EL MONSTRUO SE HIZO ROCA, de Alfonso Gamarra Durana




Los pobladores de la comarca estaban aún te­merosos. La mayoría de ellos se negaba, a salir de sus ca­sas. Aún cuando el pavor que les había sobrecogido los días anteriores había sido grande, no se animaban a aban­donar sus pertenencias en una fuga desordenada.

Los más valientes que se atrevieron a escalar la mon­taña pqra examinar la cercana serranía les habían asegura­do que todo el peligro habia desaparecido, que el monstruo había sucumbido. Para mayor tranquilidad, aseguraban, se· había convertido en piedra.

Como lo que relataban más parecía fruto de la fan­tasía de los jóvenes, nadie quería dar crédito y temían que de ir hacia cualquier lugar en el altiplano podía aparecer el . engendro para atacarlos.

José Nina, el único sobreviviente del pueblito de Pasicollo, yacía todavía en la casa del jilakata. Su relato se re­petía diez mil veces y todos los habitantes de Oruro que iban a escucharle retornaban aterrados a sus casas. Nadie dudaba de la impresión tan fuerte que había sufrido José Nina, porque para demostrarlo exhibía la parálisis del brazo y de la pierna izquierdos y, sobre todo, el ojo extraviado que no se podía cerrar, acompañando al otro ojo, cuando lloraba en el paroxismo de su desesperación.

El primer contacto con la abrumadora realidad la tuvie­ron los habitantes de Pasicollo al atardecer de un día de tra­bajo. Sintieron primero un retumbar lejano pero en el cielo no había nubes de lluvia sino los normales arboles del alti­plano. La intensidad del ruido se fue acentuando, acom­pañandose de la aparición de grandes nubes de polvo que se hacían evidentes por el poniente.

Los hombres que volvían de los campos de labranza y del río se encontraron envueltos en una atmósfera calien­te, azulada, y que se movía con vaivén, juntamente con los ruidos que se fueron percibiendo ya más claramente como un jadear de algún hocico gigantesco. De repente, un ruido de aspiración y todos 'los hombres' desaparecían succiona­dos por unas fauces lubricadas por espesa y repugnante sa­liva.

Lo mismo sucedió con los pastores infantiles que con­ducían de regreso a sus rebaños. La succión era. tan colo­sal que las ovejas avanzaban revoloteando, junto con los pastorcillos, a perderse en obscuros abismos.

Cuando la increíble polvareda y el resoplar violado llegaron a Pasicollo, ninguno de los habitantes pudo salvarse pues fueron tomados de sorpresa.

Nunca antes jamás había ocurrido algo semejante en la pampa. Uno que otro que se había demorado en el cerro, con labios resecos, con sabor a tierra, y con acobardamiento de piernas, había podido observar lo que estaba sucediendo delante de su pueblo.

Entorpecidos por el temor, aquellos que se quedaron en el cerro continuaron mirando el avance de esa masa longilínea que se movía con dilataciones y contracturas ritmicas de su cuerpo. El remolino que se levantaba hacía presumir una longitud de un kilómetro por lo menos.

Cuando esta masa dejó libre a la región de Pasicollo, todos quedaron asombrados pues de aquel pueblo no había quedado nada, ni humano ni animal. Ni siquiera adobes que pudieran atestiguar que allí estuvo la comunidad más floreciente del altiplano.

La horrible materia en su contínua pero lenta progre­sión fue cubriendo algunos caseríos que, igualmente, fueron , desapareciendo por completo ..

La embestida inmisericorde tenía, sin embargo, una dirección definida. Parecía que iba en busca de Oruro.

Con la aparición de las primeras estrellas en el firmamento aún celeste, la devoradora masa palpitante empezó a perder su acompasado vaivén y fue lentamente buscando las corvadas espaldas de las colinas vecinas para hacer descansar su alargado vientre; y parecía que iba a empezar el prolongado sueño de la digestión.

El miedo es espolón para la huida. El miedo es esta­ca para la desesperación inerte. Es también acicate para actos alocados. Cuando se pierde por completo la esperan­za de salvación, el hombre se arriesga para cotejar fuerzas con el adversario. Más que .la vida no se puede perder nada.

