Por Tomás Rivera*
Cuando una creencia se instala en el imaginario colectivo,
no importa si es cierta o errónea, resulta muy difícil erradicarla. Imposible,
en ocasiones. Cuando esa creencia se refuerza a lo largo del tiempo,
normalmente a base de repetirla, termina consolidándose y convirtiéndose en un
axioma. Y todos sabemos que los axiomas, por definición, son incontestables.
Uno de estos axiomas es que la Ciencia-Ficción es un
género literario escrito por hombres y dirigido a un público masculino, en el
que las mujeres, autoras o lectoras, son una pintoresca y hasta entrañable
excepción. Puede entenderse que esta idea emane de que, en efecto, la ficción
científica fue considerada durante mucho tiempo un subgénero sin valor
literario (estigma que aún arrastra hoy día, pero que de ser tratado en otra
ocasión), limitado a su distribución a través de la llamada literatura popular,
mediante publicaciones baratas (las celebérrimas revistas pulp, o en
España los hoy reivindicados bolsilibros) enfocadas a un público
generalmente juvenil, que buscaba la mera evasión, sin otras inquietudes.
Las historias publicadas de esta manera (relatos
cortos o novelas por entregas), fuesen de Ciencia-Ficción, terror, fantasía o
novela negra, estaban protagonizadas por hombres, héroes duros y viriles,
culmen de todos los atributos masculinos, mientras que las mujeres quedaban
reducidas a la categoría de acompañantes, damiselas en apuros o simples
intereses románticos para el protagonista. La situación llegaba al extremo en
las revistas de serie negra explotation y hard-boiled como Black
Mask, con mayores cargas de violencia y erotismo, incluso hasta la
pornografía.
Tomando la parte por el todo, se olvida que la
Ciencia-Ficción fue un género que supo salir de las catacumbas del quiosco y la
droguería, crecer, ramificarse, diversificarse y hacerse enorme hasta el punto
de ofrecer candidatos al Premio Nobel como Arthur C. Clarke, y se pasa por alto
que el papel de la mujer, como consumidora y como creadora de Ciencia-Ficción,
evolucionó parejo al proceso de cambio que experimentó la propia ficción científica,
género literario que, paradójicamente, nace con una novela firmada por una
mujer.
Sin ánimo de ser exhaustivos, podemos hacer una breve
panorámica de la presencia de las mujeres en la Ciencia-Ficción, a través del
perfil de varias de las autoras más significativas del género. No conseguiremos
extirpar una creencia sesgada y prejuiciosa, pero tal vez podamos comenzar a
hacer girar la rueda:
Mary Shelley, la precursora
Si “Frankenstein o el moderno Prometeo” es o no
la primera obra de Ciencia-Ficción de la historia no es algo que esté al
alcance de este artículo dirimir, pero sí podemos afirmar, pues así se
considera de manera casi unánime, que es el génesis y la primera obra de
Ciencia-Ficción moderna. Es decir, la primera autora reconocida de Ciencia-Ficción
fue una mujer. Publicada en 1818, “Frankenstein” de Mary Wollstonecraft
Shelley (1797-1851) actualiza, como su subtítulo indica, el mito de
Prometeo: el deseo del ser humano de imitar a la divinidad (o a la Naturaleza)
creando vida, y las ominosas consecuencias que derivan de su arrogancia y su
osadía. Con el monstruo del doctor Frankenstein, Shelley sienta una temática
central y recurrente de la Ciencia-Ficción: la criatura artificial que se
rebela contra su creador, con demasiados ejemplos para enumerar aquí: novelas
como “La isla del doctor Moreau” de H.G. Wells, “¿Sueñan los
androides con ovejas eléctricas?” de Philip K. Dick o “La torre de
cristal” de Robert Silverberg, relatos como “No tengo boca y debo
gritar” de Harlan Ellison, o sagas cinematográficas como “Terminator”
o “Matrix”.
