Bachuca en el Berlín en ruinas : Cuento inedito



Por Miguel Lundin Peredo

La sangre palpitaba lentamente dentro de sus dedos con una cadencia sobrenatural que hubiera sobresaltado a cualquier cirujano. Entre los escombros de la batalla reciente se acerco sin dificultad al soldado nazi, que con mirada de terror y manos temblorosas le apuntaba con una ametralladora que parecía atascada. Algo en su alma le decía que era vano ofrecer resistencia, pero su instinto de supervivencia lo obligaba a hacer blanco en el pecho de aquel ser (¿era un hombre? ¿una cosa?) que parecía levitar sobre los restos del desastre. El hombre (¿era un hombre? ¿una cosa?) no dejaba ver ningún gesto en lo que parecía su rostro, pero en su interior, el aroma caliente de la sangre inocente derramada en esa guerra, le pedía a gritos iniciar la nueva cacería.

El extraño caminante se acercó lentamente al soldado (no llegaba nunca); el soldado no pudo más y apretando los dientes dejó caer sobre él una ráfaga de balas explosivas que antes no había querido usar ni siquiera contra sus enemigos, convencido como estaba de que ya la mortandad había sido demasiada para cualquier cristiano de buena ley.
El caminante, vestido de traje escarlata que desentonaba abiertamente con el negro y el gris de ese atardecer sin sol, se desplomó súbitamente entre los escombros. El soldado, empapado de sudor, herido en un costado por una esquirla de la batalla reciente, se sentó en un pedazo de mármol que había sido parte del altar de la iglesia católica que se levantaba ahí justo hasta hacía 24 horas antes. Para relajarse o lo que sea, encendió un cigarillo, y pensó en ellas, en las dos esperándolo allá en Bavaria ahora que toda esta locura fascista parecía haber terminado. Mientras fumaba, un humo hediondo a sangre quemada envolvió al cuerpo acribillado del caminante y llegó hasta la nariz del soldado que murmuró una mala palabra en alemán.
Entonces el muerto se levantó, se sacudió la ropa, la alisó y como burlándose de la mayor estupidez del mundo de golpe empezó a reirse a carcajadas. Después de todo no las vería en el pueblito de Bavaria Las leyendas de allá lo mencionaba a él, a este hombre o lo que sea…y también decían qué se debía hacer en caso de encontrarlo. Por eso el soldado se arodilló, esperando el fín, rezando en aleman, pensando en ellas.
Un shuriken con forma de cruz hirió al caminante en el hombro,el soldado se dio la vuelta sorprendio por el vuelco de los acontecimientos y vio a un hombre vestido de templario que caminaba lentamente con una pistola de color jade en las manos.

- Hasta Berlín me ha llevado el caos y la muerte que haz ido sembrando, Nosferatu.

El vampiro sonrio, mientras se quitaba el shuriken del hombro como si fuera una hoja de otoño posada ahí por accidente.

-Eres una burla, solo eres un pobre boliviano que fue adoptado por un sacerdote italiano, un viejo de bella mente tan retorcida que te dio el rango imaginario de monje guerrero, Armando Bachuca.

El soldado salió de su confusión inicial cuando vio a una niña judia caminando con un peluche en la mano. ¿Qué hacía una niña judía en las puertas de Berlin? Algo había trastocado la realidad, alguien había descarrilado el correcto andar del tiempo. La niña se le queda viendo al vampiro y a él, la posibilidad de una sangre tan limpia le hace relampaguear los ojos olvidando por un momento a su enemigo de tantos siglos. El soldado recuerda a su hija, se levanta de su estado de postración, de su entrega a la muerte definitiva y poseido por el instinto de supervivencia no se rinde pese a la evidencia anterior. Apunta contra el vampiro, temblorosamente recoge el peluche que se ha caido de las manos de la niña y se lo entrega, la esconde en sus espaldas y recuerda a su hija,las noches que ella sufrió por la falta de penicilina y de comida. Recuerda que entonces él no la pudo defender del sufrimiento ni de la muerte. Pero ahora así. Se asegura que la niña está a salvo a sus espaldas, apunta a la cabeza del vampiro, con los ojos lacrimosos, pensando en ella, allá, que lo espera…
-En esta guerra no todos fuimos asesinos, engendro. Dice el soldado en perfecto ingles. La niña se suelta de él, corre hacia una mujer en harapos que se acerca a ella gritando en hebreo. El alemán mira al monje, es su salvador y piensa en los ojos de su esposa.

Armando disparó dos veces, el soldado cayó como una cosa. La niña a lo lejos soltó un grito que desapareció entre los escombros de la ciudad arrasada.

-Porque matastes a mi cena, monje?.Dijo el vampiro.

-La respuesta es sencilla, nunca me agradaron, digamos, ¿los racistas?. Dijo Armando marchandose lentamente entre el concreto chamuscado y el acero retorcido.Sabe que el vampiro no lo atacará a traición, ellos pertenecen a otros tiempos, tiempos en los que había honor en duelos entre humanos y vampiros.
Armando mira al primer tanque ruso ingresar a Berlín. Aplaude y escupe algo que parece barro.

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