El KOAN testador

Greg Mercado

El gran ganador del concurso, Greg Mercado, 22 años, estudia en la facultad de ingeniería de la Universidad San Simón. El escritor Edmundo Paz Soldán ve en la narración de este prometedor cochabambino, titulada “El KOAN testador”, un “excepcional cuento que marca uno de los caminos más estimulantes de la narrativa nacional de hoy”. Greg explica haber encontrado la inspiración al término de largas horas pasadas a jugar en línea frente a su computadora. “Me desperté totalmente aterrado porqué tenía compromisos aquella tarde”, dice. En su visión del futuro, “por ley, los ciudadanos se debían dedicar entera y exclusivamente a jugar todo, desde dados, juegos con huesos y pelotas, hasta cascos senso-simuladores que recreaban antiguas batallas de la vieja Tierra, observándolos o participando en ellos- cada día par del mes.”

Makai miró a su alrededor. Aproximadamente 600 personas hacían fila delante de él para entrar a la cabina del KOAN-testador. Hizo un breve cálculo mental. Cinco minutos por persona, una persona para cada una de las 25 cabinas del Centro de Juegos Neuroutopía, él estaría adentro en casi una hora.

La espera parecía interminable, pero, de acuerdo a lo que le había dicho su padre, cada minuto de espera valía la pena. Veinticinco personas más entraron a las cabinas. La fila avanzó. Sin recordar que hoy era día de juego, y que, por ello, se cortaba todo tipo de transmisión o actividad no relacionada al juego, Makai cerró sus ojos, trató de sintonizar las últimas noticias de la batalla de Alfa-Centauri con su implante directo. Obtuvo ocho transmisiones de la final de Jai' alai, ocho de baloncesto tetradimensional, un análisis del último partido entre Taurnatov y Allexein, los campeones y eternos rivales de holo-ajedrez, una lectura de la condición defensiva del planeta, y la imagen de un reloj que marcaba la hora. Cambió a otros canales, sin obtener mejores resultados. Nada sobre la batalla contra los Nhia. Hoy era día par. Por ley, los ciudadanos se debían dedicar entera y exclusivamente a jugar todo, desde dados, juegos con huesos y pelotas, hasta cascos senso-simuladores que recreaban antiguas batallas d e la vieja Tierra, observándolos o participando en ellos- cada día par del mes. El no cumplir con la orden traía consigo la pena de reclusión solitaria de una semana. Así había sido desde los primeros años de la guerra entre los humanos y los Nhia, y así sería hasta su conclusión.

De algún lado de la ciudad vino un ruido estrepitoso que hizo que Makai abriera los ojos repentinamente. Por un segundo, la gente pensó que finalmente las naves Nhia habían encontrado la forma de romper las defensas planetarias de la Nueva Gaia y que estaban procediendo a destruir el planeta sistemáticamente, como hicieron con todo el sistema Sol. La fila casi comenzó a disolverse ante la incertidumbre. Como si fueran un solo organismo, todos los habitantes de la zona sintonizaron al satélite con sus implantes, para verificar si el planeta seguía realmente a salvo. Las lecturas eran normales. Ninguna nave amenazaba a la nueva colonia. Además, de acuerdo al código del Nuevo Bushido, los ataques planetarios violaban todos los reglamentos bélicos entre humanos y Nhia, y eran fuertemente penalizados. Alguien en la fila murmuró que el ruido se debió a que el equipo de casa finalmente anotó el punto de empate en la final del Jai´alai acuático. La fila recobró su forma y, poco a poco, su tranquilidad.

Makai tenía hambre. No había comido en casi un día. Inmediatamente sintonizó un canal al azar. Efectivamente, el equipo de casa había anotado un punto y estaba a punto de anotar otro más. Sintió que alguien le tocaba el hombro, indicándole que la fila había avanzado una vez más. Caminó hacia adelante, sin abrir los ojos. Todo pensamiento de comida quedó atrás.

El juego del Jai'alai lo absorbió tan completamente, que, cuando volvió a abrir los ojos, ya podía distinguir a las azafatas de la puerta que se encargaban de guiar a los jugadores a las cabinas.

