Harry Marcus nos comenta que en los años sesenta, en la ciudad de Cochabamba, aparecieron unos objetos luminosos en el cielo nocturno, y estos fueron confundidos con Ovnis. Marcus nos dice que:
"Adjunto EL GLOBO, un cuento ambientado en Cochabamba, donde he intercalado lo fantástico con lo real. Los diálogos son ficticios, pero el hecho en sí es una parte de mi biografía de hace 48 años. No sé si alguna vez has oído hablar de los "platillos voladores en Cochabamba". Ocurre que junto con mis primos, hermanos y un grupo de amigos, empezamos a realizar diversos experimentos aerostáticos, hasta que el 17 de septiembre de 1962 aparece en "EL MUNDO" de los lunes el titular "¿Platillo volador en Cochabamba? Al ver las descripciones que venían en los artículos, nos dimos cuenta de que se referían a nuestros aerostatos nocturnos. Como no teníamos intención de asustar a nadie, y para evitar mayor alarma, fui a la redacción a fin de aclarar el asunto. Pronto acudieron los periodistas para tomar fotos y datos, y en la portada del día siguiente pusieron en el titular "La verdad acerca del Platillo Volador en Cochabamba", y en páginas interiores: "Platillos voladores que inquietaron a la población fueron lanzados desde Cala-Cala", y en los días sucesivos sacaron a la luz más detalles. Debido al revuelo y entusiasmo generado, tuvimos que fundar un Club Aerostático para enseñar a los jóvenes la fabricación de estos artilugios y nuestra casa fue llamada "Cabo Cala-Cala". Mi hermana conserva fotos y recortes de prensa de la época. Y mi amiga y colega Gaby Vallejo Canedo se inspiró en esta etapa juvenil para escribir "EL PLACER DEL AIRE"- páginas 77 a 80 de su libro "DEL PLACER Y LA MUERTE", editorial Biblioteca de Textos Universitarios, Salta- Argentina, 2004. EL GLOBO que hoy te envío se publicó en el suplemento literario de LOS TIEMPOS, Cochabamba, el 14 de abril 1974, después en la colección EL ABISMO DE ESTRELLAS y más tarde aquí en España, en la colección CONFIDENCIAS DEL VIENTO."
Entonces, les presento el cuento mencionado:
EL GLOBO
Relato de Harry Marcus
Como ves, la construcción es bastante sencilla: ensamblas un octaedro de papel fino pero resistente, y en uno de sus vértices le instalas este armazón de alambre que portará la mecha de combustible. Luego necesitas cinco ayudantes elegidos a dedo entre el infaltable grupo de curiosos: cuatro sujetarán los lados; uno, subido a un cajón o silla, sostendrá la punta superior. Así se mantiene abierta la enorme bolsa para colocar la mecha empapada en petróleo.
- Dime: ¿tú crees en algo?
- ¡Hombre! Yo creo en muchas cosas. No se puede vivir sin creer. Para mí, creer o no creer es la verdadera cuestión, pues “ser” es una simple consecuencia de la fe. Todos somos lo que creemos ser.
- ¡Eso no es cierto!
- ¡Eso no es cierto!
- ¡Sí que lo es!
- ¿De modo que si enloquezco, seré Napoleón por el solo hecho de creerlo?
- ¿De modo que si enloquezco, seré Napoleón por el solo hecho de creerlo?
- Exactamente.
- ¡Tonterías! Seré Napoleón sólo para mí mismo.
- Tú lo has dicho. Serás Napoleón para ti mismo y eso es lo que realmente cuenta. Los demás no importan en tales casos: cuando alguien está convencido de algo, ésa será su verdad, aunque nadie concuerde con él.
- Tú no hablas en serio.
- ¡Claro que sí! Mira. No necesitas citar un ejemplo del manicomio. Basta con cualquiera de los casos que andan sueltos. Uno que se cree ser, y por lo tanto es, digamos… poeta, seguirá siéndolo aunque los críticos digan lo contrario. Dejará de ser poeta sólo en el momento en que se deje quitar la fe en su poesía.
Óscar mira perplejo a su amigo, quien sigue caminando a su lado con las manos en el bolsillo.
Siempre resulta fascinante el momento de encender la mecha: todos contienen el aliento mientras el globo se hincha con aire caliente. El que sujeta el vértice superior se aparta y treinta segundos después sueltan los demás. Ahora lo tienes sujeto por el aro y sientes la fuerza de tracción hacia arriba. Es como si hubiese cobrado vida y estuviera impaciente por subir impulsado por su ardiente corazón de fuego.
Al fin lo dejas ir y cobra altura. Si es de noche, al principio parece una insólita luna con un pequeño volcán con su único cráter invertido. Luego pasa a ser un farol chino que se aleja sobre los tejados espantando a los gatos. Y algunos minutos más tarde, queda convertido en parpadeante estrella vagabunda que se lleva el viento.
