SCHERZO DE LA GOTA DE AGUA.... de Luis E. Heredia

A Luis Heredia se le ocurrió escribir un cuento con algunos elementos de narrativa fantástica y surrealistas, nada más y nada  menos en 1927. Acá les presento el cuento:





SCHERZO DE LA GOTA DE AGUA....

De: Luis E. Heredia



ADAGIO

Era una noche de lluvia terca en el centro de la blanca ciudad y su geometría uniforme de sillares patricios. Cerca de la plaza "25 de Mayo" las calles recoletas parecían engrosar de luces desvaídas.

Avanzaban algunos pocos automóviles como pequeños monstruos submarinos: aplastados contra el asfalto sudoroso de lluvia.

Eran sus faros refractados en la tersa y húmeda piel de la calle, astillas de luz; como lúcidos cristales de agua, quebrados en repentinos calofríos eléctricos…

Un "tocadiscos proyectaba fontanas sonoras: intermitentes cataratas musicales que parecían rodar, de manera íntima y secreta, bajo los árboles ebrios de lluvia.

Y ésta me recordaba a París: llegué al ancho aeropuerto de Orly una noche igual, bajo una tibia y mansa lluvia que descendía, con idéntica humildad sobre la ancha y agazapada "Ciudad Luz".

Era el mismo fresco olor de agua y de hogares iluminados; con visillos bajos, de encajes amarillos que apenas alcanzaban a disimular los perfiles inmóviles de muchachas tristes...

Los charcos hormigueaban de goterones danzarines.

Era la danza ritual de la lluvia bajo los faroles esquineros.

Esa noche yo esperaba en la hora, abierta y alta, a una mujer en aquella esquina endurecida por la sombra.

Porque ella vendría hasta mi, desde siempre: con su miel secreta, su pequeño rostro de vestal, ardido de vergüenza; hurtando el breve rostro púdico y, sin embargo, transparente como su misma existencia sin velados rincones Y con algo de salina voluptuosidad. Como la serpiente acurrucada en su pecho...

Ella que empinaba, sobre la punta de sus morenos pies de danzarina ritual, su esbelta estatura de cirio ardido; de palmera iluminada.

Ella con sus muslos fríos que brillaban de juventud, casi todas las noches entre mis manos vegetales, con brillo líquido de escamas y madreperla...

Ella con su cuerpo bruno y su frío terco de piedras antiguas junto a las que me entregaba, como una ofrenda nocturna, sus formas endrinas como en un ara purificada por la luna.

Su cuerpo inerme y desvalido frente al ataque de mis mastines. Ella descendía hasta mí desde siempre: desde el alba con sus siete lunas encendidas...

Ella y sus pequeñas ofrendas junto a la: mayor, la de su cuerpo. Unas corbatas doradas y lucientes como peces o como paisajes azules de volcanes. Unos guantes de fino cuero aromado: "para tus manos de maquinista" como afirmaba. Un sweater color humo. Una jalea cristalina de fresas y rocío...

Siempre son algo entre sus manos a cambio de mis besos lentos y sabios sobre sus vértebras y el roce de la leve de la caricia precisa, sobre sus nervios conmovidos.

Nos veíamos en el mismo callejón blanqueado por todos los anocheceres: junto al templete y sus dormidas golondrinas, bajo las pesadas arquerías virreinales.

Venía por las noches desde más allá de los ríos detenidos, desde las nieves azul osas.

Bajaba como un navío cargado de nieblas y de vientos por el bravío torrente de mi sangre...

Y también había otras: una, la de los ojos como felinos suspen¬didos sobre mi frente culpable: cargados de reproches y preguntas si¬lenciosas, escrutando mi rostro como un mapa.

Esta: con sus labios apretados y sus ojos vigilantes, desconfiados: con los ídolos batidos y los rotos estandartes de su sexo y de su orgullo.

Ella caminando sin sandalias sobre las cenizas, junto a los cristales y las ortigas de la ira florecida.

