HASTA EL CIELO

Pedro von Vacano Alborta
Arquitecto

De lo reciente del cine boliviano EL ASCENSOR, de Tomás Bascopé es la más lograda e inesperada sorpresa que junto a VERDE de Bellot talvez constituyen lo mejor de estas casi doce producciones. Las dos cruceñas, arriesgadas y maduras, humanas.

Bascopé en EL ASCENSOR asume el auto desafió de encerrar a tres personas. Dos quieren secuestrar y robar al tercero, en esas circunstancias extremas, el azar los reúne en un ascensor descompuesto, al que puede atribuirse fácilmente valores simbólicos. El carnaval ha estallado y durante los próximos tres días el baile, la euforia y el alcohol trastocaran el mundo. Es posible que nadie los escuche ni los extrañe.

Las malas palabras, los gritos y la violencia inicial son tan naturales que uno se acomoda para soportar el chubasco pero, poco a poco, aquellos simios se van convirtiendo, con el tiempo, en seres humanos sensibles, dolidos, cada uno con sus fantasmas, sus miedos, sus amores, sus fracasos y hasta sus odios, sin llegar a ser maniqueos, todo terriblemente verosímil, tanto que uno no puede evitar la empatía con uno, dos y hasta con los tres. El drama inicial va dando paso al humor y nos lleva a reírnos de nuestras propias miserias. Coca cola estará presente, pero no bien fría.

Los tres son antagónicos, hablan otro idioma, provienen de estratos sociales distintos, sus experiencias laborales, sociales y humanas son disímiles, el espectador se entera de esto y mucho más con los detalles, los gestos o las palabras generalmente claras, contundentes. Johnny (Alejandro Molina) está dispuesto a todo. Carlos (Jorge Antonio Lora) es el desempleado y mantenido. Héctor Suárez (Pablo Fernández) es el exitoso ingeniero, hijo del patrón.

El dinero, el poder y la aceptación son los hilos que mueven a estas marionetas. ¿A quién no?

La actuación es excelente, cada quien donde debería estar, con talento y valentía suficiente como para sacar a pasear sus instintos, debilidades y virtudes, “sin cartuchos”, todos se la juegan entera.

Hay alguien quien creo la idea, la intención y el guión, claro, ágil e inteligente, es el que maneja la batuta y mide, lo que otros distraídos en lo suyo, no siempre pueden. La presencia del creador no es evidente, es como la mano de Dios, que pasa desapercibido, por bueno, y que, sin embargo, cumple a cabalidad con su rol. No se erige un auto monumento.

Cuando se prendieron las luces, Antonio Eguino estaba allí. Serio como siempre me dijo: “Hay que hacerle propaganda boca a boca. ¡Merece ser vista!”



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