Dos hombres con expresiones neutras impenetrables, ojos ocultos tras cristales negros, y pulcros trajes oscuros diseñados para intimidar, informaron al profesor Amstrong que lo llevarían de inmediato con rumbo desconocido. Sus movimientos de autómatas eran exactos como relojes digitales.
El anciano balbuceó sorpresa, temor e indignación que los extraños ignoraron, y fue prácticamente arrastrado fuera del aula 23 en el segundo nivel del bloque de Historia de la Universidad de Harvard, ante las miradas atónitas, sorprendidas e impotentes de sus estudiantes.
El auto oficial esperaba frente a la entrada principal del edificio, con las puertas abiertas como bocas hambrientas y el motor zumbando impaciente sometido a un tercer desconocido que pisaba el pedal distraída e innecesariamente, mientras vigilaba cada movimiento de los estudiantes que miraban con curiosidad al Mercedes oscuro y brillante que semejaba un extraño espejo.
Amstrong fue introducido con ruda eficiencia al asiento trasero, y las cuatro puertas se cerraron al tiempo que las gomas chillaban sobre el asfalto y más miradas curiosas brotaban de las puertas y ventanas de los bloques Circundantes.
"Exijo saber qué... " La frase quedó inconclusa porque un poderoso narcótico en aerosol entró en un segundo a su sistema respiratorio.
Tres horas y cuarenta y dos minutos después, cuando el resplandor blanco hería sus ojos y el zumbido monótono aletargaba sus oídos, Amstrong volaba en un gran avión supersónico escoltado por siete cazas bombarderos sobre la cordillera de Los Andes, que era un mundo de hostiles granitos congelados y lajas antiguas.
-Disculpe profesor. Yo trataré de explicarle. -La voz de hielo era profesional y calculada. La mujer dibujó una sonrisa falsa y Amstrong recuperó penosamente la conciencia.
-¿Dónde estoy?
-Eso no importa, Profesor. Preste mucha atención, por favor.
Ella le refirió metódica y meticulosamente un evento tan increíble que el anciano se sintió insultado:
Un artefacto había aparecido en un islote del lago Titicaca. La NASA no tenía idea de lo que era, de su procedencia, su composición, sus sistemas, ni nada. Era luz sin origen, sin calor y sin energía. Simplemente era luz. Luz que fijaba pensamientos en las mentes de quienes se aproximaban a ella. Impregnaba obsesiones.
-¿Y yo qué tengo que ver?- Preguntó el anciano con mal disimulada incredulidad.
-¿No lo sabe?
-No.
Ella y tres militares que se habían precipitado a la cabina en espera de la respuesta se miraron horrorizados. Luego la mujer dijo con ojos penetrantes y preocupados clavados en los del anciano:
-Esperábamos que lo supiera. La luz insiste en hablar con usted profesor.
Enjambres de helicópteros y miríadas de lanchones de toda clase, color y calado pululaban en torno a un peñasco que sobresalía 20 metros por sobre la superficie del lago Titicaca. Era roca gris, áspera y sin vida que semejaba el puño de un gigante. Trabajosamente ayudaron al anciano a llegar a la cima de la roca y fue allá donde se encontraron Amstrong y la luz. La luz lo reconoció, brilló y habló sólo para él, en una voz mental que el aire no podía transmitir.
-Traigo un mensaje.
El anciano cayó horrorizado de espaldas, miró alrededor y creyó enloquecer. El silencio era absoluto y los pájaros orgánicos y mecánicos estaban paralizados en pleno vuelo, como si alguien hubiera oprimido el botón de pausa durante una demente película reproducida por un DVD casero.
-¿Quién es usted? ¿De dónde viene?
-No puede comprenderlo desde esa mente y ese cuerpo. Tal vez en otra mente y en otro cuerpo. Tal vez jamás. Tal vez siempre. Tal vez por la eternidad.
El anciano trató de alejarse, de saltar al agua helada, de gritar su te¬rror, de salir de la pesadilla.
-Escuche el mensaje.
