Autor: Serge Lehman*
Tradución: Carlos Alberto Zito
Hace exactamente un siglo aparecía en la revista Le spectateur un artículo del escritor Maurice Renard titulado "Du merveilleux-scientifique et de son action sur l'intelligence du progres". Ese texto, que sirvió de punto de referencia a todos los autores franceses de ciencia ficción del periodo de entreguerras, y que fue olvidado y redescubierto a comienzos de la década del 90, es considerado hoy en día como la primera teoría sobre ciencia-ficción. Renard analiza minuciosamente la estética del género naciente, y subraya que la misma requiere "la introducción voluntaria. en la cadena de proposiciones, de uno o de varios elementos viciosos capaces de determinar, posteriormente, la aparición del ser, del objeto, o del hecho maravilloso (es decir, que nos parece actualmente maravilloso. Pues el futuro puede demostrar que el elemento supuestamente vicioso no lo era para nada, y que lo que percibíamos como maravilloso-científico era pura y simplemente ciencia involuntaria como la prosa de Jourdain). ( ... ) Ejemplo: podemos admitir como certezas hipótesis científicas y deducir de ellas las consecuencias esperables (habitación de Marte aceptada y confrontada con lo que el estudio del planeta nos enseñó o sugirió: La guerra de los mundos, de H.G. Wells) (1)".
Ese párrafo no sólo pone en evidencia la carta literaria e intelectual de un género llamado a desarrollarse, sino que también subraya la condición ambigua de los objetos corrientes de la ciencia-ficción. Pues si bien ya nadie niega la vida extraterrestre como hipótesis de investigación científica -es objeto de una disciplina. la exobiología no fue así a lo largo de todo el Siglo XX. Contrariando la lógica, esa idea fue ridiculizada, relegada al nivel de las quimeras que no tienen lugar ni en la ciencia ni en la literatura. cuando en realidad todos los datos necesarios para apreciarla correctamente ya estaban disponibles, salvo la existencia certificada de planetas extrasolares.
Para entender esa paradoja hay que proceder a un "salto einsteniano": Pasar de una imagen limitada de la ciencia-ficción a una formulación más general.
La imagen limitada es bien conocida: es la de un género nacido a comienzos del Siglo XX en cinco países (Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia, Estados Unidos) a partir de un puñado de obras fundadoras de Edgar A. Poe, Julio Verne, J.H. Rosny, Arthur Conan Doyle, Kurd Lasswitz, Herbert George Wells, Constantin Tsiolkovski y Edgar Rice Burroughs (ver recuadro). Los británicos crearon en torno de Wells la escuela de la "novela científica". Renard forjó el equivalente francés en 1909, bajo el nombre de "maravilloso científico. Y apenas diecisiete años después, el primer editor especializado estadounidense, Hugo Gernsback, inventaba la categoria comercial correspondiente, pasando entre 1926 y 1929 de "scientific fiction" ("ficción científica") a "scientifiction" ("cientificción"), para culminar en "ciencia-ficción", que no significa otra cosa que "ficción científica". El triunfo de la cultura popular estadounidense luego de la Segunda Guerra Mundial, el descubrimiento retrospectivo de los pulp magazines (2) y de las primeras traducciones de lsaac Asimov, A. E. Van Vogt y Ray Bradbury (todos los cuales surgieron entre 1939 y 1945) impusieron la etiqueta de Gernsback a escala mundial, borrando de paso el recuerdo de las escuelas europeas, lo que constituye en sí un enigma histórico interesante (3).
Protegido por las colecciones especializadas como una cultura experimental puesta en la incubadora, el género ganó progresivamente coherencia a la vez que se difundía en todos los campos de expresión. Sin embargo, jamás obtuvo el estatuto literario que deseaba darle Maurice Renard, particularmente en Francia, donde la critica sólo manifestó dos actitudes típicas· desprecio y negación.
Pero la ciencia-ficción es mucho más que una etiqueta editorial. En su formulación general representa un fenómeno cultural, de grandes dimensiones, cuyas manifestaciones desde un principio sobrepasaron la ficción, extendiéndose a terrenos tan diversos como el urbanismo, la filosofía, la religión, y todo el espectro de ciencias verdaderas o falsas. Pueden tomarse sólo un puñado de ejemplos recientes: los proyectos futuristas del Gran París; la tarea de los comités de ética sobre la automodificación del hombre por manipulaciones genéticas, todo lo que se llama lo post-humano"; el envío de la sonda Huygens a Titán en 1997, o el anuncio (inverosímil) hecho por la secta Rael de una clonación humana exitosa en 2002, son todas aplicaciones, correctas o desvíadas, del procedimiento de extrapolación descrito anteriormente: admitir como certezas determinadas hipótesis científicas, y deducir de ellas las consecuencias. Este procedimiento es el principio activo de la ciencia-ficción. Y traduce una cierta disposición intelectual, un gusto por el pensamiento especulativo y por la exploración extrema de las hipótesis, de las cuales Maurice Renard, como poeta, dio en su artículo otra formulación, menos rigurosa pero más impactante: "La aventura de una ciencia llevada hasta la maravilla o de una maravilla considerada científicamente".
