El globo, los ovnis y los extraterrestres

Harry Marcus nos comenta que en los años sesenta, en la ciudad de Cochabamba, aparecieron unos objetos luminosos en el cielo nocturno, y estos fueron confundidos con Ovnis. Marcus nos dice que:
"Adjunto EL GLOBO, un cuento ambientado en Cochabamba, donde he intercalado lo fantástico con lo real. Los diálogos son ficticios, pero el hecho en sí es una parte de mi biografía de hace 48 años. No sé si alguna vez has oído hablar de los "platillos voladores en Cochabamba". Ocurre que junto con mis primos, hermanos y un grupo de amigos, empezamos a realizar diversos experimentos aerostáticos, hasta que el 17 de septiembre de 1962 aparece en "EL MUNDO" de los lunes el titular "¿Platillo volador en Cochabamba? Al ver las descripciones que venían en los artículos, nos dimos cuenta de que se referían a nuestros aerostatos nocturnos. Como no teníamos intención de asustar a  nadie, y para evitar mayor alarma, fui a la redacción a fin de aclarar el asunto. Pronto acudieron los periodistas para tomar fotos y datos, y en la portada del día siguiente pusieron en el titular "La verdad acerca del Platillo Volador en Cochabamba", y en páginas interiores: "Platillos voladores que inquietaron a la población fueron lanzados desde Cala-Cala",  y en los días sucesivos sacaron a la luz más detalles. Debido al revuelo y entusiasmo generado, tuvimos que fundar un Club Aerostático para enseñar a los jóvenes la fabricación de estos artilugios y nuestra casa fue llamada "Cabo Cala-Cala". Mi hermana conserva fotos y recortes de prensa de la época. Y mi amiga y colega Gaby Vallejo Canedo se inspiró en esta etapa juvenil para escribir "EL PLACER DEL AIRE"- páginas 77 a 80 de su libro "DEL PLACER Y LA MUERTE", editorial Biblioteca de Textos Universitarios, Salta- Argentina, 2004. EL GLOBO que hoy te envío se publicó en el suplemento literario de LOS TIEMPOS, Cochabamba, el 14 de abril 1974, después en la colección EL ABISMO DE ESTRELLAS y más tarde aquí en España, en la colección CONFIDENCIAS DEL VIENTO."

Entonces, les presento el cuento mencionado: 



EL  GLOBO


Relato de Harry Marcus

Como ves, la construcción es bastante sencilla: ensamblas un octaedro de papel fino pero resistente, y en uno de sus vértices le instalas este armazón de alambre que portará la mecha de combustible. Luego necesitas cinco ayudantes elegidos a dedo entre el infaltable grupo de curiosos: cuatro sujetarán los lados; uno, subido a un cajón o silla, sostendrá la punta superior. Así se mantiene abierta la enorme bolsa para colocar la mecha empapada en petróleo.
- Dime: ¿tú crees en algo?
- ¡Hombre! Yo creo en muchas cosas. No se puede vivir sin creer. Para mí, creer o no creer es la verdadera cuestión, pues “ser” es una simple consecuencia de la fe. Todos somos lo que creemos ser.

- ¡Eso no es cierto!
- ¡Sí que lo es!

- ¿De modo que si enloquezco, seré Napoleón por el solo hecho de creerlo?
- Exactamente.

- ¡Tonterías! Seré Napoleón sólo para mí mismo.

- Tú lo has dicho. Serás Napoleón para ti mismo y eso es lo que realmente cuenta. Los demás no importan en tales casos: cuando alguien está convencido de algo, ésa será su verdad, aunque nadie concuerde con él.

- Tú no hablas en serio.

- ¡Claro que sí! Mira. No necesitas citar un ejemplo del manicomio. Basta con cualquiera de los casos que andan sueltos. Uno que se cree ser, y por lo tanto es, digamos… poeta, seguirá siéndolo aunque los críticos digan lo contrario. Dejará de ser poeta sólo en el momento en que se deje quitar la fe en su poesía.

Óscar mira perplejo a su amigo, quien sigue caminando a su lado con las manos en el bolsillo.

Siempre resulta fascinante el momento de encender la mecha: todos contienen el aliento mientras el globo se hincha con aire caliente. El que sujeta el vértice superior se aparta y treinta segundos después sueltan los demás. Ahora lo tienes sujeto por el aro y sientes la fuerza de tracción hacia arriba. Es como si hubiese cobrado vida y estuviera impaciente por subir impulsado por su ardiente corazón de fuego.

