un interés sobre todo en la obra que se producía. Las rupturas fuertes, por lo general son producto de un trabajo y de una concepción complejos.
Pese a esto, si revisamos la historia de la literatura podemos ver que un gran porcentaje, una mayoría absoluta, de los libros que marcaron una época, que no se han dejado de leer o que, en todo caso, han producido lecturas, críticas y diálogos, no son los que instauran una fractura. Debido a esto es que, por buscar escrituras nuevas o audaces, muchas veces el lector se extravía de lo que de verdad importa en un libro. Creo que lo mismo pasa con algunos autores, buscar ser distinto, diferenciarse de lo hecho, a veces lo lleva a construir experimentos enrevesados que no nos dicen nada o que, por otro lado, nos aburren.
En este mismo tenor, pasa algo parecido cuando lo que le interesa a un autor es mostrar un lugar específico de un planeta, marcar una localía forzada dentro de la escritura. Con riesgo de sonar redundante y repetitivo, pasa algo parecido con un lector que le reclama a un libro que represente el lugar de nacimiento del autor, los problemas políticos y la mirada autóctona (tal vez exagero con esta palabra). Así como la búsqueda siempre fracasada de originalidad, el anteponer un lugar del planeta antes que la narración le quita mucho a una obra. Esto no quiere decir que un libro no pueda estar en comunión directa o diálogo con territorios específicos, y que al hacerlo diga mucho de ese lugar. Hay muchas novelas o cuentos que no funcionarían sin relacionarlo con el referente urbano al que se apegan (se me ocurren dos ejemplos: “Ifigenia, el zorzal y la muerte”, cuento de Óscar Cerruto, y “La muerte y la brújula”, de Jorge Luis Borges). El acto contrario, el de alejarse deliberadamente de un espacio local y propio por una búsqueda de exotismo y diferencia, produciría un resultado semejante. Evitando sonar afectado (y tal vez sin poder lograrlo), los buenos libros que leemos están por encima de la posibilidad de descubrir lo nuevo y fundarlo, y de lo apegado o alejado que se encuentra la trama (ya que hablamos de textos narrativos) del lugar al que la escritora o el escritor pertenecen, o del que vienen o del que huyen.
Sospecho que esas dos actitudes se evitan de manera favorable en la novela El hombre, de Álvaro Pérez, y partiendo de eso, ya se puede decir que es que es un libro altamente recomendable. Basta una primera lectura para reconocer que la novela de Pérez no intenta mostrarse como una novedad ni se obliga a retratar (o a alejarse) de la coyuntura de su autor. Es un libro sincero, claro, y eso lo hace por demás destacable.
En este sentido, habría que adelantar de una que se inserta en el género de Ciencia Ficción (CF). Escribir dentro de un género no es lo mismo que hacerlo “libremente”. Escribir dentro de un género exige respetar ciertos tópicos, seguir ciertas corrientes, no romper una lógica instaurada hace décadas. Escribir dentro de un género trae consecuencias. Al determinar y delimitar un horizonte como el de la CF, también de alguna manera se establece un pacto con el lector. Para los que les gusta ver extremos y decisiones terminantes, esto no hace ni mejor ni peor un libro, no tendría que ser ni malo ni bueno. Pero al hacerlo, les repito lo de inscribirse en un género, el autor adopta un camino ya recorrido, o mejor, ya delimitado. En relación a la CF, El hombre es un gran exponente de este tipo de novelas en Bolivia, de las mejores que se han escrito.
La novela se terminó de imprimir en 2013 (eso leemos en la edición realizada por el Grupo Editorial Kipus), pero empezó a llegar a las librerías en 2014; tal vez es algo arbitrario de mi parte, pero me parece que ese es el año en el que habría que pensar su aparición (habría que destacar la publicación, también en 2014, de Iris, novela de CF de Edmundo Paz Soldán; un buen año para el género en nuestro país). La obra de Pérez, como buen exponente de CF, es política, pero no en la manera en que hemos venido entendiendo en nuestro país este término (asociado, por lo general, con ese burdo teatro de gente, por lo general, incompetente, que trata de detentar el poder y la plata), sino que es un libro que nos permite reflexionar sobre la violencia, sobre la guerra, sobre los delirios de poder y, del mismo modo, sobre la realidad (de una manera ontológica), sobre nuestra condición de seres humanos, sobre lo que tenemos seguro pero que no lo es.