De seguro que su grupo sería el siguiente. Un frío recorrió su espalda mientras recordaba lo que su padre le había dicho del KOAN-testador. "Es el juego de todos los juegos. Tu rival es invencible, pero nunca es más de lo que eres tú. Sabe lo que sabes, te conoce como tu propia sombra. Sus preguntas son las tuyas y tus respuestas son sus laberintos. Nada de lo que te digo te puede preparar para lo que allí verás, pues las palabras no alcanzan para abarcar tanto significado". Su estómago se retorció, pero ya no era sólo hambre. Estaba nervioso. En el senso-simulador del liceo, él había sido el mejor entre sus compañeros, obteniendo una anotación casi perfecta en todos los escenarios bélicos y de razonamiento. Las ecuaciones cuánticas le parecían tan aburridas como las simples combinaciones binarias que había hecho de niño. Entonces su profesor le recomendó participar en el KOAN-testador.

Al principio, de lo que había leído en la interred, Makai no creyó que el KOAN-testador fuera la gran maravilla que todos decían que era. Sus reglas eran sencillas. El jugador se conectaba al KOAN-testador y éste le hacía preguntas que debía responder. Realmente se basaba en un antiguo juego infantil de la primera Tierra en el sistema Sol, en el que dos contrincantes se planteaban enigmas y adivinanzas mutuamente, ganando quien respondiese la mayor cantidad de preguntas correctas. Este mismo principio se había utilizado en los juegos de segunda generación, que eran impulsados por electricidad (Makai se rió ante la idea de tener que utilizar cables metálicos y corriente eléctrica para algo), en los que los jugadores se podían enfrentar no solamente contra otros rivales humanos, sino contra una máquina, que luego fue una computadora (También a electricidad. ¿Cómo podían vivir así en ese entonces?, se preguntó Makai).

Los juegos y las guerras actuales mantenían el mismo principio: oponente contra oponente, gana el más apto. Pero, ¿qué pasaba cuando los rivales eran iguales en todos los sentidos? La respuesta era simple: ocurría un empate. A pesar de ello, de acuerdo a Tzuoal, el gran filósofo neocuántico del siglo pasado, en términos humanos, un verdadero empate era inexistente, puesto que era imposible enfrentar a dos rivales humanos idénticos. Tarde o temprano, el cuerpo y/o la mente de alguno de los contrincantes siempre debía ceder primero. Todo era cuestión de tiempo. Es más, si no fuera por el tiempo, el juego entre oponentes idénticos (si es que existieran), sería infinito. Incluso Tzuoal llegó a enunciar que si dos fuerzas infinitamente poderosas e idénticas entraran en colisión, el velo del tiempo se rasgaría, creándose así un vacío temporal, una nada donde las leyes del tiempo serían negadas. O algo por el estilo. Lo cierto que las teorías de Tzuoal a veces bordeaban en lo absurdo, motivo por el que los científic os las ignoraron casi durante un siglo, hasta la invención del KOAN-testador.

Makai consultó la hora. En menos de cuatro minutos estaría dentro de la cabina KOAN, enfrentándose a un rival único. Desconectó su implante, preparándose mentalmente para lo que iba a venir. Se tocó el espacio justo encima de ambas orejas, donde su padre le dijo que le pondrían los parches que conectarían los lóbulos de su cerebro a un neuroestimulador que se encargaba de extraer e introducir información para utilizar durante la sesión.

Finalmente, le tocó el turno a su grupo. Makai y el resto de los jugadores ingresaron a la sala de las cabinas. Todos se miraron entre sí, conscientes de que algunos tal vez no se volverían a ver. Al menos no como antes. Makai recordó que una vez uno de sus compañeros del liceo dejó de asistir luego de haber estado en una sesión del KOAN-testador. De acuerdo a algunos rumores, el muchacho habría sufrido una descarga extrema de estímulo y quedado mudo, desaparecido de la cabina o habría muerto misteriosamente. No se sabía con certeza. De lo único que Makai estaba seguro era que, cuando su padre salió del KOAN-testador, nunca fue el mismo. No sabía exactamente en qué había cambiado, pero lo podía sentir. Había un ligero olor a ozono en el aire, una tensión que se respiraba como agua. Un guía lo llevó junto con el resto del grupo a una cabina con dos puertas.

Mientras caminaban, se les explicaba cómo funcionaba el KOAN-testador. "Al inicio, algunos de ustedes se sentirán incómodos con la privación sensorial. No se preocupen, es una condición momentánea, e indispensable para tener una buena sesión. Ambos lóbulos cerebrales se conectan al neuroestimulador, que se encarga de descifrar las señales de un lóbulo para enviarlas al otro lóbulo, codificadas de manera entendible, a veces a manera de pregunta, a veces no. Las cosas siempre son distintas para cada persona y nunca se les puede preguntar algo que no saben, puesto que la fuente de todo acertijo es la mente de uno mismo. A medida que uno va avanzando, los escenarios se pueden volver más complejos. Básicamente, es el juego más avanzado de solitario que se puede desarrollar. ¿Alguna pregunta?". Makai levantó la mano.