Al fin lo dejas ir y cobra altura. Si es de noche, al principio parece una insólita luna con un pequeño volcán con su único cráter invertido. Luego pasa a ser un farol chino que se aleja sobre los tejados espantando a los gatos. Y algunos minutos más tarde, queda convertido en parpadeante estrella vagabunda que se lleva el viento.

- Hace años que nos conocemos, pero… ¿Quién eres, realmente?

Miguel reflexiona un momento antes de responder:

- Pues mira: no lo sé. Quizá podría decirte algo acerca de lo que NO soy.

- Que el diablo te entienda. Pero continúa.

- Sé que no soy lo que los demás piensan ni lo que yo supongo. Todos proyectan su propio carácter y ven en mí lo que quieren o esperan ver. Ese individuo que anda por ahí con mi nombre y con mi figura es más real que yo, porque cuando me muera, no es a mí a quien recordarán, sino a él, al personaje ficticio que acabó por suplantarme en esta vida. La ignorancia propia y ajena sobre mi real esencia me condena al aislamiento. Naturalmente, lo mismo debe ocurrir contigo y con todos los demás. ¿O sabes tú quién eres?

- No, pero debe de haber alguna forma de averiguarlo.

- Lo dudo. Y ni siquiera serías capaz de explicarme exactamente qué es lo que crees ser, porque la comunicación total no existe, y es inútil la comprensión mutua fuera de ciertos parámetros. Nada se puede explicar de manera completa y exhaustiva: las palabras y frases siempre serán en mayor o menor grado circunloquios alusivos, evasivos o ilusorios. Al final de cada diálogo, detrás de nuestras respectivas máscaras y palabras, quedaremos irremisiblemente solos.

- ¿ Cómo puedes vivir a gusto con tanto pesimismo?

- No me considero pesimista. Cuando aún era incapaz de reconocer y aceptar esa realidad, me sentía como creo que se siente la mayoría. Me refiero a quienes les gustaría ser recordados no como lo que fueron sino como lo que quisieron ser y no pudieron. Pero ya he dejado de tejer la vieja red de ilusiones y deseos. Hoy acepto lo que venga y suceda con ánimo sereno. Antes pensaba que la muerte era la última equivocación de la vida. Ahora sospecho que la vida es la primera equivocación de la muerte.

Cuando el lanzamiento del globo es diurno, llega un momento en que la distancia lo reduce a un punto diminuto, un pequeño lunar en el rostro del cielo. Y entonces toda la pandilla del barrio se lanza en su persecución. Tratamos de rescatarlo “vivo”, es decir, entero y con pocas averías para lanzarlo de nuevo. Como el hollín tapa los poros del papel, el segundo vuelo siempre resulta mejor que el primero en altura y distancia.

La cacería dura aproximadamente cuarenta y cinco minutos a partir del despegue. Una escuadrilla de bicicletas procura mantenerse debajo del aeróstato, y a ser posible, adelantarse para esperarlo en la zona de aterrizaje.

Como todos pedalean mirando hacia arriba, apenas se fijan por dónde van. En las esquinas cruzan como flechas delante de los coches que se detienen entre chirridos de frenos y terribles maldiciones. Los jóvenes tienen demasiada prisa y euforia como para respetar las reglas del tráfico, pero no dejan de tocar las campanillas a fin de que los peatones puedan ponerse a salvo.

- ¿Y estás contento con el mundo en que te ha tocado vivir?

- Pues no.

- Pero tampoco protestas demasiado…

Miguel detiene la marcha y con gesto paternalista pone una mano sobre el hombro de Óscar:

- Mira, chico: cada cual puede tener un estilo personal de protesta. Lo importante es no caer en burdas imitaciones. Basta con mantenerse fiel a sí mismo para ser original. El primer bonzo que protestó quemándose vivo, tuvo sin duda su mérito artístico. Pero todas esas antorchas que ardieron después, han cometido plagio, perdiendo así su oportunidad de expresión propia y auténtica.