- Hace años que nos conocemos, pero… ¿Quién eres, realmente?
Miguel reflexiona un momento antes de responder:
- Pues mira: no lo sé. Quizá podría decirte algo acerca de lo que NO soy.
- Que el diablo te entienda. Pero continúa.
- Sé que no soy lo que los demás piensan ni lo que yo supongo. Todos proyectan su propio carácter y ven en mí lo que quieren o esperan ver. Ese individuo que anda por ahí con mi nombre y con mi figura es más real que yo, porque cuando me muera, no es a mí a quien recordarán, sino a él, al personaje ficticio que acabó por suplantarme en esta vida. La ignorancia propia y ajena sobre mi real esencia me condena al aislamiento. Naturalmente, lo mismo debe ocurrir contigo y con todos los demás. ¿O sabes tú quién eres?
- No, pero debe de haber alguna forma de averiguarlo.
- Lo dudo. Y ni siquiera serías capaz de explicarme exactamente qué es lo que crees ser, porque la comunicación total no existe, y es inútil la comprensión mutua fuera de ciertos parámetros. Nada se puede explicar de manera completa y exhaustiva: las palabras y frases siempre serán en mayor o menor grado circunloquios alusivos, evasivos o ilusorios. Al final de cada diálogo, detrás de nuestras respectivas máscaras y palabras, quedaremos irremisiblemente solos.
- ¿ Cómo puedes vivir a gusto con tanto pesimismo?
- No me considero pesimista. Cuando aún era incapaz de reconocer y aceptar esa realidad, me sentía como creo que se siente la mayoría. Me refiero a quienes les gustaría ser recordados no como lo que fueron sino como lo que quisieron ser y no pudieron. Pero ya he dejado de tejer la vieja red de ilusiones y deseos. Hoy acepto lo que venga y suceda con ánimo sereno. Antes pensaba que la muerte era la última equivocación de la vida. Ahora sospecho que la vida es la primera equivocación de la muerte.
Cuando el lanzamiento del globo es diurno, llega un momento en que la distancia lo reduce a un punto diminuto, un pequeño lunar en el rostro del cielo. Y entonces toda la pandilla del barrio se lanza en su persecución. Tratamos de rescatarlo “vivo”, es decir, entero y con pocas averías para lanzarlo de nuevo. Como el hollín tapa los poros del papel, el segundo vuelo siempre resulta mejor que el primero en altura y distancia.
La cacería dura aproximadamente cuarenta y cinco minutos a partir del despegue. Una escuadrilla de bicicletas procura mantenerse debajo del aeróstato, y a ser posible, adelantarse para esperarlo en la zona de aterrizaje.
Como todos pedalean mirando hacia arriba, apenas se fijan por dónde van. En las esquinas cruzan como flechas delante de los coches que se detienen entre chirridos de frenos y terribles maldiciones. Los jóvenes tienen demasiada prisa y euforia como para respetar las reglas del tráfico, pero no dejan de tocar las campanillas a fin de que los peatones puedan ponerse a salvo.
- ¿Y estás contento con el mundo en que te ha tocado vivir?
- Pues no.
- Pero tampoco protestas demasiado…
Miguel detiene la marcha y con gesto paternalista pone una mano sobre el hombro de Óscar:
- Mira, chico: cada cual puede tener un estilo personal de protesta. Lo importante es no caer en burdas imitaciones. Basta con mantenerse fiel a sí mismo para ser original. El primer bonzo que protestó quemándose vivo, tuvo sin duda su mérito artístico. Pero todas esas antorchas que ardieron después, han cometido plagio, perdiendo así su oportunidad de expresión propia y auténtica.
Por lo general, el descenso se produce fuera de la ciudad, pues en los años sesenta Cochabamba aún no era tan grande. Cuando el terreno impide continuar la carrera en bicicleta, sea por empezar una ladera empinada o un campo cultivado, continuamos a pie. Como regla establecida, el último que llega al lugar del obstáculo se queda a vigilar el montón de bicicletas para evitar robos. Puede ocurrir que el globo baje sin que se haya extinguido del todo el fuego de la mecha, y si al tocar tierra se vuelca, la mecha entra en contacto con el papel y todo el asunto se incendia. Uno de nosotros debe llegar a tiempo para sofocar con un trapo la moribunda llama.
- Bueno, como quieras. Pero las formas de suicidio y los pretextos para morir no son inagotables.
- Te equivocas. Nunca se dirá la última palabra. Pretextos… creo que constantemente surgirán nuevos, pero siempre relacionados con el desamor y la soledad. En cuanto a los medios, cada vez podemos inventar nuevos.
