EL MOLLE Y EL RIFLERO, de Gonzalo Montero Lara



En memoria del Itapallu Urbano Campos (Alfredo Medrano)

En la seda negra de la noche en plenilunio, se destaca nítida la luz de la espléndida moneda de plata suspendida en el firmamento. De retorno a la soledad de mi hogar, rendido por el tráfago cotidiano de fabricar crónicas de prensa para inyectar dosis de noticias a las venas de un público cada día más exigente, esquivo deliberadamente a los grupos de conocidos en su faena diaria de comer los platitos de la tarde, inevitablemente regados por bebida. De un tiempo atrás, arribados días como este, la visión de las copas ejerce un efecto letal sobre mi ánimo. Hoy es noche de luna llena y debo honrar un compromiso.

Todo comenzó el pasado año después de culminar una farra en “Chichenia”, una chichería de remate donde se concentraba la artillería pesada de la localidad.

Me recogía a media noche abandonado por los durmientes compañeros de la cofradía alcohólica. Mis pasos tambaleantes buscaban afirmarse en el terreno pedregoso para alcanzar el llano del asfalto. No guardaba ningún temor, porque no llevaba absolutamente nada que pueda interesar a un eventual amigo de lo ajeno. Me detuve un momento para aliviar la vejiga al pie de un protuberante tronco. Ahí con la música de fondo de mi turbulento chorro urinario, escuché una voz:

--No me orines compañero – rogaba con tono de cansancio.

Paré de mear en seco, cubriendo instintivamente mi arrugado apéndice, encogido más aún con el miedo.

--¡Quién es ¡ -- respondí con voz autoritaria para inspirar temor al de la voz escondida.

--Hace más de un siglo y medio que la gente caga, orina y vomita sobre mí.

--Sobre ti – dije sorprendido, mirando alrededor tratando de ubicar al interlocutor.

--No se haga el cojudo señor, usted es el que más lo hace, cada que chupa y últimamente con mayor frecuencia.

Sintiéndome culpable le contesté:

--Rara vez tomo hasta caer al piso. Sólo nos reunimos para unas cuantas jarritas, luego nos recogemos temprano a la casita-- me disculpé.

--Como si fuera poco, más tarde-- añadió- vendrán unos ladinos para dormir dentro mi tronco hueco- señaló la voz nuevamente.

--¿Estoy hablando con el viejo molle?- le pregunté asustado, subiendo el cierre de mi polvoriento pantalón, disponiéndome a correr.

--Usted habla con el “Riflero”, señor periodista-- señaló enérgicamente la voz.

--¿Quién riflero?-- le volví a interrogar con expresión de total desconcierto.

--Hace muchos, muchos años me metieron a balazos en este molle.

--Ya casi sobrio le respondí -¡cómo es posible! Explíqueme por favor.

Después de una meditada pausa, comenzó a contar con un dejo de melancolía.

--Eran otras épocas cuando este valle era el paraíso terrenal protegido por la Pachamama en persona hasta que llegaron los Incas trayendo ayllus aymaras íntegros desgarrados de su medio andino para cultivar y almacenar el precioso maíz, alimento fundamental de esa civilización. Más tarde se instalaron los conquistadores blancos a sangre y fuego. Luego sus descendientes se apropiaron de la tierra… explotando a los….

--Conozco la historia señor “Riflero” --Le interrumpí con alguna torpeza, inspirando profundamente el enrarecido aire nocturno.

--Por esto se dará cuenta, muchacho que había mucha injusticia, pues la justicia estaba en manos de los injustos

--Pero que tiene eso que ver con su diríamos… implantación en este molle.

--Jovencito, quien le habla su humilde servidor era un ladrón…. No quiero me interprete mal. ¡Un buen ladrón¡ le sacaba los excesos a los ricos para repartir a los pobres. Era como sacarles un pelo a esos gatos gordos.

--Patriótica tarea don Riflero – le comenté admirado.

--No hay mal que por bien no venga, el precio de mi cabeza subía día a día. Vivía en la clandestinidad, durmiendo a salto de mata en distinta cama cada noche. Una de las tantas fui capturado como dicen ahora en bolas, por traición, ¡cuando no! de una despechada dama a cuyo lecho solo falté algunas noches.

--Igual que Robin Hood.