Por lo general, el descenso se produce fuera de la ciudad, pues en los años sesenta Cochabamba aún no era tan grande. Cuando el terreno impide continuar la carrera en bicicleta, sea por empezar una ladera empinada o un campo cultivado, continuamos a pie. Como regla establecida, el último que llega al lugar del obstáculo se queda a vigilar el montón de bicicletas para evitar robos. Puede ocurrir que el globo baje sin que se haya extinguido del todo el fuego de la mecha, y si al tocar tierra se vuelca, la mecha entra en contacto con el papel y todo el asunto se incendia. Uno de nosotros debe llegar a tiempo para sofocar con un trapo la moribunda llama.

- Bueno, como quieras. Pero las formas de suicidio y los pretextos para morir no son inagotables.

- Te equivocas. Nunca se dirá la última palabra. Pretextos… creo que constantemente surgirán nuevos, pero siempre relacionados con el desamor y la soledad. En cuanto a los medios, cada vez podemos inventar nuevos.

- ¿Por ejemplo?

- Ahora verás – en la mirada de Miguel se enciende una luz cuyo brillo tiene algo de siniestro. Se aleja un trecho hasta llegar frente a un muro encalado. Allí toma asiento cruzando las piernas y, con toda calma, comienza a devorar su propia sombra, desprendiéndola pedazo a pedazo de la pared.

Óscar se aproxima lentamente, tratando de descubrir algún truco. Pero ante sus ojos dilatados y su mandíbula descolgada, la sombra en el muro efectivamente se va encogiendo y reduciendo de tamaño. En el momento de engullir el último bocado de oscuridad, Miguel pierde los últimos gramos de peso que aún lo retenían sobre el suelo y empieza a elevarse plácidamente, sin variar su postura de yoga.

Óscar, que aún no puede creer lo que está presenciando, hace un esfuerzo para recuperar el habla y grita:

- ¡Basta ya! ¡Me has convencido! ¡No puedes irte así, de manera tan absurda! ¡baja de una maldita vez y explícame cómo lo haces!

Pero Miguel parece no oír y continúa remontándose con suave balanceo, llevado por la brisa del otoño. Un niño lo descubre y exclama, alborozado:

- ¡Mira, papá! ¿Qué es eso que vuela allí?

- Un globo, hijo.

- Un globo… repite extasiado el pequeño, y sigue con la vista al aeróstato, que pasa por encima de unos árboles de hojas amarillentas, flota junto a un campanario ahuyentando a las palomas que lo rodean un instante como una nube de aplausos, sube y se aleja cada vez más, hasta convertirse en un punto que al fin desaparece diluido en un radiante y despejado cielo azul.

LA INVASION DE LOS SERES SALIDOS DE LA NO EXISTENCIA, de Rolando Albornoz

“La invasion de los seres salidos de la no existencia” (2010), de Rolando Albornoz, es un relato fantástico-surrealista que trata de la aparición de seres de la dimensión que el autor llama de “no existencia” y que plasman su vida en objetos y sujetos en el plano de la “existencia”. Esta invasión provoca en el mundo concreto la efervescencia de sentimientos y pensamientos encontrados de humanos que viven entre la “oscuridad” y la “luz”. Los seres de la "no existencia" rompen la lógica cotidiana de los seres humanos, desestructurando su forma de ver la propia existencia.

Percibo que con ese mundo fantástico y surrealista emergente, Rolando Albornoz pretende mostrar la relatividad de la existencia temporal y atemporal.

REFERENCIA
Albornoz Rolando (2010). La invasión de los seres salidos de la no existencia. La Paz: Editorial Una Llama en el Infierno.

