Los pobladores de la comarca estaban aún temerosos. La mayoría de ellos se negaba, a salir de sus casas. Aún cuando el pavor que les había sobrecogido los días anteriores había sido grande, no se animaban a abandonar sus pertenencias en una fuga desordenada.
Los más valientes que se atrevieron a escalar la montaña pqra examinar la cercana serranía les habían asegurado que todo el peligro habia desaparecido, que el monstruo había sucumbido. Para mayor tranquilidad, aseguraban, se· había convertido en piedra.
Como lo que relataban más parecía fruto de la fantasía de los jóvenes, nadie quería dar crédito y temían que de ir hacia cualquier lugar en el altiplano podía aparecer el . engendro para atacarlos.
José Nina, el único sobreviviente del pueblito de Pasicollo, yacía todavía en la casa del jilakata. Su relato se repetía diez mil veces y todos los habitantes de Oruro que iban a escucharle retornaban aterrados a sus casas. Nadie dudaba de la impresión tan fuerte que había sufrido José Nina, porque para demostrarlo exhibía la parálisis del brazo y de la pierna izquierdos y, sobre todo, el ojo extraviado que no se podía cerrar, acompañando al otro ojo, cuando lloraba en el paroxismo de su desesperación.
El primer contacto con la abrumadora realidad la tuvieron los habitantes de Pasicollo al atardecer de un día de trabajo. Sintieron primero un retumbar lejano pero en el cielo no había nubes de lluvia sino los normales arboles del altiplano. La intensidad del ruido se fue acentuando, acompañandose de la aparición de grandes nubes de polvo que se hacían evidentes por el poniente.
Los hombres que volvían de los campos de labranza y del río se encontraron envueltos en una atmósfera caliente, azulada, y que se movía con vaivén, juntamente con los ruidos que se fueron percibiendo ya más claramente como un jadear de algún hocico gigantesco. De repente, un ruido de aspiración y todos 'los hombres' desaparecían succionados por unas fauces lubricadas por espesa y repugnante saliva.
Lo mismo sucedió con los pastores infantiles que conducían de regreso a sus rebaños. La succión era. tan colosal que las ovejas avanzaban revoloteando, junto con los pastorcillos, a perderse en obscuros abismos.
Cuando la increíble polvareda y el resoplar violado llegaron a Pasicollo, ninguno de los habitantes pudo salvarse pues fueron tomados de sorpresa.
Nunca antes jamás había ocurrido algo semejante en la pampa. Uno que otro que se había demorado en el cerro, con labios resecos, con sabor a tierra, y con acobardamiento de piernas, había podido observar lo que estaba sucediendo delante de su pueblo.
Entorpecidos por el temor, aquellos que se quedaron en el cerro continuaron mirando el avance de esa masa longilínea que se movía con dilataciones y contracturas ritmicas de su cuerpo. El remolino que se levantaba hacía presumir una longitud de un kilómetro por lo menos.
Cuando esta masa dejó libre a la región de Pasicollo, todos quedaron asombrados pues de aquel pueblo no había quedado nada, ni humano ni animal. Ni siquiera adobes que pudieran atestiguar que allí estuvo la comunidad más floreciente del altiplano.
La horrible materia en su contínua pero lenta progresión fue cubriendo algunos caseríos que, igualmente, fueron , desapareciendo por completo ..
La embestida inmisericorde tenía, sin embargo, una dirección definida. Parecía que iba en busca de Oruro.
Con la aparición de las primeras estrellas en el firmamento aún celeste, la devoradora masa palpitante empezó a perder su acompasado vaivén y fue lentamente buscando las corvadas espaldas de las colinas vecinas para hacer descansar su alargado vientre; y parecía que iba a empezar el prolongado sueño de la digestión.
El miedo es espolón para la huida. El miedo es estaca para la desesperación inerte. Es también acicate para actos alocados. Cuando se pierde por completo la esperanza de salvación, el hombre se arriesga para cotejar fuerzas con el adversario. Más que .la vida no se puede perder nada.