La paradoja es que en esos términos se pueden describir tanto empresas racionales, como la conquista espacial, la construcción de la red internet (dos emprendimientos cuyas metáforas fundadoras, vocabulario, objetivos e imágenes mitológicas fueron forjados por la ciencia-ficción) o el proyecto reaganiano de "guerra de las estrellas" (4), como terrenos infinitamente más borrosos, a veces sospechosos, y en ciertos casos peligrosos, como el espiritismo, la búsqueda de la Atlántida, la investigación sobre los poderes parapsíquicos, o los 0VNlS.
Sin embargo, dos líneas de demarcación evitan perderse en esas ambigiiedades. La primera, visible sobre la misma tapa de los libros, es la que separa la ficción del documento. Esa diferencia a pesar de ser evidentes, fue objeto de una sistemática confusión de parte de la critica no especializada que muy a menudo trató todo de la misma manera (es decir, despreciando todo), con la excusa de que los temas eran los mismos. La segunda, es la de los resultados. Hace un siglo, las pretensiones del espiritismo a lo racional, la posibilidad de una antiquísima civilización marciana, o la de poderes parapsicológicos comprobables en laboratorio, no tenían nada de risibles, teniendo en cuenta los conocimientos y las prácticas de la época. Ya no es así hoy en día, a pesar de que, en ciertos casos, subsisten zonas oscuras. A la inversa, nadie pensaba en enviar hombres al espacio, fuera de los padres fundadores de la ciencia-ficción. La historia fue seleccionando, quizás de manera provisoria, entre las hipótesis fértiles y los sueños.
En su forma limitada, la ciencia-ficción aparece como una variante editorial menor, a veces como sinónimo de "grotesco" o de "quimera", que, un siglo después de su aparición no merece ni una línea en los manuales de historia literaria, contrariamente a la novela policial o a las historietas. Pero bajo su forma más general, la ciencia-ficción irrigó sectores enteros de la cultura contemporánea, generó creencias durables, formuló proyectos a escala de civilizaciones y contriboyó a su realización. ¿Cómo articular dos planos tan contradictorios?
En un ensayo titulado Fictions philosophiques el science-fiction (Actes Sud, 1990), el filósofo Guy Lardreau develó un poco ese misterio, al observar que durante el Siglo XX, la ciencia-ficción había ejercido un verdadero monopolio sobre la metafisica, la reina de las disciplinas en el pensamiento occidental, otrora situada en el cruce de la ciencia, la filosofia, la religión y el arte, pero considerada después de Nietzsche y Freud como un tema cerrado. Y en efecto, la ciencia-ficción, obsesionada por el cielo, siempre preocupada en formular nuevas hipótesis sobre la naturaleza del espacio, del tiempo y de la realidad, obsesionada por la inmortalidad y pródiga en individuos sobrehumanos tanto como en entidades gigantes, fue la única durante cien años en hacerse esas preguntas, consideradas como arcaísmos en todos los otros ámbitos. Y lo hizo con una forma propia -proponiendo una estética- y en una perspectiva concreta, sabiendo que un día la tecnociencia acabaría reactivándolas.
Es precisamente lo que está ocurriendo: ¿acaso el posthumano, el ciber-mundo, el contacto con una civilización extraterrestre, no son la reformulación de esas antiquisimas preguntas? Renard lo presentía ya en 1909: "Lo maravilloso-científico nos devela el espacio inconmensurable a explorar por fuera de nuestro bienestar inmediato; libera crudamente la idea de la ciencia de cualquier segunda intención de uso doméstico y cualquier sentimiento antropocéntrico. Rompe nuestra costumbre y nos transporta a otros puntos de vista, fuera de nosotros mismos".
Si el análisis de Lardreau es acertado, podría explicar por qué la alta cultura se negó a dar siquiera un vistazo a las hipótesis extremas desarrolladas por la ciencia-ficción: estas le parecieron regresiones, paralogismos, o peor aún, temas folc1óricos recubiertos de un barniz de científicidad La vida extraterrestre especialmente -tema fetiche del género durante cerca de ocho décadas- debió parecerse, para los pensadores del Occidente post-metafisico y post-cristiano, a un regreso por la puerta de atrás de los ángeles y los demonios. Ironía de la Historia, ese tema acabó recibiendo una calificación científica y movilizando activamente a miles de investigadores. "El objeto vicioso no lo era para nada", y la ciencia ficción resultó ser allí, efectivamente, "ciencia involuntaria".