La segunda piel

Algunos amigos, después de su muerte, concluyeron que estaba loco. ¡Qué apresurados! ¡Juzgar de esa manera a una persona que apenas se conoce! Me admira cómo gente con tanta información y supuesta capacidad para interpretar los hechos ha podido llegar a esa definición en forma tan ligera. Me parece estar observando su mirada inteligente, siempre atenta a todo lo que se mencionaba.
Curiosamente lo recuerdo en silencio, mientras bebía con premura uno tras otro sus infaltables vasos de agua natural que él mismo se proveía desde una de sus alforjas de compras. Daba la impresión de cierto sufrimiento que yo atribuía a su soledad, y en las contadas oportunidades en que pudimos conversar Antonio Toro se me reveló hombre de una gran imaginación. Sus ensoñaciones estaban dirigidas hacia el futuro como si quisiera escudriñar con un ojo adicional las cosas que se sucederán al paso de los años. No se vaya a creer que Antonio haya sido un escritor. No lo era, acaso porque no le quedaba tiempo en casa, al regresar de su empleo de diseñador y cortador de prendas en una prestigiosa fábrica maquiladora y rediseñadora de blusas de marca internacional, cuando se sumergía en sus juegos preferidos: Age of Empires, Roma y Stronghold2, en los que se perdía durante horas para luego dedicarse a reproducir películas en la misma máquina. Solamente los sábados, cuando salía a aprovisionarse de alimentos, cargado de un par de bolsas del mercado, llegaba hasta el café para escuchar la retahíla de teorías, historias y anécdotas del ambiente político e intelectual que los parroquianos no se cansan de sacar a la palestra. Llevándolo a un aparte, siempre que podía, trataba de inducirlo a desarrollar alguna plática haciendo memoria de nuestros años del colegio, de nuestros maestros, los curas, las perversas reglas que regían y su infiernillo local, pero él tenazmente se mantenía hermético.

El sábado anterior a las elecciones, ocurrió lo contrario. Al parecer nuestros amigos se atrasaron, de modo que solamente aparecimos los dos en la mesa.

-¿Te imaginas un mundo en el que las personas se vean obligadas desde que nacen a morar dentro de una cápsula? -empezó como si alguien le hubiera tocado el tema. –Yo supongo -prosiguió -que más allá, por el siglo XXIV, la atmósfera contaminada, los rayos que arriban sin amortiguación, la proliferación de virus, bacterias, y otras unidades minúsculas de vida, generarán tal posibilidad de infecciones, contagios, y daños, que la única solución será una cápsula. Sí, no te asombres, una cápsula, una especie de traje espacial hecho de una sola pieza, o si se quiere una placenta, adentro de la cual permanezca protegido este frágil organismo vivo –dijo haciendo un gesto protector sobre el pecho sin tocarlo, cruzando una mano sobre la otra- . Dicha cápsula debería ser implantada al nacer (los seres humanos dejarían de salir del vientre de la madre, pues todo será in Vitro) y debería ir creciendo con la persona. No me preguntes cómo, la solución la deberían dar las materias orgánicas con textura de plástico duro e inviolable, controladas genéticamente. En su interior, la cápsula, además de resguardo, proporcionaría una temperatura adecuada, limpieza del cuerpo, ejercicio muscular, presión atmosférica uniforme, evacuación, además de contar con una computadora cuyo visor sustituiría la mirada para convertirse en una cámara que mostraría no solamente el derredor al que ahora estamos acostumbrados, sino ampliados puntos de vista del escenario. Asimismo un sistema de proyección virtual permitiría que los demás seres humanos nos vieran libres de la cápsula, con vestimentas también virtuales elegidas de nuestra biblioteca, adornando rostros y cuerpos detenidos en imagen en un máximo de treinta años. Así lo que tenga que ver con el tacto estaría supeditado a un proceso de información tal que los sentidos se procesarían a través de los pliegues internos de la cápsula, los que transmitirían las texturas, temperatura y otras complejas sensaciones como lo fresco, la sensación de brisa o la humedad; pero al tratarse de procesos reproducidos mecánicamente y bajo un sistema de control, serán dependientes de la decisión propia de recibirlas o no. Este mundo artificial al que estaría sujeto el cuerpo sería una segunda capa. Nadie pondría entonces en duda que el hombre habría adquirido por desarrollo tecnológico una segunda piel.

Aquella alucinación de ciencia ficción me dejó anonadado y azuzó mi curiosidad, de manera que me animé a visitarlo en su casa. Y aunque suene extraño, era la primera vez que lo hacía desde que se había mudado de la casa de la calle Ingavi donde vivía con sus padres. Antonio residía ahora en el último piso de uno de los nuevos edificios que se levantan entre el Primer y Segundo Anillo de la ciudad. En su pequeño apartamento, lo primero que resaltaba era el comedor transformado en una sala de audición donde mantenía sin paz un poderoso equipo electrónico computarizado y al menos una decena de parlantes. Allí pude reconocer a David Gilmour interpretando High Hopes, me parece, con la orquesta de cámara que organizó el 2002.