¡Ella con su rosa matinal deshojada entre guitarras!...

Ella con el alba de su vientre frutecido y sus sienes de paloma. Encontraba con mis deseos renovados, siempre en la calle rota y su viento acostumbrado, encrespándole el vestido, en la calle de los árboles agobiados como alineados penitentes...

Venía, además, con el aullido largo del viento siguiéndole los pasos. Venía con sus ávidas manos calientes y sus ojos eléctricos, suspendidos sobre mi rostro como sobre el mapa de mis sensaciones y se iba llevándose retazos del salario ancho de mi alegría.

Y todavía había una más: la que bajaba al encuentro de mis deseos por una escala musical de tela de luna: con su cuerpo maduro y desnudo, con sus pezones negros y su boca como caliente granada madura...

Esta -la tercera- llena de olores vegetales, con sus sales cálidas y su lejano aroma de tranquila voluptuosidad: con sus nalgas redondas como frutos y su sexo, tibio y dulce, como pan de gozo...

Descendía también ella, con su boca sabor de agua... Ella: lumbre y río, fruta y hierro.

Ellas, todas ellas, con sus senos de manzana por las esquinas del miedo y de los grillos...

Venían todas, en fin, desde el alba con sus lunas encendidas... Por eso, con renovada pasión las esperaba noche a noche en las esquinas con árboles de humo desolado: podridas de tiempo y sonoras de viento y de gritos.

En aquellas en las que nunca falta la presencia morada del viejo Cristo navegando entre las piedras...

Viejas esquinas del mundo con su gran farol de navegante entre las brumas…

Yo las esperaba todas "las noches”: las de lluvia mansa en los tejados, las de invierno y su gran bandera en. la noche inmensa de párpados cerrados y su gran conspiración de los tejados.

ANDANTE

Así aquella noche, como otras muchas, esperaba a una mujer que tardaba en llegar. A esto; dobló la esquina, acompañado de su larga sombra, mi viejo compadre Don Segundino Cabrera: suspendido el cuello del grueso abrigo, casi flotantes al viento los cabellos patriarcales, canos...

El encuentro fue casi inevitable...

-¿Qué hace por aquí compadre? ¡Buenas Noches! ¡Gusto de encontrarlo!

-¡EI gusto es mío!

-¿Y Ud. qué tal compadre?

-Yo bien... Pero me atrevería a invitarlo a casa ahora mismo.

¡No es esta noche para permanecer fuera!...Ya lo estábamos extrañando... ¡Vamos a tomarnos un caliente ponchecito de buen vino cinteño!

Y así, poco más tarde, frente a dos vaporosas poncheras, junto a una antigua estufa de museo, hablamos de todo y de nada.

Afuera la lluvia desgranaba sobre los tejados blanqueados de cal, su vieja y eterna canción soporienta.

Y esa fue la noche en que Don Segundino me refiriera la extraña y fascinante historia del "Danzante Pampán" en las minas de Potosí y ese maligno "paraje" sonoro de la mina "Deseada"; entre las comunicaciones, hoy taqueadas entre los socabones: "San Antonio", "Bolívar" y "San Martín" en el profundo corazón del Cerro Rico.

-En aquellas minas de Potosí y su avernal oscuridad, trabajé primero de "kanchiri".- Comenzó...

-Recuerdo que ambulábamos hasta doce horas seguidas, en ese increíble afán noctámbulo, por los socavones donde sólo se oía el potente resuello del trabajo forzado y, a trechos, las voces de:

-AVE MARIA PURISIMA...

-¡SIN PECADO CONCEBIDA! ...

-Pero eso sí...Valga la oportunidad para recordar a mi maestro, un potosino de nombre Gerardo Romay. Ese si que era un gran señor minero. Una vez me hizo atravesar casi todo el Cerro, de parte a parte, utilizando únicamente atajos y "pasos" semitaqueados que sólo él conocía.