La repercusión de “Frankenstein” eclipsó otro
hito significativo de Shelley, injustamente olvidado hoy día: “El último
hombre” (The Last Man), editada en 1826. Vilipendiada y ridiculizada por la
crítica en su momento, fue el mayor fracaso de la autora (pese a ser una de sus
obras favoritas y más ambiciosas), y no se reeditó hasta 1965. Se considera
la primera novela post-apocalíptica y la primera historia de anticipación
distópica, pues narra la desaparición de la especie humana a finales del
siglo XXI, como consecuencia de una plaga. Esta temática central de la
Ciencia-Ficción será revisitada una y otra vez, a partir de “La Tierra
permanece” de George R. Stewart (1949).
The Futurians, la igualdad
Los Futurianos fueron un fenómeno digno de
estudio. Un colectivo de aficionados a la Ciencia-Ficción, devotos y muy
activos (lo que hoy se denomina fandom) originarios o residentes de
Nueva York, que entre 1935 y 1945 reunió a personalidades que después serían
escritores, editores y/o críticos de primera línea del género.
A los Futurianos les unían elementos comunes
como la condición judía (muchos lo eran, aunque no todos) y, por encima de
todo, su mentalidad progresista, militando algunos de sus miembros en diversos
partidos y agrupaciones de izquierdas, incluso en el Partido Comunista de América.
Y dentro de este círculo de personas de mentalidad adelantada a su época, que
incluso compartieron varias residencias comunes, no solo era habitual la
presencia de mujeres, sino que éstas eran miembros de pleno derecho. Las
Futurianas eran escritoras, ilustradoras o agentes literarias, pero ante todo
eran aficionadas a la ficción científica y mujeres progresistas que vivieron
con libertad y ajenas a los férreos convencionalismos sociales de su época.
Varias de ellas se casaron con otros componentes del grupo. Por los Futurians pasaron:
–
Judith Merril (pseudónimo de Judith Josephine Grossman)
– Virginia Kidd (después Virgina Blish, por matrimonio
con James Blish)
– Elsie Balter (después Elsie Balter Wollheim, por
matrimonio con Donald A. Wollheim)
– Rosalind Cohen (después Mrs. Dirk Wylie, pues su
marido, Harry Dockweiler, era apodado Dirk Wylie)
– Mary Byers (después Mary Kornbluth, por matrimonio
con Cyryl Kornbluth)
– Doris Marie Claire “Doë” Baumgardt (que firmaba con
el pseudónimo masculino Leslie Perri).
Catherine Lucille Moore, abriendo
camino
Firmando con sus iniciales para ocultar su condición
femenina, C.L. Moore (1911-1987) fue una mujer en un mundo masculino (y
marcadamente machista) como era la literatura pulp, en la que debutó en
1933 con el relato “Shambleau”, publicado en la mítica Weird Tales, y
que arrancó elogios del mismísimo H.P. Lovecraft. En “Shambleu” vio
la luz Northwest Smith, su personaje más conocido, un piloto de
astronaves aventurero, desaliñado, cínico y socarrón, que aparecería en muchos
de sus relatos posteriores y que inspiraría a otros personajes posteriores como
Han Solo.
Esposa del también escritor de Ciencia-Ficción Henry
Kuttner, formó con su marido un equipo muy productivo. La crítica estima, de
manera unánime, que su obra conjunta atesora mayor calidad literaria que sus
obras por separado. Por los condicionantes de la época, sus títulos solían
publicarse firmados solo por Henry Kuttner o bajo pseudónimos masculinos.
Por desgracia, tras el prematuro fallecimiento de su
marido, C.L. Moore apenas volvió a escribir, y tras casarse de nuevo lo dejó
por completo y se retiró de la vida pública, haciendo apariciones contadas y
esporádicas en convenciones.