-Es un sistema Home Theater, puedes sentir el sonido como en un cine con Sony Dynamic Digital Sound de ocho canales -dijo al ver advertir mi fascinación. Pero cualquier tecnología moderna será nada al lado de lo que vendrá –sentenció como si deseara contarme algo más. Yo lo apremié a que lo haga, ante lo cual se quedó en silencio como de costumbre. Acercó una botella de vino Concepción Cepa de los Andes y lo sirvió largamente en dos copas. Mientras saboreaba la suya –Se trata de Ángela Vintes- me lanzó de repente, callando un poco, dejando invadir la canción que se reproducía con su breves campanadas –porque en realidad tú no me conoces, no soy el que tú crees –afirmó al sentir mi extrañeza. No supe qué decir.

-Mi nombre real no es Antonio Toro. Soy Tadeo Galer, viajero del futuro. Creo que puedo confiártelo, creo que debo hacerlo urgentemente –dijo frunciendo el seño mientras se zampaba una copa entera de vino. -Estoy abatido –continuó, -pues tengo la impresión que he sido abandonado. Fue en uno de los viajes a la provincia que el Instituto de Regulación Telegenética suele despachar cuando conocí a Ángela Vintes –agregó como si yo supiese de lo que estaba hablando, curiosamente no pensé que estuviera desvariando sino que por alguna razón desconocida sentía que me decía la verdad. -Una mujer en la que además de su hermosa mirada no podía dejarse de observar la quijada levemente abultada y los dientes un poco más grandes de lo normal, atrayente imagen e intensa. Como era vísperas del Año Nuevo todo el hotel estaba algo agitado y se preparaban para el festejo. Vino de acerola y Tío Nuevo se anunciaban para el brindis de medianoche. Las ubicaciones del comedor estaban vacías. Solamente los dos en cada uno de los extremos, conectados a los sistemas de alimentación. A los postres decidí comunicarme por el hologramático y entablar conversación. La imagen de su holograma se me presentó más placentera de lo que pude advertir a través de las cabinas individuales.

Así fue como me enteré que a unas cinco gilas de Anserví vivía el maestro Divardo Lurcena, experto en viajes al pasado. Y que a pesar de las severas prohibiciones, la experiencia era ofrecida y realizada, siempre y cuando los clientes lograran reunir diez mil cirtes en conexión comprobada. Expuse que a pesar de mis veinte años en el ejercicio de la profesión jamás había visto un caso como ése, develando que inclusive dentro del Instituto la idea del viaje al pasado se consideraba una mentira, y que la ley que la prohibía era más un arrebato del primer dictador, asustado con la proliferación de científicos locos que haciendo alarde de malabarismos técnicos habían desgraciado la ciencia de la genética y de las artes telepáticas creando monstruos y otros seres amenazantes que pretendían controlar, situación por la cual se habían establecido los Institutos de Regulación para los diferentes sectores del universo conocido.

Durante el festejo nos volvimos a encontrar, y esta vez su holograma se presentó más atractivo que en la mañana. A la hora en que irradiando luces y centellas izaron el globo con el rótulo del año 2337 que nacía, nos tomamos las manos virtuales y ella sonrío de tal manera que no pude evitar un afecto especial.

Divardo Lucerna nos recibió con cara de pocos amigos, pero Ángela le hizo recuerdo de la relación que mantuvo con un conserjo de su padre cuando trabajaban en la frontera, en el desierto de azufre, recopilando muestras de vida mineral. Entonces Lucerna fue más amigable y nos introdujo a su laboratorio. Un intricado haz de aparatos instalados en una sala con una única y larga mesa central que poseía cuatro espacios para cápsulas. Nos invitó a encostar y así lo hicimos, conectándonos luego a las mangueras y tubos que la mesa generosamente ofrecía. Por los alimentadores llegaron jugos de naranjas sintéticas y caricias plásticas. El profesor Lucerna explicó con tono neutro las bondades de su invento.

