LA SIRENA DEL BAR, de Gonzalo Montero Lara


Les presento otro cuento de Gonzalo, quien combina las costumbres qochallas con la fantasía y la narrativa fantástica. Con su estilo peculiar, mantiene un equilibrio entre las visiones del quechua, del mestizo y del blanco, haciendo que la trama se mantenga en un crisol donde los elementos se fusionan y la fantasía cataliza las imágenes emergentes.


LA SIRENA DEL BAR

Autor: Gonzalo Montero Lara


Vació el balde de plástico rojizo, alcanzando a llenar solo medio casco para apagar su insaciable sed. Miró alrededor donde la soledad era la única presencia, alumbrada apenas por un tubo de luz agonizante. Las sillas volcadas sobre mesas pegajosas testimoniaban el ocaso de otro episodio parrandero. Inesperadamente apareció enmarcada en el umbral del viejo portón de la chichería, la figura de una bella mujer. Insinuando una sonrisa se dirigió con decisión hacia el solitario parroquiano. Pedro, “El poeta”, como lo llamaban en el pueblo, sin salir de su asombro y mezclado con buena dosis de borrachera, la miraba derramando la bebida por su tutuma inclinada. Antes de poderle ofrecer asiento, ella se acomodó mirándolo fijamente, luego le habló:

- Pedro, quédate tranquilo – musitó suavemente.

- De dónde sabes mi nombre – exclamó algo alterado.

- Yo sé todo de ti – aclaró mirándolo intensamente.

- ¿Con quién estás? – interrogó escudriñando el entorno.

- Estaba con mis hermanas, pero me acerqué sola.

- Es muy tarde….digo temprano para que camines así – le dijo preocupado mientras el alcohol se disipaba rápidamente de su cerebro.

- De dónde vienes – reiteró.

-Vivo en esta ciudad hace muchos años

Nunca te vi; una mujer tan linda como tú no puede pasar desapercibida.

- Salgamos a pasear- le dijo ella arreglándose el pelo de color amarillo verdoso e ignorando el comentario.

- No tengo plata – le contestó mostrando los bolsillo vacios.

Eso no importa….hoy es noche de luna llena.

- Y eso qué importa.

-El plenilunio abre inesperadas puertas-- dicho esto la bella aparición le tomó de la mano. De pronto se vio asido fuertemente por la suave mano de ella volando sobre las calles atestadas de ruidosos carros de transporte público llamando a bocinazos a los escasos pasajeros que terminaban de engullir bocados populares que ofrecían a la vera de la plaza que ostentaba un monumento a Simón Bolívar, algo cargado de kilos. Él reconocía a muchos amigos, pero a ellos nadie les dirigía ni una sola mirada.

- ¡Mira, mira!- allá están chupando los Itapallus.

Sobrevolaron el cerro del calvario donde una elegante señora platicaba animadamente con una niña.

- ¡Es la Virgen de Urqupiña!- exclamó Pedro casi gritando.

- Es una de mis hermanas- dijo lacónicamente ella-, a la otra la llaman Pachamama.

Remontaron la colina sobrevolando al ras del tranquilo espejo de agua, experiencia que llevó a Pedro al borde del pánico, temor que cesó en cuando alcanzaron la otra orilla, aterrizando en la ladera del cerro donde se apreciaban cientos de qollqas pletóricas de mazorcas cerca de las cuales dormían algunos custodios con ropaje incaico.

-¡Pero esos hombres están disfrazados! - decía él señalándolos

- No son disfrazados- rectificó ella.

- Pero estamos en el siglo XXI…

- El tiempo como tú entiendes no existe, el pasado, presente y futuro son una sola esencia.

Pedro calló desconcertado.

Aún tomados de la mano paseaban por senderos iluminados por los reflejos de una inmensa luna de plata que llenaba la noche.

Añejas lesiones de las caderas no le permitían caminar, pero en esa ocasión le funcionaban perfectamente. Después de recorrer un largo trecho se recostaron juntos. Los ojos verdemar le miraban intensamente, mientras su boca se ofrecía sensual al deseo.

La besó apasionadamente. La húmeda piel contenía aromas marinos que le excitaron instantáneamente. Sus manos ávidas buscaron bajo el cinturón de escamas brillantes las cuales se hallaban fuertemente adheridas a lo largo de sus muslos. Trató de separar las esbeltas piernas, pero por mucho empeño que ejercía no lograba hallar sus resquicios naturales. Mientras tanto un intenso sopor se apoderaba de él. Luego solo la oscuridad.

Con los primeros reflejos del alba, los transeúntes miraban el cuerpo inmóvil del poeta, hasta que un amigo periodista lo reconoció y acercándose pudo ver en su rostro una extraña expresión, mientras su mano herida manchaba la entrepierna de la estatua de una de las tres sirenas de la fuente en la antigua estación del pueblo.



Referencia:

-Montero,G., Vizcarra V. H. & Otros (2009). Cha´jchu de Itapallu. Quillacollo: Ediciones Itapallu

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