Cuatro o cinco valientes subieron a la cumbre del Luricancro para observar. Luz de luna que se reflejaba en las escamas del monstruo rondidor con un brillo especial que trazaba la silueta de la serranía. Había una amenaza mortal que salía del hocico de la bestia para llegar a alcanzar a los curiosos como un repugnante tufo de empacho, aún a kilómetros de distancia,
Piedras en el fajo; honda presta, en la mano; y resolución en las ojotas. Avanzaron en la altiplanicie, seguros qe sus proyectiles. Mientras toda la población de la comarca Uru-Uru vencía la obscuridad de la noche con imprecaciones y llanto, los elegidos por su valor y puntería se adelantaron al encuentro de la fiera.
Cabeza casi montaña, trozos enormes de carne leprosa, vertebrados, formaban el cuerpo. Filtrando fango de sus paredes. Pariendo hormigas negras por sus múltiples cloacas. Todo el pueblo sabía que éste engendro había salido del rencor externo del Señor de Wari.
De pronto, una bocaza se abrió en convulsionado bostezo, aspirando en un santiamén a toda la comunidad de Chiripugio. 'Era noche aún, pero los osados que continuaban aproximándose creyeron ver llamas en las fauces gigantescas. Parecía ser la saliva o los jugos gástricos que, con el sueño no tenían alimento con qué entretenerse.
No había duda, la bestia había despertado. El destino final de Oruro había llegado.
El suelo empezó a sacudirse como un tableteo de terremoto cuando el horrendo cuerpo inició unas fibrilaciones, lentas, como queriendo transmitir, en serie, los reflejos del movimiento ondulante de una a otra extremidad.
A cada momento surgía un alarido pavoroso, simultáneamente con cada bostezo de hambre, y un crujir espantoso de los seres que se estrellaban contra las hileras de filosos dientes.
Cuando el ámbito se llenaba de la fúnebre amenaza, con el atronador ruido que levantaba la masa confundida con la polvareda y que helaba el espíritu por la presencia de aquél negro y demente torbellino, de pronto, pareció surgir un résquicio en la bruma, entre la luz lunar y la estelar, para emerger un hondísimo silencio.
Fue una aparición misteriosa, tan inmaterial como el frío que congela la vertiente. Rápidamente fue tomando forma humana, con una faz severa y resplandeciente, con cabellos de luz que se extendían desde la cabeza y se ahondaban en el mismo suelo. Cuerpo de niña con pausados movimientos de madre que derramaban claridades. Era un preludio de la aurora o era la luz misma del día.
El monstruo pareció inflarse aún más, dominado por un siniestro 'terror ante aquel ser de luminosidad o para lanzarse en salto iracundo y sanguinario.
Aquella aparición levantó un dedo lentamente, era un fulgor que flotó sobre las sombras.eternas. Había llegado el momento en que el corvo pico del águila tiembla ante una pluma de paloma, en que la lava se torna blando pelaje y el dolor inmisericorde se hace sonrisa de niño.
Aumentó la luz como si en, el aire apareciera el brillo de siete trompetas y las nubes fueran las de siete ángeles. La bestia quedó paralizada y fue transformándose por la imperiosa presión de una fuerza sobrenatural. Cabeza ya parte de montaña; una sola roca, enorme, longilínea, el cuerpo. Sus paredes tan áridas que jamás producirían una flor. Se sintió áún casi por un minuto, el latir de una sangre densa hecha de cieno, corriendo por esa serpiente de piedra.
De la aparición de luz surgió, en dirección al monstruo un hálitogélido, como la mirada de la oveja que acaba de morir, que fue partiendo el cuerpo rocoso, aunque todavía caliente, en dos elongados fragmentos.
Cumplida su obra, la mujer protectora fue desvaneciéndose en los rayos del sol que iluminarían para siempre la comarca de Oruro.
REFERENCIA BIBLIOGRAFICA
- Gamarra, D. Alfonso (1989).La forma tridimensional del futuro. Oruro: Offset Alea Ltda.
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