Estos días estuve disfrutando de la prosa y poesía de Pedro Shimose, escritor boliviano, y en esa andanza encontré un cuento que tiene elementos del género que nos agrada en este blog. El cuento "cff" está en el libro de cuentos: El Coco se llama Drilo, y según el autor fue escrito en los años sesenta. La primera edición del libro salió en 1976. A continuación les paso el cuento...
Ácido como fruta verde
Autor: Pedro Shimose
El hombre parece flotar como una pavesa sin rumbo en los vapores del alba. Alguien lo saluda desde lejos y en su corazón percibe un dolorcito que se le va esparciendo desordenadamente por todo el cuerpo. Atrás quedaba ella, olorosa a flores de saúco y limones verdes.
El hombre camina a tientas, con los ojos llenos de alfileres; espanta perros vagabundos, aprieta el paso, cruza muladares, el cieno le salpica el traje de cazcarrias y se embadurna los zapatos con el lodo de aquellos andurriales. Para acortar camino trepa un risco, resbala, cae de bruces, se le clavan los guijarros en la cara y un collar de fuego le ciñe la garganta.
-¿A dónde?
-Al módulo K 13.
Se mudaron a este rincón de la galaxia, expulsados del Sistema. Los trajes brillan al apagarse las luces y las palabras fosforescentes rebotan como pelotitas de colores. El hombre las trataba con decoro y elegancia. Una gran pantalla amplifica la imagen de una cantante que habla de amor en una lengua extraña. Un cliente reclama no se qué cosas cuando aparece Ella. "¿Puedo?", dice con voz fingida.
-Hoy vendrán nuevas cuinis.
-¿De Neptuno, quizás?
-De Urano.
-¿A dónde?
-Al módulo K 13.
Se mudaron a este rincón de la galaxia, expulsados del Sistema. Los trajes brillan al apagarse las luces y las palabras fosforescentes rebotan como pelotitas de colores. El hombre las trataba con decoro y elegancia. Una gran pantalla amplifica la imagen de una cantante que habla de amor en una lengua extraña. Un cliente reclama no se qué cosas cuando aparece Ella. "¿Puedo?", dice con voz fingida.
-Hoy vendrán nuevas cuinis.
-¿De Neptuno, quizás?
-De Urano.
A Ella le interesa saber si funciona la gran antena heliotrópica de Saturno. "Con algunas interferencias siderales", contesta el hombre. Ella dice que capta, hasta en sueños, su aura musical. Comenta la muerte del Gran Contramaestre Ángaro VII. Lo desintegraron en Lustra, hace dos días luz.
-¿De qué murió?
-La peste sigue haciendo estragos.
-¿De qué murió?
-La peste sigue haciendo estragos.
Tambaleante, el hombre atraviesa el puente de las lunas. Camina bajo la llovizna con el recuerdo de Ella, pálida y delgada. Los pájaros grises levantan el vuelo a su paso.
En un círculo de luz la cantante musita, con voz ronca, la historia de un náufrago en una isla mágica. Ella conoció al rey de Ítaca y desde entonces intenta olvidar aquel encuentro desdichado. "Jefe -dice un lagarto- a esa venusina le hicieron la cesárea, ¡fíjese en la cicatriz!". Un gorila le ordena callar.
Al compás de unos acordes llegados de otros mundos irrumpe Neusa y un haz de luz recorre su cuerpo estremecido por la descarga eléctrica de los tambores africanos.
-¿Llamo a las cuinis?
-Por mí no se moleste.
-Mire, aquí viene Neusa.
-Por mí no se moleste.
-Mire, aquí viene Neusa.
Neusa es un saco de problemas. No conoció a su padre y recorre el cosmos, buscándolo en los divanes del Dr. Freud. Bailamos pegaditos. "Lo mataré", me dice al oído. "¡Juro que lo mataré! ", proclama entre lágrimas. Ignoro cómo lloran las cuinis, pero a ésta se le corre el rimel y le embadurna las mejillas. Habla de su última visita al cirujano plástico. Le cambiaron el rostro por tercera vez. Hace poco se operó de los senos, "¿no lo notas, cariño? ¡tócalos!, se ciñe a mí, me dice "¿qué hacemos?", le digo que nada, "Quiero olvidar mis penas", insiste cuando aparece Flash Gordon, se la lleva y yo respiro, liberado.
Ella vuelve nerviosa, me habla de no sé quién, le contesto no sé qué. "No desespere, amigo. Puede que esta noche sea su noche. ¿Qué diablos pasa ahí? ¡Venga! Un tipo se encuentra maL La sangre se le escapa por las branquias. ¡Ozono! ¡Denle ozono! ¡Que eche la cabeza hacia atrás! ¡Que no mueva las aletas! (Casi la rifa el condenado)".
Mandrake aparece en escena con Lois Lane. Con su capa española, sus zapatos de charol y su chistera, el mago parece levitar por la pista de baile. Se marca un tango apache con la periodista del "Daily Planet". Cambia el ritmo de la música y la chica de Supermán se desmelena, se suelta, mueve las caderas, bambolea el cuerpo, muy sabrosón, el mago se cabrea, la coge del brazo y se la lleva entre gritos y protestas de Clark Kent.
Ella se acerca al hombre y le dice, risueña: "Acaban de llegar las debutantes". Le hace un guiño, entre orgullosa y satisfecha. Sin palabras, le cuenta su vida en colores. Viene de Júpiter. Vivió en las doce lunas y mantuvo relaciones, en Titania, con Brick Bradford y Buck Rogers. "Son salvajes", piensa. "Ahora me buscan para destruirme". El hombre no comprendía que alguien no comprendiera la posibilidad de no ser amado o dejar de serlo alguna vez, pero no estaba con Ella para discutir vaporosas teorías éticas y metafísicas y terminó por poseer frenéticarnente esa tangible realidad tatuada de cicatrices intemporales.
La mano del hombre cogió el reloj y leyó la hora cósmica. Se levantó, aletargado aún, miró por la escotilla. Caía una lluvia tenue, color ceniza. Ella dormía ¿o fingía dormir? Solos, en la esfera magnética, Ella sintió verguenza de exhibir su desnudez ante un terrícola; intentó ganar el biombo para cubrirse con una túnica sutil, pero se dio cuenta de que aquel ritual de inocencia pervertida no tenia sentido en un mundo distinto al suyo. Entonces reaccionó como reaccionan en Júpiter y se entregó al acto purificador hasta olvidarse de sí misma. ¿Existe el tiempo? ¿Ella existía o todo era un juego mecánico? Al despertarse, el hombre notó que estaba nuevamente solo. Ella se había evaporado como un sueño y nada parecía atestiguar su existencia. Al abandonar la nave, pasó por los controles y allí le informaron que ella había partido muy temprano, con dos tipos. "Parecía feliz", rezaba el informe.
"Para ti sólo existe el recuerdo de esta noche. En cuanto a mi nombre, llámame Olvido". El dolor lo hacía flecos. Vacío, flota en el aire como una pavesa a la deriva en los vapores del friolento amanecer. La garúa le golpea el rostro envejecido, de repente. El hombre sabía que estaba enfermo y presentía que, esta vez, su mal no tenía cura.
Referencia bibliográfica:
Shimose Pedro (2005). El Coco se llamaba Drilo. Editorial El País: Santa Cruz
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