"¿Cuáles son las reglas?", preguntó. El guía sonrió levemente. Por un instante, Makai pensó ver en su rostro una mirada distante, casi de contemplación, una mirada que muchas veces vio en su padre después de que participó en una sesión KOAN. "Eso dependerá enteramente de ti", le respondió el guía.

Uno a uno, los jugadores procedieron a tomar sus lugares en las cabinas, donde se sentaron en sillones acolchados. Aunque confundido con la respuesta del guía, Makai decidió no preguntar más. Sabía que la lógica del KOAN-testador era tan secreta e intrincada como la personalidad de cada uno.

Cuando el guía conectó los parches a su cráneo, Makai estaba temblando. De un momento a otro, las sensaciones físicas de Makai desaparecieron. De repente se encontraba a oscuras, en el silencio más absoluto y total. La privación sensorial era uno de los requisitos indispensables para poder concentrarse enteramente en el KOAN-testador. Oyó, sin oír realmente, una especie de zumbido ininteligible. Mientras más enfocaba su atención en el ruido, menos podía percibirlo. Sólo cuando se relajaba sentía que se hacía más fuerte. Poco a poco, se dio cuenta de que era una voz. El juego había comenzado.

"¿Quién eres?". La voz provenía de la oscuridad. Makai dijo su nombre completo, edad, y todos los datos que le parecieron relevantes.

"¿Qué sientes?". Makai respondió nuevamente. ¿Era el famoso KOAN nada más que esto?, ¿había esperado tanto tiempo en fila para que le hicieran preguntas de escuela básica a oscuras?

Inmediatamente, la oscuridad retrocedió y Makai apareció en un aula de su escuela primaria. Se miró a sí mismo y se dio cuenta que el tiempo había retrocedido. Ya no era el muchacho de 18 que alguna vez derrotó a todos sus compañeros en el liceo, sino un niño de cinco años. Frente a él se hallaba el maestro Atys, el primer profesor que había tenido. Atys escribía una ecuación matemática en una pizarra.

Makai levantó la mano y dijo: "32". Atys siguió escribiendo otra ecuación y respondió sin mirar a Makai. "¿Qué es 32?"

-"La respuesta a su pregunta", respondió Makai.

-"¿Qué pregunta?", dijo Atys.

-"La que usted me hizo", devolvió Makai. Sólo entonces Atys dejó de escribir y se dio la vuelta para mirarlo.

-"Yo no te hice pregunta alguna", dijo.

-"¿Entonces por qué escribe ecuaciones en la pizarra si no es para que yo las responda?" Makai se hallaba confundido. Atys sonrió.

- "¿Quién te dijo que yo quería que las responda?"

-"¿Cuál sería el sentido de jugar si no es para responder al enigma?"

-"Entonces para qué hacer una pregunta que se va a responder de todas formas?", replicó Atys. "Entonces, preguntar no sería más que una pérdida de tiempo, ¿no crees? Makai quedó mudo un instante. Atys se dio la vuelta y continuó escribiendo en la pizarra.

-"Si no respondo, no gano", dijo Makai entre dientes.

-"Si ganas, dejas de jugar". Atys lo volvió a mirar, esta vez fijamente a los ojos. "Si dejas de jugar, pierdes. Si vas a dejar de jugar, ¿para qué empezar?, ¿para qué ganar?"

-"El objetivo de todo juego es ganar", respondió Makai.

-"Una respuesta es tan buena como cualquiera." Atys cerró los ojos y desapareció. En ese momento, la pizarra empezó a llenarse de ecuaciones y preguntas de todo tipo. Automáticamente, Makai encontró que podía resolverlas con sólo mirarlas. Obtenía raíces cuadradas e hipotenusas casi tan rápidamente como aparecían. Fechas y eventos históricos, procesos químicos, todo lo que aprendió de los libros volvió a su mente como ráfagas de luz. Su cuerpo se llenaba de adrenalina. Sentía que estaba ganando. Sin embargo, una sensación inquietante se revolvía en su estómago. De rato en rato, tenía la impresión de que todas estas pequeñas preguntas ocultaban algo más grande detrás de ellas, como si fueran un velo que se hacía más espeso cada vez que se trataba de atravesarlo.