Así es que una de las propuestas más interesantes de El hombre (que, por otro lado, es una discusión recurrente en la CF) es la presentación de las teorías de universos infinitos y, a la vez, de universos simulados. Eso nos enfrenta a las preguntas –como Pérez lo explicita en una entrevista publicada en el portal Amazing Stories (y realizada por Iván Prado Sejas)– de ¿qué tal si ahora vivimos en una realidad creada mediante ordenador? ¿Qué tal si fue así desde siempre? ¿Qué tal si mi idea de eternidad no representa más que un par de horas en un nivel superior? Acompañando estas reflexiones está la importancia de un mundo virtual (tal vez sería más adecuado utilizar el plural). El espacio de los video juegos es fundamental en la novela de Pérez. De este modo, podemos marcar también la complejidad y las posibilidades de la ficción en una época como la nuestra. Los video juegos son una de las instancias más interesantes y propositivas de los últimos años en cuanto narrativa y construcción de espacios ficcionales. Pérez parece saberlo, es por esto que las reflexiones sobre la realidad se hacen tanto más interesantes cuando las cotejamos con un mundo virtual tan presente como es el de los video juegos. Sin adelantarles mucho de la trama (ya que esto no es un resumen), es inevitable destacar que uno de los principales personajes del libro es un creador de video juegos, y que a partir de este producto se empieza a desarrollar una trama bélica y de espionaje que pone en crisis la vida del creador, pero también, y sobre todo, la vida de toda la humanidad.
Ya que he utilizado la palabra “teoría”, me parece que es necesario detenernos un momento en esto. La CF siempre ha funcionado a contrapelo de teorías comprobadas y que no lo fueron. Se basa en hipótesis, pero también ha revolucionado concepciones científicas y ha permitido avances. Mi conocimiento de la física cuántica, de la teoría de cuerdas y de lo universos infinitos (y su posibilidad) es más bien limitada, es por esto que no podría marcar los aciertos o errores de Pérez en su novela en relación a tales dominios científicos. Pienso, entonces, que justo eso es lo que nos atrae a los lectores comunes de la CF. Poder disfrutar de un mundo extraño y científico, con teorías complejas, poder leer sin parar algo que de verdad nos da curiosidad y nos confunde, pero dándonos pautas para no perdernos.
El año pasado (2014), también salió una película insertada en el género del que estamos hablando. Christopher Nolan, el de la trilogía de Batman, presentó Interestellar. Esta película es tal vez una de las más importantes del género en los últimos años. Recuerdo haber leído varias críticas que le reclamaban los desaciertos, errores o resbalones científicos. En ningún momento pensé, y sigo sin pensarlo, que esto era un desmedimiento. La ficción no demuestra nada. La ciencia es distinta que la literatura. La ficción permite partir de ella misma para demostrar, construir o negar, pero no es el fin, no es un manual y, por suerte, no es un producto perfecto. Justo nos habla del mundo y de nosotros, lo menos armonioso que hay. Dice Wikipedia que al principio Nolan estaba indeciso con la verdadera descripción de un agujero negro, ya que no sería visualmente comprensible para los espectadores. Ese es el trabajo del artista, poder instaurar una ficción que interpele al lector antes que se interpele a sí misma. Por eso Nolan es un gran director (las tres películas de Batman bastan y sobran para demostrarlo; por suerte hay otras), porque no busca demostrar nada ni serle fiel a raja tabla a lo que hay, sino porque crea algo que nos permite disfrutar y pensar.
He usado ya unas cuantas veces también otra palabra: disfrutar. Me parece que a veces olvidamos que leer es también disfrutar. Creo con convicción que la literatura es también, y con gran importancia, el disfrute que permite la lectura. Y no me refiero a una diversión burda o intrascendente, sino a un disfrute cargado de contradicciones, incomodidades y apelaciones que nos hacen ser parte de la experiencia de la literatura. El hombre también es una novela disfrutable, que nos devuelve el gusto por la lectura, una novela que aguanta varias relecturas y que nos deja mucho tiempo pensando en ella. De este libro se pueden sacar muchas lecturas.
Dos apuntes antes de terminar. El primero tiene que ver con el lenguaje que elabora Álvaro Pérez. Una de las cosas que me llamó la atención mientras avanzaba con la lectura es lo depurado de la escritura de Pérez. Hay un trabajo notable e importante sobre la escritura. Es fluida, bien confeccionada. Pérez sabe utilizar el lenguaje y se siente cómodo con él. En una época donde se publica mucho, es muy común encontrar libros de autores “nuevos” (lo digo entre comillas porque Álvaro Pérez ya había ganado el Franz Tamayo) que descuidan el lenguaje; cuesta leerlos, les falta mucha edición, nos distraen los errores. El otro apunte tiene que ver con que El hombre fue la novela ganador a de la séptima versión del Concurso Plurinacional de Novela Marcelo Quiroga Santa Cruz, un premio otorgado por el Gobierno Autónomo de Cochabamba. Es interesante pensar que en el país no solo uno es el premio que galardona novelas de autores bolivianos. Evitando caer en la esperanza hueca o en la mirada conciliadora, siempre es una buena noticia saber que no solo se lee desde un lugar y que no solo se puede publicar en un circuito definido. Para mí, El hombre es, hasta ahora, la novela más interesante de las que han ganado el Marcelo Quiroga Santa Cruz.
Fuente: Revista 88 Grados
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