Cuatro o cinco valientes subieron a la cumbre del Lu­ricancro para observar. Luz de luna que se reflejaba en las escamas del monstruo rondidor con un brillo especial que trazaba la silueta de la serranía. Había una amenaza mortal que salía del hocico de la bestia para llegar a alcanzar a los curiosos como un repugnante tufo de empacho, aún a kiló­metros de distancia,

Piedras en el fajo; honda presta, en la mano; y resolu­ción en las ojotas. Avanzaron en la altiplanicie, seguros qe sus proyectiles. Mientras toda la población de la comarca Uru-Uru vencía la obscuridad de la noche con imprecacio­nes y llanto, los elegidos por su valor y puntería se adelantaron al encuentro de la fiera. 

Cabeza casi montaña, trozos enormes de carne lepro­sa, vertebrados, formaban el cuerpo. Filtrando fango de sus paredes. Pariendo hormigas negras por sus múltiples cloa­cas. Todo el pueblo sabía que éste engendro había salido del rencor externo del Señor de Wari.

De pronto, una bocaza se abrió en convulsionado bostezo, aspirando en un santiamén a toda la comunidad de Chiripugio. 'Era noche aún, pero los osados que continua­ban aproximándose creyeron ver llamas en las fauces gi­gantescas. Parecía ser la saliva o los jugos gástricos que, con el sueño no tenían alimento con qué entretenerse.

No había duda, la bestia había despertado. El desti­no final de Oruro había llegado.

El suelo empezó a sacudirse como un tableteo de te­rremoto cuando el horrendo cuerpo inició unas fibrilaciones, lentas, como queriendo transmitir, en serie, los reflejos del movimiento ondulante de una a otra extremidad.

A cada momento surgía un alarido pavoroso, simultá­neamente con cada bostezo de hambre, y un crujir espanto­so de los seres que se estrellaban contra las hileras de filo­sos dientes.

Cuando el ámbito se llenaba de la fúnebre amenaza, con el atronador ruido que levantaba la masa confundida con la polvareda y que helaba el espíritu por la presencia de aquél negro y demente torbellino, de pronto, pareció surgir un résquicio en la bruma, entre la luz lunar y la estelar, para emerger un hondísimo silencio.

Fue una aparición misteriosa, tan inmaterial como el frío que congela la vertiente. Rápidamente fue tomando for­ma humana, con una faz severa y resplandeciente, con ca­bellos de luz que se extendían desde la cabeza y se ahon­daban en el mismo suelo. Cuerpo de niña con pausados movimientos de madre que derramaban claridades. Era un preludio de la aurora o era la luz misma del día.

El monstruo pareció inflarse aún más, dominado por un siniestro 'terror ante aquel ser de luminosidad o para lan­zarse en salto iracundo y sanguinario.

Aquella aparición levantó un dedo lentamente, era un fulgor que flotó sobre las sombras.eternas. Había llegado el momento en que el corvo pico del águila tiembla ante una pluma de paloma, en que la lava se torna blando pelaje y el dolor inmisericorde se hace sonrisa de niño.

Aumentó la luz como si en, el aire apareciera el brillo de siete trompetas y las nubes fueran las de siete ángeles. La bestia quedó paralizada y fue transformándose por la im­periosa presión de una fuerza sobrenatural. Cabeza ya par­te de montaña; una sola roca, enorme, longilínea, el cuerpo. Sus paredes tan áridas que jamás producirían una flor. Se sintió áún casi por un minuto, el latir de una sangre densa hecha de cieno, corriendo por esa serpiente de piedra.

De la aparición de luz surgió, en dirección al mons­truo un hálitogélido, como la mirada de la oveja que acaba de morir, que fue partiendo el cuerpo rocoso, aunque toda­vía caliente, en dos elongados fragmentos.

Cumplida su obra, la mujer protectora fue desvaneciéndose en los rayos del sol que iluminarían para siempre la comarca de Oruro.


REFERENCIA BIBLIOGRAFICA

- Gamarra, D. Alfonso (1989).La forma tridimensional del futuro. Oruro: Offset Alea Ltda.

0 Comentario(s):

Publicar un comentario