Leigh Brackett, la reina del Space
Opera
Leigh Douglass Brackett (1915-1978), apodada The
Queen of Space Opera, escribió infinidad de relatos de este subgénero de
evasión en publicaciones pulp como Astounding Science Fiction y Planet
Stories. Con su novela negra “No Good from a Corpse”, publicada en
1944, llamó la atención de la industria del cine, comenzando una brillante
carrera como guionista (que alternaría con su producción literaria), cuyo
primer trabajo fue la adaptación de la inmortal “El sueño eterno” de
Raymond Chandler, mano a mano con William Faulkner. Luego vinieron otras como “Rio
Bravo”, “Hatari”, “Rio Lobo” o “El largo adiós”,
series televisivas como “Alfred Hitchcock presenta”… y un primer guión
de “El imperio contraataca”, aunque desgraciadamente falleció antes de
concluir la versión final, en la que consta como co-autora.
Octavia E. Butler, escribir contra
la adversidad
De raza negra, huérfana de padre desde muy pequeña,
disléxica, tímida y retraída, y criada en una familia de estricta moral
baptista, Octavia E. “Junie” Butler (1947-2006) no estaba en el mejor
punto de partida para ser escritora de Ciencia-Ficción, género que conoció y
amó a través de revistas pulp como Galaxy o Fantasy and Science
Fiction. Pero en su adolescencia ya escribía sus primeros relatos. Practicó
la Ciencia-Ficción social, y al igual que su amigo Samuel R. Delany, su obra
trata de la influencia de elementos como la raza, el género y la sexualidad en
la conformación de las identidades sociales. Ganó, entre otros, dos Hugo
y dos Nebula. Apadrinada por Harlan Ellison, su obra disponible en
castellano incluye la Trilogía del Xenogénesis, compuesta por las
novelas “Amanecer”, “Ritos de madurez” e “Imago”,
publicadas entre 1987 y 1989.
Marion Zimmer Bradley
Siempre con una perspectiva femenina y feminista,
Bradley (1930-1999) fue escritora y editora, fomentando que otros autores y
autoras incluyesen en sus obras heroínas y personajes femeninos que se saliesen
de los roles tradicionales. Sus obras más conocidas son la Saga de Darkover,
que combina Ciencia-Ficción y fantasía, muchos de cuyos títulos,
lamentablemente, son muy difíciles de encontrar en castellano, y la novela “Las
nieblas de Avalon” (ganadora del premio Locus), una revisión
del ciclo artúrico narrado por Morgana. Su figura se ha visto empañada
recientemente por las acusaciones de abuso sexual por parte de su hija Moira.
Lois McMaster Bujold
Amada y odiada a partes iguales por su literatura de
evasión, sin pretensiones trascendentales, la autora nacida en 1949 comenzó a
escribir por necesidades económicas. Desde 1986 viene publicando, además de
otros libros y relatos, la Serie de Miles Vorkosigan, que cuenta con
veintiún títulos, por ahora. Los ataques de la crítica especializada, que
considera que su ficción científica carece de rigor y que no aporta nada
innovador al género, no le han impedido hacerse con cuatro Hugo y un Nebula,
pues el público, verdadero juez último, se lo pasa en grande con las aventuras,
intrigas, conspiraciones y romances del deforme pero aristocrático Miles
Vorkosigan.
Nancy Kress
Comenzó a escribir como entretenimiento, primero
fantasía y después ficción científica, para terminar siendo una de las autoras
más reconocidas de la actualidad. Nacida en 1948, publicó su primer relato en
1976. La avalan un premio Hugo, cuatro Nebula y un John W.
Campbell Memorial, entre otros. Su obra principal es la Saga de los
Insomnes, una trilogía encuadrada dentro del postcyberpunk que
arranca con “Mendigos en España”, publicada en 1994, y que reflexiona
sobre unas diferencias de clase agravadas por la ingeniería genética.
Ursula K. LeGuin
Tal vez la autora de ficción científica más
prestigiosa, la doctora Ursula Kroeber Le Guin (nacida en 1929) es el máximo
exponente de la Ciencia-Ficción social. Feminista, anarquista y taoísta,
practicó también la fantasía con su célebre saga Terramar, aunque
es en su Ciclo de Hainish o Universo Ekumen donde mejor ha podido
especular con sus postulados sociales, con obras como “Los desposeídos, una
utopía ambigua”, en la que plantea las posibles contradicciones derivadas
de una sociedad anarquista, o “La mano izquierda de la oscuridad”,
estimada como su obra maestra, ambientada en un planeta en el que todos los
individuos son hermafroditas, mudando de sexo según condicionantes externos y
pudiendo concebir vida. A su dos Hugo, cuatro Nebula y cinco Locus
se suma el mérito de ser la primera mujer en ser nombrada GrandMaster de
la Sciencia Fiction Writers of America.