Mientras hablaba, yo proyecté mi mano para tocar su mano. Ángela devolvió el acto tomándola suavemente y sentí deslizarse mis dedos por su holograma. La exposición de Lucerna, tratándose de la máquina del tiempo, versaba sobre el mundo antiguo, gente que transitaba sin la cápsula, expuestos e inermes al universo de las bacterias y la polución, respirando todo menos oxígeno. Revisé por instinto los controles virtuales de la pantalla de mi cápsula; es decir, presión, oxígeno, nivel de purificación, alimentación, evacuación, viabilidad del control: todo en orden. Era difícil comprender un mundo sin la cápsula, sin esto que es ahora parte de nuestro cuerpo desde que nacemos, y crece con nosotros. ¿No podíamos acaso, gracias a la realidad virtual, tocar, sentir las texturas y calidez de los objetos y la piel de los otros? ¿No nos permitía el sistema hologramático estar todo lo cerca que se desea del otro?

No volví a reportarme al Instituto, la atracción por Ángela y la curiosidad habían vencido. Tomamos el curso de entrenamiento. Unos cuantos meses después, gracias a los encuentros diarios programados, me había enamorado de Ángela Vintes, cuya pasión estaba dirigida a viajar al pasado. Así que transferí veinte mil cirtes de mi sistema de desarrollo evolutivo con el fin de realizar el viaje conjunto, que yo hacía por seguirla en su locura.

El invento consistía en que gracias a una máquina que proyectaba nuestra energía interior podíamos ser transferidos al cuerpo de un hombre del pasado, pero de alguien que estaba agonizando, en los últimos momentos de su vida. Con la información de la enfermedad la transferencia incluía la cura del sujeto a través de la remodificación de sus códigos genéticos, de manera que uno era enviado al pasado dentro del cuerpo de otro.

Algún tiempo después el viaje estaba preparado. A mí se me asignó el cuerpo de un tal Antonio Toro; es decir, éste. Ángela fue programada para transferirse al de una maestra de escuela que vivía en la misma ciudad de Antonio, solamente que ella, por las circunstancias del mapa de viaje, aparecería un año antes.

En mi caso resultó tal cual estaba planeado. Sin embargo, cuando fui a buscar a la profesora, no respondió al nombre de Ángela. Alegó llamarse Margarita Fuentes, dijo ser feliz con su marido, y que todas las lluvias ácidas que puedan ocurrir no se comparaban a la intensidad del amor en sus brazos. No sé qué pudo haber pasado, y tampoco sé por qué no activan los sistemas para regresarme, pues se ha cumplido el tiempo suficiente y convenido para el viaje.

Además esta experiencia ya es lo bastante atroz como para que desee quedarme. No puedo entender tu época y lo que he sufrido ya lo toleré. ¿Sabes lo que es penetrar un cuerpo que se está entumeciendo por los estertores de la muerte, sentir que todavía está ocupado por una energía que se une débilmente, pero unida al fin, acomodándose dos almas en un espacio terriblemente reducido. Tratar de abrir los ojos cuando el otro los quiere cerrados, sentir el último aliento del que se va y comenzar a respirar por fin solo. Sentirse inerme y expuesto a un ambiente donde se carece de la cápsula, sentirse al medio de personas incomprensibles. Llegar al infierno del pasado. Necesito de Ángela, necesito de aquella segunda piel, única manera de tenerla.

No supe qué decir. Traté de recordar a Antonio Toro en el colegio. Lo recuerdo un buen jugador de fulbito, seguro de sí mismo. ¿En qué momento se transformó en esta persona diferente?, pensé. ¿Habría enloquecido? Me acerqué y quise tomarlo del brazo, en ese acto fraternal que se tiene cuando no se puede declarar nada y se quiere transmitir que estamos juntos, pero retrocedió espantado. Entonces hice conciencia que hacía mucho que no tenía contacto físico con él, ni siquiera para darle la mano. No tuve tiempo de recriminarle, pues se estremeció totalmente y vi como volcaba los ojos, mostrándome su cornea blanca. Una mueca espantosa le cruzó la cara.

-Ay, Dios –alcanzó a murmurar mientras caía al piso- creo que regreso!

Me aproximé para auxiliarlo.