- ¿Por ejemplo?
- Ahora verás – en la mirada de Miguel se enciende una luz cuyo brillo tiene algo de siniestro. Se aleja un trecho hasta llegar frente a un muro encalado. Allí toma asiento cruzando las piernas y, con toda calma, comienza a devorar su propia sombra, desprendiéndola pedazo a pedazo de la pared.
Óscar se aproxima lentamente, tratando de descubrir algún truco. Pero ante sus ojos dilatados y su mandíbula descolgada, la sombra en el muro efectivamente se va encogiendo y reduciendo de tamaño. En el momento de engullir el último bocado de oscuridad, Miguel pierde los últimos gramos de peso que aún lo retenían sobre el suelo y empieza a elevarse plácidamente, sin variar su postura de yoga.
Óscar, que aún no puede creer lo que está presenciando, hace un esfuerzo para recuperar el habla y grita:
- ¡Basta ya! ¡Me has convencido! ¡No puedes irte así, de manera tan absurda! ¡baja de una maldita vez y explícame cómo lo haces!
Pero Miguel parece no oír y continúa remontándose con suave balanceo, llevado por la brisa del otoño. Un niño lo descubre y exclama, alborozado:
- ¡Mira, papá! ¿Qué es eso que vuela allí?
- Un globo, hijo.
- Un globo… repite extasiado el pequeño, y sigue con la vista al aeróstato, que pasa por encima de unos árboles de hojas amarillentas, flota junto a un campanario ahuyentando a las palomas que lo rodean un instante como una nube de aplausos, sube y se aleja cada vez más, hasta convertirse en un punto que al fin desaparece diluido en un radiante y despejado cielo azul.
- ¡Tonterías! Seré Napoleón sólo para mí mismo.
- Tú lo has dicho. Serás Napoleón para ti mismo y eso es lo que realmente cuenta. Los demás no importan en tales casos: cuando alguien está convencido de algo, ésa será su verdad, aunque nadie concuerde con él.
- Tú no hablas en serio.
- ¡Claro que sí! Mira. No necesitas citar un ejemplo del manicomio. Basta con cualquiera de los casos que andan sueltos. Uno que se cree ser, y por lo tanto es, digamos… poeta, seguirá siéndolo aunque los críticos digan lo contrario. Dejará de ser poeta sólo en el momento en que se deje quitar la fe en su poesía.
Óscar mira perplejo a su amigo, quien sigue caminando a su lado con las manos en el bolsillo.
Siempre resulta fascinante el momento de encender la mecha: todos contienen el aliento mientras el globo se hincha con aire caliente. El que sujeta el vértice superior se aparta y treinta segundos después sueltan los demás. Ahora lo tienes sujeto por el aro y sientes la fuerza de tracción hacia arriba. Es como si hubiese cobrado vida y estuviera impaciente por subir impulsado por su ardiente corazón de fuego.
Al fin lo dejas ir y cobra altura. Si es de noche, al principio parece una insólita luna con un pequeño volcán con su único cráter invertido. Luego pasa a ser un farol chino que se aleja sobre los tejados espantando a los gatos. Y algunos minutos más tarde, queda convertido en parpadeante estrella vagabunda que se lleva el viento.
- Hace años que nos conocemos, pero… ¿Quién eres, realmente?
Miguel reflexiona un momento antes de responder:
- Pues mira: no lo sé. Quizá podría decirte algo acerca de lo que NO soy.
- Que el diablo te entienda. Pero continúa.
- Sé que no soy lo que los demás piensan ni lo que yo supongo. Todos proyectan su propio carácter y ven en mí lo que quieren o esperan ver. Ese individuo que anda por ahí con mi nombre y con mi figura es más real que yo, porque cuando me muera, no es a mí a quien recordarán, sino a él, al personaje ficticio que acabó por suplantarme en esta vida. La ignorancia propia y ajena sobre mi real esencia me condena al aislamiento. Naturalmente, lo mismo debe ocurrir contigo y con todos los demás. ¿O sabes tú quién eres?
- No, pero debe de haber alguna forma de averiguarlo.
- Lo dudo. Y ni siquiera serías capaz de explicarme exactamente qué es lo que crees ser, porque la comunicación total no existe, y es inútil la comprensión mutua fuera de ciertos parámetros. Nada se puede explicar de manera completa y exhaustiva: las palabras y frases siempre serán en mayor o menor grado circunloquios alusivos, evasivos o ilusorios. Al final de cada diálogo, detrás de nuestras respectivas máscaras y palabras, quedaremos irremisiblemente solos.
- ¿ Cómo puedes vivir a gusto con tanto pesimismo?