- Un pescador agarra 20 pescados con una red. Los lleva a la orilla. ¿Qué hace con la red después de atraparlos?

Makai leyó la pregunta una vez y su mente se detuvo abruptamente. En ese instante de duda, Makai sintió que el velo dejaba pasar un rayo de luz. Pero la pregunta no tenía sentido. No era lo suficientemente importante como para contestarla, así que prosiguió leyendo y resolviendo las demás preguntas de razonamiento lógico.

- Un cazador agarra un conejo con una trampa de hilo y palos. El conejo es café.

¿Qué hace el cazador con la trampa luego de atrapar el conejo café?

Nuevamente Makai se detuvo, confundido. Esta pregunta tampoco era importante y no entendía por qué estaba entre los demás acertijos. La respuesta era igual que a la de la anterior pregunta sin sentido, tan sencilla que ni siquiera merecía respuesta. Pero sabía que si no la respondía, volvería a aparecer nuevamente e interrumpiría el juego.

- "Nada. El pescador y el cazador no hacen nada más con sus redes y trampas," respondió.

Esta vez, sintió que el cuarto y la pizarra, incluso él mismo empezaron a deshacerse.

El vértigo lo envolvió y tuvo que clavarse las uñas en las palmas de su mano para no desvanecerse. Se sentía como un trapo que estaba siendo jalado por todos lados, y que rehusaba a romperse. Debía seguir con las preguntas.

El vértigo pasó. Makai tomó un momento para recomponerse y proseguir con el juego. Las preguntas y ecuaciones eran cada vez más abstractas, pero no tenía mucho problema en resolverlas. Fue entonces cuando las preguntas dejaron de aparecer.

El silencio se apoderó del aula y lo invadió como un oscuro frío. El KOAN había sido derrotado. No podía creer que hubiera sido tan fácil. Esperó, sabiendo que en momentos despertaría nuevamente en la cabina. Siguió esperando.

El tiempo siguió pasando y no despertaba. Pudo observar cómo las paredes de la habitación se desmoronaban lentamente, cómo la pizarra se volvía polvo. Makai se mantenía inmutable. Pronto todo terminaría. Las respuestas ya habían sido dadas, sólo había que esperar.

La hierba penetró en la habitación, a través de las grietas entre los ladrillos. El techo se derrumbó. Flores crecieron entre los pies de Makai, y Makai siguió esperando. Poco a poco, todo rastro del aula desvaneció y él quedó al aire libre, rodeado de vegetación que crecía y moría. Luego, la arena comenzó a cubrir las flores y las hierbas. Pronto, un desierto se formó a sus pies y lo cubrió todo de arena. Makai siguió su espera. Observó el desierto, viendo cómo incluso los granos de arena sucumbían ante el paso del tiempo. Tal vez, si esperaba lo suficiente, vería cómo hasta el tiempo mismo desaparecería. Entonces, ¿qué tomaría su lugar?

- "32", dijo una voz

Ahora Makai flotaba en una oscuridad absoluta. El aula, el campo, el desierto e incluso el mundo que lo sostenía ya habían sucumbido hace mucho tiempo, o tal vez hace segundos, no sabía.

-"32". En la oscuridad, Makai reconoció la voz. Atys había vuelto.

-"¿Qué es 32?" preguntó Makai.

-"La respuesta a tu pregunta," replicó Atys desde la oscuridad.

-"Yo no hice pregunta alguna".

Sintió una sonrisa en la oscuridad. Makai se dejó ir, libre al fin. Sintió que en algún lugar de este espacio sin tiempo, un muchacho era retirado de una cabina. El muchacho no hablaba, pues las palabras ya no le alcanzaban.

Su cuerpo no se movía, pues no tenía necesidad del cuerpo. Ya nada importaba, pues ciertamente ya ni siquiera él mismo existía ya. El velo había sido roto. Él mismo había sido el velo. Las liebres y los peces ya habían sido atrapados. Era tiempo de dejar las redes y las trampas, de dejar las preguntas y sus respuestas. Era tiempo de seguir jugando.

2 comentarios:

  1. muy buen cuento, deberia tener mayor difusión!

    ResponderEliminar
  2. El link de contacto, no jala, por favor reparenlo, hay algún correo al que pueda escribirles? Soy escritor y quiero contactarme con ustedes.

    ResponderEliminar