Así, en menos de 48 horas me hizo recorrer todo aquel laberinto de socavones semienterrados de los tiempos de la Colonia y de la Mita: desde "Muladera Grande", casi en la base del Sumac Orcko hasta "Cieneguillas" situada en el vértice sonoro, poblado de vientos, de su invicta cumbre bolivariana.

-Dos días y sus noches inacabables demandó aquella tremenda travesía. Recorrimos en pesadilla increíble un extraño mundo verde, de paisajes petrificados y sonidos enterrados

-Y hasta recuerdo que cierta vez el maestro Romay me soplara al oído : En el "Chaka Pampón" dicen que hay metal fino hasta para "carronear". Me lo han contado los "chivatos” de la segunda punta.

El "Chaka o Danzante Pampón" era un peligrosísimo paraje muy mentado, entonces, allá el año 1890; un poco antes del derrumbe total del 30.

-Dizque fuera trabajado por los propios azogueros españoles, para ser abandonado pese a la riqueza y alta ley de sus minerales y por constituir, ya ese tiempo,• un famoso "paraje" devorador de carne mitaya por sus "cargas" traicioneras, extraordinariamente deleznables.

-El "danzante", por otra parte, dicen era así llamado por los mineros potosinos en recuerdo de los danzarines de la Colonia que acompañaban ceremonias funerarias, adornados con grandes alas de plata suelta que, al danzar, producían un constante ruido metálico acompasado que contristaba el espíritu obstinado del minero.

FORTISIMO... CON BRIO

-Así, el famoso "Danzante" era un antro cavernoso y recóndito. Una cueva subterránea de increíble lobreguez y máxima opacidad...

Un "saloneo" vastísimo: abovedado y sonoro como una catedral enterrada...

En esta mazmorra -decían- eran empujados los mitayos envejecidos y, por tanto, inútiles para el tremendo laboreo de los socavones eternamente anochecidos.

Se trataba de una cueva ciclópea, una cripta inmensa; un abismo plutónico, sombrío y lóbrego. Una cavazón sumida en tiniebla espesa que se agitaba retumbando con isócrono estallido acústico al fragor de ese intermitente goterón de eternidades.

Había allí una gota monstruosa cuyo estruendo brutal se repetía; al estrellarse a través del nocturno embudo, en un inmenso tazón de piedra labrada por el agua acidosa; despertando formidables acordes tonales cada quince segundos...

Notas y ondas enterradas que detonaban con furioso estampido, como la bárbara sinfonía ejecutada por diabólicos organistas de aquella formidable caja de resonancia

Aquel infernal concierto abismal semejaba la torturante sonata que estremecía el alma de siniestros augurios.

A su conjuro enloquecedor, un extraño mundo de trasgos, duendes y silfos rojos parecían agitarse como si los ídolos del Estaño y de la Plata, entablaran estremecedores diálogos al fondo de la oscuridad geológica del Cerro Rico: como si éste se quejase del dolor prometeico que hería sus entrañas calientes, día y noche.

-Ese era el "Chaka Pampón", al que me guiara el maestro Romay en pos de vetas vírgenes en los dominios vibrantes y, sobre todo, amenazantes de Supay...

Aquella gota implacable conformaba, con su reiteración sísmica, la furiosa orquestación de la eternidad; el latido regular y acompasado de tiempo que señalaba, cada quince segundos, la presencia de la negra perennidad; entre el tronar de la gota y su asordante estridor el silencio era perfecto: tenso, absoluto y casi audible... Pero luego de la solemne pausa... ¡Otra vez! Se repetía aquella inalterable y desesperante relojería de Satán, retornando a torturamos con su inexorable y enorme onda acústica.

Así, los ecos de aquella catarata de sonido se despedazaban contra miles de aristas roqueras, bramando y gimiendo con extraños efectos de su musicalidad cósmica: rebotando sobre abismos fragorosos con su tic tac cardíaco, su murmurio imposible.

Ese era un trueno enterrado, un volcán aplastado por el peso de la montaña.

Su estridor hacía rechinar rocallas y piedras azufrosas en rara y unísona armonía: en una especie de antífona de Luzbel; era una aria satánica, en abisal overtura...

