LA BOFETADA VOLANTE
Relato de Harry Marcus
Transparentes como fantasmas, en el escaparate de la librería se reflejan las imágenes de Óscar y Miguel, dos estudiantes sudamericanos con beca en Europa.
- Mira: cada vez salen más obras sobre parapsicología y ocultismo. ¿Tú crees en esas cuestiones de telepatía, telequinesis, desdoblamientos y cosas por el estilo?
- Bueno, quizá pueda haber algo de cierto en todo eso a pesar de las exageraciones. Aún he leído poco sobre el tema, pues sigo muy ocupado con mis libros sobre el Zen.
- No contestas mi pregunta…
- ¿Que si creo en los supuestos poderes ocultos de la mente? Pues ni acepto ni rechazo cuanto se afirma. Dicen que casi todos disponemos de semejantes facultades en forma latente y que a veces las aplicamos sin darnos cuenta, desencadenando fuerzas de efectos imprevistos. Sea como fuere, a mí no me convendría poseer tales potencias extraordinarias puesto que soy demasiado agresivo. Por ejemplo, cada vez que pienso en los contrasentidos de esta sociedad del derroche, me entran ganas de abofetear a los transeúntes.
Óscar mira con sorna a su amigo:
- Aparte del momentáneo desahogo, ¿qué efectos puede tener una simple bofetada?
- Para contestarte al estilo Zen, lo más categórico y convincente es un buen experimento de prueba – dice Miguel lanzando su palma abierta al rostro del amigo, pero éste logra esquivar a tiempo el impacto. Sin embargo, se produce una misteriosa forma de descarga: convertida en etérea pompa de energía, la bofetada se desprende del contorno de la mano y sale disparada con rumbo desconocido. Nadie puede verla, pero algunos perciben su amenaza en un zumbido apenas audible.
- Mira: cada vez salen más obras sobre parapsicología y ocultismo. ¿Tú crees en esas cuestiones de telepatía, telequinesis, desdoblamientos y cosas por el estilo?
- Bueno, quizá pueda haber algo de cierto en todo eso a pesar de las exageraciones. Aún he leído poco sobre el tema, pues sigo muy ocupado con mis libros sobre el Zen.
- No contestas mi pregunta…
- ¿Que si creo en los supuestos poderes ocultos de la mente? Pues ni acepto ni rechazo cuanto se afirma. Dicen que casi todos disponemos de semejantes facultades en forma latente y que a veces las aplicamos sin darnos cuenta, desencadenando fuerzas de efectos imprevistos. Sea como fuere, a mí no me convendría poseer tales potencias extraordinarias puesto que soy demasiado agresivo. Por ejemplo, cada vez que pienso en los contrasentidos de esta sociedad del derroche, me entran ganas de abofetear a los transeúntes.
Óscar mira con sorna a su amigo:
- Aparte del momentáneo desahogo, ¿qué efectos puede tener una simple bofetada?
- Para contestarte al estilo Zen, lo más categórico y convincente es un buen experimento de prueba – dice Miguel lanzando su palma abierta al rostro del amigo, pero éste logra esquivar a tiempo el impacto. Sin embargo, se produce una misteriosa forma de descarga: convertida en etérea pompa de energía, la bofetada se desprende del contorno de la mano y sale disparada con rumbo desconocido. Nadie puede verla, pero algunos perciben su amenaza en un zumbido apenas audible.
La bofetada vuela sobre la muchedumbre al nivel de las cabezas aventando sombreros y desordenando peinados como una ráfaga de aire caliente. Una vieja enclenque se detiene extrañada, creyendo oír un moscardón imposible a esa altura del año y un policía sospecha el paso de una bala perdida. Se resquebrajan los vidrios de muchas ventanas, varios perros empiezan a aullar ante la consternación de sus amos y en el bar de la esquina alguien apaga la radio entre maldiciones contra Luis Armstrong y su trompeta, pero sobre las mesas siguen reventando botellas y copas bajo las narices de los atónitos parroquianos.
La bofetada cobra fuerza al penetrar como una flecha en un supermercado repleto de gente adicta al consumo, recorre en zigzag las distintas secciones cual fulgurante vibración eléctrica a lo largo de los mostradores con cajeras que se equivocan al tocar las teclas de sus máquinas registradoras, cristalino tintineo de monedas desparramadas sobre el piso, repentina aceleración en la bajada del ascensor con intenso deleite de cosquillas en el vacío de los estómagos durante una interminable precipitación hacia la planta baja, donde el vértigo inicia un raudo sondeo espiral desplegando sus ondas de alarma con creciente alboroto hasta localizar la víctima buscada y entonces ya nada puede atajar la alucinante estela magnética en su rectilíneo curso polarizado a través del mar de ojos desorbitados entre la taquicardia y los sobresaltos y platch…
Todos quedan paralizados, mirando en suspenso a un individuo muy obeso en cuyas mejillas va apareciendo poco a poco la marca de cinco dedos rojos y gruesos como bananas. Aterrado por el tremendo sopapo invisible, el gordo suelta primero los paquetes que portaba y luego se derrumba entre un compacto grupo de curiosos.
- ¿A qué se deberá ese tumulto? – pregunta Óscar al pasar junto a la entrada del establecimiento.
- Tal vez haya una liquidación de ropa o de zapatos – comenta Miguel examinándose las manos con atención.
- ¿Qué tienes?
- No sé. Hace un instante sentí como una llamarada en mi palma derecha y ahora me duele toda la mano.
- Puede ser un ataque de reumatismo. ¡Eso te pasa por andar sin guantes en pleno invierno!
- Déjame en paz con tus diagnósticos majaderos, ¿quieres? De lo contrario volveré a ensayar puntería con esa bofetada que te quedo debiendo.
Óscar se ríe, pero toma la precaución de ampliar la distancia lateral antes de seguir caminando junto a su amigo.
- ¿A qué se deberá ese tumulto? – pregunta Óscar al pasar junto a la entrada del establecimiento.
- Tal vez haya una liquidación de ropa o de zapatos – comenta Miguel examinándose las manos con atención.
- ¿Qué tienes?
- No sé. Hace un instante sentí como una llamarada en mi palma derecha y ahora me duele toda la mano.
- Puede ser un ataque de reumatismo. ¡Eso te pasa por andar sin guantes en pleno invierno!
- Déjame en paz con tus diagnósticos majaderos, ¿quieres? De lo contrario volveré a ensayar puntería con esa bofetada que te quedo debiendo.
Óscar se ríe, pero toma la precaución de ampliar la distancia lateral antes de seguir caminando junto a su amigo.
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