Una consecuencia de ese giro fue la pérdida de carga fantasmal asociada al tema, y la relativa desafección que padece por parte de los autores, al igual que el tema del mundo futuro, otro terreno de actividad secular: lo que la ciencia pasa por el tamiz de sus verificaciones renuncia casi siempre al contacto con la alteridad radical que es tanto la promesa de la metafisica como de la ciencia-ficción. Pero el género compensó inmediatamente ese déficit con dos contramedidas. Ya que el futuro parecía bloqueado, el pensamiento especulativo se dió vuelta y atacó al pasado, multiplicando la ucronías, es decir, las historias alternativas que exploran "lo que hubiera ocurrido si ... ", Y que forman hoy en día una constelación de mundos imaginarios tan ricos como los futuros galácticos otrora soñados por los maestros de la edad de oro. Le Maitre du haut-cháteau (El hombre en el castillo) de Philip K. Dick, situado en un mundo hipotético donde el Eje ganó la Segunda Guerra Mundial; y Roma Eterna, de Robert Silverberg, cuyo titulo exime de explicaciones, son dos ejemplos bien logrados en la matena.
La segunda contra-medida es aún más espectacular, pues ella hace de la aparente uniformidad del futuro la fuente de una nueva promesa. Fue creada por el autor y matemático Vernor Vinge, quien la bautizó con el nombre de la Singularidad La misma prevé la inexorable convergencia de todas las tecnologías actuales en las próximas décadas, y la aparición, en su punto de intersección. de una super-inteligencia artificial cuya existencia aniquila todo pensamiento prospectivo: cuando las bases mismas de la humanidad tal como la conocemos -la mortalidad, la individualidad, la finitud y la dependencia del medio- son cuestionadas, resulta vano conjeturar sobre el mundo futuro. De tal forma, las ciencias y las tecnologías, en lugar de "matar el futuro" por desencanto, como parecen hacerlo actualmente, son vistas como la matriz de un acontecimiento metafisico de una envergadura inaudita, y vuelven a abrir la posibilidad de una nueva aventura para el género humano. En Francia, fue Michel Houellebecq quien brindó la imagen más conocida de esa profecía, en su libro Las partículas elementales.
¿Resurgimiento escatológico o ciencia involuntaria, llamada una vez más a realizarse? Acorralada entre la proliferación de pasados imaginarios y el anuncio de una transformación fundamental en el próximo medio siglo, nuestra época quizás esté elaborando -dolorosamente-los lineamientos de un nuevo pensamiento.
Referencias:
1) Maurim Renard. Le Spectatur nro. 6. octubre de 1909. Reeditado en Maurice Renard. romans et contes fantastiques. Paris, Laffont, Colección "Bouquins", 1990.
2) Periódicos baratos estadounidenses de comienzos del Siglo XX, que publicaban en particular historias fantásticas o de cienia-ficción.
3) El número de textos de ciencia-ficción aparecidos en Francia entre 1863 (comienzos de Viajes extraordinaños) y 1950 (comienzo de las traducciones estadounidenses), se calcula en 3.000. El primer Premio Goncourt fue atribuido a uno de ellos, en 1903 (Force ennemie de John-Antoine Nau). La primera colección de fibras dedicada al género también fue francesa (Les Hypermondes de Régis Messac. creada en 1935). Transpuesta en el terreno de la novela policial, esa tradición perdida equivale a olvidar Fantómas. Rouletabille, Arsenio Lupin y Maigret. Ver "Les mondes perdus de l'anticipation française", Le Monde diplomatique, julio de 1999.
4) Ver el articulo de Norman Spinrad. "Quand la guerre des étoiles devient réalité", Le Monde Diplomatique nro. 544, julio de 1999.
1) Maurim Renard. Le Spectatur nro. 6. octubre de 1909. Reeditado en Maurice Renard. romans et contes fantastiques. Paris, Laffont, Colección "Bouquins", 1990.
2) Periódicos baratos estadounidenses de comienzos del Siglo XX, que publicaban en particular historias fantásticas o de cienia-ficción.
3) El número de textos de ciencia-ficción aparecidos en Francia entre 1863 (comienzos de Viajes extraordinaños) y 1950 (comienzo de las traducciones estadounidenses), se calcula en 3.000. El primer Premio Goncourt fue atribuido a uno de ellos, en 1903 (Force ennemie de John-Antoine Nau). La primera colección de fibras dedicada al género también fue francesa (Les Hypermondes de Régis Messac. creada en 1935). Transpuesta en el terreno de la novela policial, esa tradición perdida equivale a olvidar Fantómas. Rouletabille, Arsenio Lupin y Maigret. Ver "Les mondes perdus de l'anticipation française", Le Monde diplomatique, julio de 1999.
4) Ver el articulo de Norman Spinrad. "Quand la guerre des étoiles devient réalité", Le Monde Diplomatique nro. 544, julio de 1999.
*Fuente: Le Monde Diplomatique, El Dipló, Julio 2009
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