Era el coro horrísono; el formidable "Miserere" del Diálogo; el "staccato" dirigido propiamente Perla batuta del demonio. La pávida tocata del reino de la tiniebla!

Semejaba el funeral repique de cientos de campanas sumergidas en su enorme vibración enterrada.

Era el clavecín prodigioso de Lucifer y su bronco salmo nocturno, resonando permanentemente a través de galerías y cráteres que oficiaban de tubos acústicos para ensayar, día y noche, aquella satánica partitura cuyos arpegios mágicos, percutían en clamoreo cóncavo; en titánica algazara que concluía por reventar el cerebro.

¡Así por los siglos de los siglos, en la entraña caliente del Sumac Orko!

-Anduvimos mucho tiempo -prosiguió el relato de Don Segundino-, atraídos por el eco tremendo de aquella gota; inmersos en el plutónico "saloneo", apenas alumbrado por el haz débil del carburo.

-Sin embargo –añadió- en el rostro anguloso de mi maestro observé, como en una súbita revelación, funestos presagios: esos, roces de alas negras que suelen señalar las frentes de los predestinados.... '

-Y lo curioso del caso es que mucho tiempo después, me enteré de la trágica muerte de mi maestro Romay en el gigantesco desplome del "Chaca": allá por el año treinta, cuando este magnífico laborero se enriquecía precisamente con el inmejorable mineral del

"Danzante Pampón"... '

-Al maestro Romay lo mato el "Chaka"... Dicen que ese fantástico desplome de "cargas", como si todo el Cerro se hubiera venido abajo, cubrió al minero Romay y a sus peones indígenas en el mismo corazón del "Danzante"...

A Romay no lo sacaron nunca del paraje avernal. Está todavía abajo: de pie, cubierto quizá con un húmedo sudario de tierra mineralizada...

O tal vez ya momificado o mejor mineralizado. Escuchando para siempre, por toda la eternidad, ese feroz latido del tiempo que los mineros potosinos, desvelados por el "pijchu", escuchan todavía. Latido que, desde el paraje obstruído por toneladas de roca, está demarcando como siempre, por los “siglos de los siglos" la inconcebible magnitud del Tiempo.

¡Cada quince segundos!... Cuatro veces por minuto: los arpegios rechinantes, el ronco diapasón, el oleaje sonoro, la tempestad acústica....

Allá abajo, cerca del Infierno y su aullido indefinible: ¡ese chasquido igual, ese alarido secreto!

¡Lagrimón de Luzbel y su choque periódico de peñerías sordas! Sólo para la tumba del minero potosino Romay, sales y calcio, cristales y azufre en pleno proceso de mineralización; en eterno e implacable laboratorio secreto de las piedras, donde se transmutan la sangre y la linfa en ácidos y copagiras corrosivas; los músculos y los huesos: en granitos y casiterita.

y el grito se endurece para siempre... ¡Se petrifica! ...

¿Sólo para él no habrá paz ni la serenidad marmórea de la muerte en sus postreros equilibrios?.... Hasta la consumación de los siglos de los siglos.... ¡Amén! .



LUIS E. HEREDIA (/927)

Novelista. Cuentista, ensayista y sociólogo, con larga y relevante labor intelectual. Su estilo narrativo de alta dignidad expresiva está aliado a una descripción de acentos poéticos que han definido-uno de los estilos más distinguidos. Su vibrante narrativa palpita seductora en los tensos temas mineros de su libro de cuentos "Grito de Piedra". "Scherzo de la' gota de agua", cuento premiado en ]967 por la Universidad de San Francisco Xavier es una composición con un núcleo temático minero, acicalado de rica metaforización que favorece la dignidad de su atractiva acción narrativa resuelta con la elegancia de un estilo deslumbrante.



REFERENCIA BIBLIOGRAFICA

Soriano Badani Armando (1991). Antología del Cuento Boliviano. Cochabamba: Ed. Amigos del Libro.

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