- No me considero pesimista. Cuando aún era incapaz de reconocer y aceptar esa realidad, me sentía como creo que se siente la mayoría. Me refiero a quienes les gustaría ser recordados no como lo que fueron sino como lo que quisieron ser y no pudieron. Pero ya he dejado de tejer la vieja red de ilusiones y deseos. Hoy acepto lo que venga y suceda con ánimo sereno. Antes pensaba que la muerte era la última equivocación de la vida. Ahora sospecho que la vida es la primera equivocación de la muerte.
Cuando el lanzamiento del globo es diurno, llega un momento en que la distancia lo reduce a un punto diminuto, un pequeño lunar en el rostro del cielo. Y entonces toda la pandilla del barrio se lanza en su persecución. Tratamos de rescatarlo “vivo”, es decir, entero y con pocas averías para lanzarlo de nuevo. Como el hollín tapa los poros del papel, el segundo vuelo siempre resulta mejor que el primero en altura y distancia.
La cacería dura aproximadamente cuarenta y cinco minutos a partir del despegue. Una escuadrilla de bicicletas procura mantenerse debajo del aeróstato, y a ser posible, adelantarse para esperarlo en la zona de aterrizaje.
Como todos pedalean mirando hacia arriba, apenas se fijan por dónde van. En las esquinas cruzan como flechas delante de los coches que se detienen entre chirridos de frenos y terribles maldiciones. Los jóvenes tienen demasiada prisa y euforia como para respetar las reglas del tráfico, pero no dejan de tocar las campanillas a fin de que los peatones puedan ponerse a salvo.
- ¿Y estás contento con el mundo en que te ha tocado vivir?
- Pues no.
- Pero tampoco protestas demasiado…
Miguel detiene la marcha y con gesto paternalista pone una mano sobre el hombro de Óscar:
- Mira, chico: cada cual puede tener un estilo personal de protesta. Lo importante es no caer en burdas imitaciones. Basta con mantenerse fiel a sí mismo para ser original. El primer bonzo que protestó quemándose vivo, tuvo sin duda su mérito artístico. Pero todas esas antorchas que ardieron después, han cometido plagio, perdiendo así su oportunidad de expresión propia y auténtica.
Por lo general, el descenso se produce fuera de la ciudad, pues en los años sesenta Cochabamba aún no era tan grande. Cuando el terreno impide continuar la carrera en bicicleta, sea por empezar una ladera empinada o un campo cultivado, continuamos a pie. Como regla establecida, el último que llega al lugar del obstáculo se queda a vigilar el montón de bicicletas para evitar robos. Puede ocurrir que el globo baje sin que se haya extinguido del todo el fuego de la mecha, y si al tocar tierra se vuelca, la mecha entra en contacto con el papel y todo el asunto se incendia. Uno de nosotros debe llegar a tiempo para sofocar con un trapo la moribunda llama.
- Bueno, como quieras. Pero las formas de suicidio y los pretextos para morir no son inagotables.
- Te equivocas. Nunca se dirá la última palabra. Pretextos… creo que constantemente surgirán nuevos, pero siempre relacionados con el desamor y la soledad. En cuanto a los medios, cada vez podemos inventar nuevos.
- ¿Por ejemplo?
- Ahora verás – en la mirada de Miguel se enciende una luz cuyo brillo tiene algo de siniestro. Se aleja un trecho hasta llegar frente a un muro encalado. Allí toma asiento cruzando las piernas y, con toda calma, comienza a devorar su propia sombra, desprendiéndola pedazo a pedazo de la pared.
Óscar se aproxima lentamente, tratando de descubrir algún truco. Pero ante sus ojos dilatados y su mandíbula descolgada, la sombra en el muro efectivamente se va encogiendo y reduciendo de tamaño. En el momento de engullir el último bocado de oscuridad, Miguel pierde los últimos gramos de peso que aún lo retenían sobre el suelo y empieza a elevarse plácidamente, sin variar su postura de yoga.
Óscar, que aún no puede creer lo que está presenciando, hace un esfuerzo para recuperar el habla y grita:
- ¡Basta ya! ¡Me has convencido! ¡No puedes irte así, de manera tan absurda! ¡baja de una maldita vez y explícame cómo lo haces!
Pero Miguel parece no oír y continúa remontándose con suave balanceo, llevado por la brisa del otoño. Un niño lo descubre y exclama, alborozado:
- ¡Mira, papá! ¿Qué es eso que vuela allí?
- Un globo, hijo.
- Un globo… repite extasiado el pequeño, y sigue con la vista al aeróstato, que pasa por encima de unos árboles de hojas amarillentas, flota junto a un campanario ahuyentando a las palomas que lo rodean un instante como una nube de aplausos, sube y se aleja cada vez más, hasta convertirse en un punto que al fin desaparece diluido en un radiante y despejado cielo azul.
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