-Ángela –repitió –nadie ha sufrido tanto por alguien. Te he esperado a sabiendas que has sido feliz en otros brazos gracias a tu piel interior, así haya sido la de otra. He soportado el que me niegues –lo oí toser. Necesito regresar y ya es la hora. Finalmente voy a ti, y vale el infierno. Sí, definitivamente me encontraré en ti como las sombras…

Levantó el rostro en un último estertor y expiró cayendo la cabeza sobre el piso. Luego del aturdimiento inicial y la inutilidad de reanimarlo, llamé al 119 y al Canal Unitel de noticias, las que se ocupan de los muertos cotidianos. Todavía dentro del departamento, y con el cadáver aún caliente de Antonio como única compañía, pensé por un momento si dentro de tres siglos se cumpliría el encuentro de Antonio y Ángela, amándose a través de su segunda piel; pero espanté esas ideas como a molestosas moscas que invaden el verano; y, conmovido, luego de atender a los policías y paramédicos, preferí regresar a mi cómoda cotidianidad, hecha de aquellas interminables charlas en el Café Victory, donde desaprovechamos día tras día nuestra primera piel como unos tontos.

Gary Daher Canedo

Ilium/Olympus



Dan Simmons fue profesor de colegio y sus libros tienen algo de aquello que los grandes profesores son capaces: hacernos interesar por los temas que tocan, desear ir por nuestra propia cuenta a descubrir más y a profundizar aquello que nos ha mostrado. Su libro Hyperión hacía eso con Keats y Chaucer, su novela Terror lo lograba con la conquista del polo norte y del paso del Noroeste y ahora su obra Illium/Olympus lo logra nuevamente.

La formula se parece un tanto a la de Hyperión, aunque aquí esto no es una queja. Tomar un par de referencias literarias y estrellarlas con fuerza con un corpus de ciencia ficción que las devore y asimile resultando una obra completamente diferente. Después de eso sólo son necesarios unos cuantos personajes atractivos, una trama rebuscada y global y unas cuantas ideas más extraídas de otros tantos teóricos, filósofos y escritores.

La narración puede dividirse en tres historias que terminarán uniéndose en la segunda parte (Olympus).
  • Dr. Thomas Hockenberry PHD de estudios clásicos ha sido resucitado en Marte miles de años después de su muerte para seguir de cerca la guerra de Troya tal como la cuenta Homero y reportar lo visto a la Musa. En esta historia de Troya, los dioses son reales y vigilan, apoyan a los humanos y confabulan entre ellos. Thomas Hockenberry es llamado por Afrodita para intentar asesinar a Atenea.
  • Dos robots sentientes, Mahnmut de Europa (la luna de Júpiter) y Orphu de Io son contratados para dirigirse hacia Marte a investigar los grandes disturbios a nivel cuántico que atentan contra todo el sistema solar. Ambos robots son apasionados y estudiosos de Shakespeare (el primero) y Proust (el segundo).
  • Los humanos en la tierra se han convertido en una especie de eloi postliteratos que pasan su vida en fiestas, asistidos por unos esclavos robóticos (su forma de transporte es una especie de teletransportación). Uno de ellos Harman ha aprendido a leer y decide intentar resolver algunas preguntas de la vida. ¿Dónde están los post-humanos y porque sólo pueden vivir 100 años?.

La Iliada

El centro del primero de los libros se encuentra alrededor de la Iliada de Homero. Esa magistral narración de la guerra entre aqueos y troyanos que duró más de 10 años. Los personajes aquí se vuelven vivos: Helena, Aquiles, Hector así como los dioses poderosos, temibles pero también llenos de defectos y secretos. Simmons logra hacerte tener una experiencia totalmente nueva frente a esta obra, alejándola del poema Homérico para representarla en carne y hueso como, otra vez, el profesor que vuelve vivo el libro que narra a sus estudiantes.

Proust y Shakesepeare

Posiblemente los dos personajes más entrañables de todo el libro no son ni siquiera humanos sino dos robots sentientes que se la pasan discutiendo sobre sus autores favoritos. Los robots creados por humanos milenios atrás han evolucionado pero sin perder un extraño interés por sus creadores y en estos autores es donde logran entender lo que es el ser humano. Los debates literarios que pueblan el libro van mucho más allá que la simple anécdota y se convierten en llaves para entender partes de la obra de estos autores.

La Tempestad

Esta obra de teatro de Shakespeare no se encuentra entre las más conocidas, pero se trata de una de las que más interpretaciones han tenido. Desde el tema de la esclavitud, al postcolonialismo los personajes de profunda y cuidadosa construcción sirven como máscaras para hablar de temáticas diversas. En esta obra Prospero, Ariel y Calibán se convierten en importantes personajes que son leídos desde la actualidad con pasmosa claridad. Prospero se convierte en la representación de la logosfera (una evolución de Internet como presencia viva) mientras que Ariel se convierte en la representación de la noosfera, la naturaleza misma.