--No, él no tenía tantas mujeres. El resto de la historia puede imaginarse como buen periodista. Fui juzgado por magistrados venales al servicio de los poderosos de la misma manera como sucede ahora y sentenciado a morir fusilado.

--¿Y lo fusilaron?- le pregunté, ya totalmente sobrio. Extrañamente las calles de aspecto fantasmal se veían totalmente vacías.

--Por supuesto, el ajusticiamiento de acuerdo al veredicto se llevó a cabo un 12 de septiembre, como parte del programa de festejos de la efeméride provincial junto a juegos florales y fiestas sociales. Al mediodía entre insultos de la llamada gente bien y lamentos de los pobres, contenidos a fuerza de bayonetas, me amarraron a este tronco que servía entonces para azotar prisioneros. Del vacilante pelotón solo me impactaron tres proyectiles. Uno de ellos disparado por un oficial de alcurnia de apellido largo del cual no conservo el recuerdo, me atravesó el corazón, destrozando mi noble osamenta, penetró al tronco del pobre arbolito.

--¿Y?- me acomodé esperando ansioso el final del trágico relato.

--El balazo que partió mi corazón arrastró mi alma al interior de este molle. Esa noche por obra de la luna y Apus de la colina pude resucitar en este ser vegetal que me aloja desde entonces, decayendo posteriormente por los años acumulados, los desperdicios volcados sobre nosotros, aferrándonos a la vida solo por la escaza savia circulando dificultosamente por esta protuberante corteza abrazando un vacío.

--De cuál colina…de qué Apus me habla Señor Molle…. Digo… don Riflero.

--Esta era una colina sagrada para nuestros ancestros. Aún la habitan energías poderosas. Por ello estoy condenado a cobrar conciencia todas las noches de luna llena, como lo hacen las tres sirenas de la fuente de la plazuela de la vieja estación de trenes. Así puedo testimoniar las desgracias de este pueblo ahora maldecido también por mi muerte.

--Es realmente penoso. Riflero… le pregunto si puedo hacer algo… soy miembro del Sindicato de la Prensa…y usted sabe que…

--Eso no sirve para nada, le espetó la voz con amargura y continuó su locución --Pero, espere un momento; es posible desagraviar a los espíritus tutelares para romper mis ataduras terrenas y permitir a mi ánimo descansar en paz. --Antes que nada, debes conseguir que se rellene este hueco de infamias y evitar la afrenta de ser una inmunda bacinica. Luego realizar una sincera ofrenda a los señores de esta colina sobre la que se edificó la actual ciudad.

--Así lo haré- afirmé tratando de estrechar la mano a una de sus ramas como testimonio de fe. Luego la voz se fue sin despedirse. Desperté apoyado al vetusto tronco. Me levanté consternado. Miré mi viejo reloj, prácticamente era la misma hora que había observado al salir del bar.

A partir del siguiente día me dediqué con ayuda de activistas del grupo Itapallu, poetas, escritores, músicos pintores, escultores, deportistas, bohemios y otros defensores de la vida, a una vigorosa campaña destinada a preservar el añoso ejemplar. Un alcalde colega mío, limpió la siniestra oquedad, la rellenó y edificó un muro protector de piedra.

Luego nos dedicamos a preparar la ofrenda solicitada mandando a elaborar chicha de maíz ch’uspillo con el aqhador mas reconocido del lugar, la mesa ritual expresamente preparada por el q’oador Yawar Nina conteniendo misterios del alaxpacha, para desatar el ajayu prisionero. Ch’allamos la bebida con la tierra para luego compartir las delicias de un banquete comunitario prácticamente devorando los manjares terrenales al son de tarqas, quenas, bombos y charangos. Celebración que se prolongó hasta pasada la media noche.

Tiempo después el Patriarca Molle lucía retoños frescos en su renovado follaje. A la fecha el centenario árbol se halla en sus cuarteles de invierno estorbado en su reposo por impertinentes aleros de avasalladoras construcciones de la mancha urbana que crece implacablemente.

Después de los hechos, con humildad y absoluto respeto al anciano árbol, símbolo de mi pueblo, bebo todas las noches de luna llena para evocar los recuerdos del Riflero, esperando que roto el conjuro, nuevos tiempos iluminen mi querida tierra.

REFERENCIA:
Montero G. & Viscarra V.H. (2009). Ch´ajchu de Itapallu. Ediciones: Itapallu, Cochabamba.

0 Comentario(s):

Publicar un comentario