Connie Willis, la más popular
El autor de Ciencia-Ficción más laureado es una mujer, y se llama
Connie Willis. Once premios Hugo, siete Nebula y cuatro Locus,
entre otros, la convierten en la autora contemporánea más agraciada por público
y crítica. Constance Elaine Trimmer Willis, nacida en 1945, es autora de
diecisiete novelas y un buen número de relatos y ensayos. Sus obras más
destacadas son las novelas “Los sueños de Lincoln”, “El libro del día
del juicio final”, “Oveja mansa”, “Por no mencionar al perro”
y “El apagón”. En castellano se publicaron varios de sus relatos en dos
tomos titulados “Lo mejor de Connie Willis I & II”. Como otras
autoras, Willis normaliza la presencia de protagonistas femeninas, sin que
éstas tengan que ceñirse a determinados cánones preestablecidos.
Llegados aquí, cabe matizar que las escritoras del
género no estuvieron solas en su lucha, pues los prejuicios y estereotipos en
la Ciencia-Ficción no se limitan a una cuestión de sexo. La mentada era del pulp,
la llamada Edad de Oro, se caracterizó por la preponderancia de una
perspectiva masculina excluyente también por otros factores, como la raza o
la posición social. Todos los personajes eran de raza blanca, pero también de
fenotipo anglosajón y habitualmente jóvenes y físicamente atléticos y
atractivos, siempre capaces de las mayores proezas. Editores históricos como
John W. Campbell o Horace Gold merecen todo el crédito por su labor
promocionando y editando a escritores que hoy son primeros nombres del género,
pero también cabe un cierto revisionismo de sus sesgos, y ciertos sectores
críticos tildan abiertamente hoy a Campbell de racista. Autores como Samuel R.
Delany poseen el valor de abrir la Ciencia-Ficción a la diversidad, y de
plantear historias protagonizadas por hombres o mujeres, de distintas razas o
mestizaje de las mismas, con distintas opciones sexuales y/o con diferencias
físicas o mentales. El relato “Flores para Algernon” (1966) de Daniel
Keyes supuso un acontecimiento histórico: estar protagonizado por un
discapacitado intelectual.
La óptica femenina en la Ciencia-Ficción, por tanto,
no se reduce por necesidad a la Ciencia-Ficción feminista, ni se circunscribe
únicamente a ella. La Ciencia-Ficción feminista ha sido practicada en múltiples
formas por igual por hombres y mujeres (con obras como “Venus mas X” de
Theodore Sturgeon, “Houston, Houston, ¿me recibe?” de James Triptree o “El
hombre hembra” de Joanna Russ), pero la obra de las autoras de
Ciencia-Ficción conforma un único conjunto con la de sus colegas masculinos, un
corpus literario completamente integrado y normalizado en el que las
diferencias de sexo se diluyen para dar paso a las simples diferencias de
perspectiva personal y de modo de concebir la literatura propias de cada autor.
De igual modo, los galardones que, en número y variedad, acumulan las autoras
aquí presentadas, deberían ser claro indicador de la aceptación que tienen
entre público e industria.
Así, y si bien es innegable la desproporción numérica
de mujeres con respecto a la de hombres en el mundo de la Ciencia-Ficción,
debemos comenzar a replantearnos el estereotipo comúnmente extendido y aceptado
de que la ficción científica es un género “de hombres”, y abandonar
afirmaciones categóricas como que la presencia de autoras es testimonial o no
supone una aportación de peso al conjunto de la Ciencia-Ficción como
manifestación artística y literaria.
Fuente: https://maleducadas.wordpress.com/2015/12/22/las-mujeres-en-la-ciencia-ficcion/
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