Religión

Quizás este es el único de los temas que rechina en la obra de Simmons. El autor utilizó esta misma temática en Hyperión (la religión católica y la judía) solo que aquí se convierte en las fuerzas ocultas detrás de la historia de la humanidad y su destrucción. El autor sin lugar a dudas quiso explorar una temática muy actual llegando incluso a poner a Jerusalén como uno de los escenarios de conflicto para su trama pero esto está hecho de forma poco sutil y se convierte en el elemento discordante de toda la obra.


Ilium

Es la primera parte del libro y sin duda la mejor y más trabajada de ambas obras. Aquí los personajes se dibujan con claridad y nos llegamos a encariñarnos con ellos. Los mundos donde se mueven se hacen reales para nosotros y sus problemas, intereses, deseos y odios también.

Olympus

La segunda parte se siente mucho más forzada, las explicaciones que tendrían que llegar con naturalidad resultan fingidas y las acciones de los personajes no tienen mucho sentido. Salva al segundo libro la imaginación de Simmons y la tensa narración en la que parece que todo sale mal. Como no podía estar de más en un libro como este donde los dioses son otros personajes más, el final es un gigantesco Deux Ex Maxhina. De todas maneras la obra te deja con una sonrisa con el toque final en la última página con la presencia de Homero.

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Una vergüenza


Cuando llegó la Muerte, el hombre se puso de todos los colores para finalmente quedarse pálido. No me lleve, no me lleve, por favor, gemía arrodillado a los pies de su cama, llorando o bien tenaz y quedo como un niño, o bien de forma teatral como una plañidera, dando sacudidas de pecho y tosiendo entre las plegarias y el llanto. La Muerte se cuidó de tocar al hombre, haciendo durar –un minuto más, un minuto menos, qué importa si la lista es larga y agotadora, pensó– el placer, insospechadamente poderoso, que le producía aquella inesperada victoria sobre la raza humana.

Por supuesto, había conocido cobardes, pero cobardes dóciles, que se quedaban de piedra apenas su funesta sombra se alargaba sobre ellos. También había conocido moribundos teatrales, pero siempre resignados, que soltaban sentencias a último minuto como profunda aceptación de su destino. Así, se quedaba siempre con un regusto amargo, un vacío entre los huesos cada vez más desportillados, una sensación de frío que parecía provenir del acero de su guadaña, del pesado pergamino que sostenía con la otra mano, de su cargo mismo, siempre exigente y difícil, y sin embargo ya mecánico, ya lejos de toda implicación personal, de todo aprovechamiento de esos encuentros. No, no había topado nunca con un moribundo tan rebelde y a la vez tan sincero, tan caóticamente sincero como éste. Jamás había tenido esa suerte.

Entonces, frente a aquel despliegue de lágrimas y toses, de golpes en el pecho y por favores guturales, la Muerte sintió subir algo desconocido por su cuerpo milenario, algo duro y chispeante, algo como orgullo o fuego: sentía que por fin la reconocían. Esa sumisión patética –a todo esto, las súplicas y los lamentos del hombre ya no formaban sino un solo gemido animal– era nada menos que el reconocimiento de su labor –esa labor limpia de trámites, de hipocresías y vanaglorias, esa labor puntual y sigilosa, y que sin embargo, o tal vez precisamente por eso, era siempre atribuida al azar o a Dios… Pero ahora, por fin, era el reconocimiento de su autoridad, de su aura radiante. Era la culminación… Se sobresaltó con una terrible carcajada. De pie, frente a ella, casi más grande que ella, el hombre le decía entre risas: ¿Te la creíste? No me quedaría ni aunque me pagaran… Flaca de mierda. ¿Te apuras? No tengo todo el día.

El orgullo se transformó en una vergüenza que le quemó los pómulos y enseguida le bajó por la espina dorsal, haciéndole temblar las tibias como una descarga eléctrica. No, este trabajo ya no es lo que era, se dijo cabizbaja, hundiéndose en la capucha demasiado grande para su cráneo relamido por las aguas torrenciales del tiempo. Tenía que reaccionar, la presión era enorme, y todo le pareció digno, excepto obedecer a esa orden como lo haría un perro.

Así fue cómo el bromista se salvó de la Muerte.