Un brillo apareció en los ojos agotados e imperfectos del viejo. Se volvió hacia la luz y enunció con el tono agudo y seguro de quien acaba de descubrir algo importante:
-Es lo que otros han llamado un ángel... Pero... Hay ángeles ... Y ángeles. Unos salvan, otros liberan. Los hay que condenan y ejecutan. Algunos tientan y hasta pervierten.
La luz prosiguió sin pausar:
-Es tiempo de que usted parta de aquí y venga conmigo.
-¿He muerto?
-No. Simplemente debe irse de aquí. Todo esto será exterminado muy pronto. La hora está a punto de llegar.
-¿Como Sodoma y Gomorra?
-No. Esta vez no quedará vestigio alguno de la vida humana. Cada registro, artefacto y recuerdo serán eliminados. Todas las obras del hombre serán vaporizadas y hasta sus restos fosilizados serán pulverizados y reciclados.
-¿Por qué?
-La humanidad se ha traicionado a sí misma y ha roto equilibrios eternos y universales.
-¿En qué forma?
-El hombre evolucionó para la libertad y para la eternidad. Para probar el placer y el dolor. Para oler a la presa y al depredador. Para que su adrenalina estalle en medio de anocheceres de fuego mientras compite con las fieras por el derecho a reclamar una muerte. Para que los latidos de su corazón bombeando éxtasis al cerebelo queden impregnados como segundos infinitamente valiosos en la eternidad. Para buscar su cielo y huir de su infierno aquí mismo, en La Tierra. Porque su vida no es sino un símbolo con un comienzo y un final, y todo el infinito que está contenido en medio.
-El hombre no puede permanecer salvaje. Debe aprender, crecer, explorar, viajar, conocer. Esa vida que usted describe fue superada hace milenios.
-El hombre no fue creado para el perverso hacinamiento, las jaulas de acero y vidrio, el confort que narcotiza su naturaleza, ni la falsa sensación de seguridad que pervierte y envenena su existencia y la de los demás. El hombre descompone el orden y la armonía. El hombre fue un error.
El anciano entrecerró los ojos y retrocedió un poco mirando de reojo a la luz antes de preguntar:
-¿Un error de quién?
-No puede entenderlo, lo mismo que un glóbulo blanco de su cuerpo no puede comprender quién es usted.
-¿Y causar una leucemia?
-Exacto.
-¿Y a dónde quiere llevarme?
-A la eternidad.
-¿Cómo se llega allá?
-Simplemente se SABE que uno ya llegó. No es un lugar. Es un conocimiento. Es la aceptación de la abrumadora evidencia de que somos parte de lo infinito, y que en lo infinito las posibilidades son infinitas, y en algún lugar de lo eterno hay necesariamente una vida eterna para usted. Negarlo sería negar la existencia de la eternidad, y por tanto necesariamente un error. Cada instante de su existencia tiene su lugar en el infinito, y lo hace a usted eterno.
-¿Por qué elegirme a mí para ese viaje? ¿Por qué no un sabio o un joven? ¿Por qué no elegir miles de personas? ¿Millones? Vale la pena salvar a millones... O como usted dice, mostrarles la eternidad.
-Innecesario. Todos vivirán a través de usted por la eternidad. Y muchos que tuvieron su momento en La Tierra también tocarán el infinito a través de sus conocimientos de la Historia Humana.
-¿Entonces es por eso que me eligieron? ¿Por mis conocimientos de la historia de la humanidad? ¿Se da cuenta de que en mi mente viven no sólo santos, sino también demonios? ¿Que la Madre Teresa convive con Atila en mi mente? ¿Que usted le está ofreciendo la eternidad a Hitler?
-En la eternidad el bien y el mal no existen. Sólo el equilibrio. Y la humanidad rompe el equilibrio mientras se autoflagela. Y sin equilibrio, no puede haber eternidad. Equilibrio entre el vacío y los cuerpos, las supernovas y las enanas blancas, el efecto Doppler y los agujeros negros, el Big Bang y el Big Crunch, el nacimiento y la muerte. El equilibrio es infinito. El desequilibrio es finito.
El anciano comprendió, y vio que era también una luz que se fundía con la otra luz.
En cambio, el cielo sobre el lago Titicaca se oscureció de pronto al paso de un enorme meteorito que caía. Uno de sus hermanos meteoritos había terminado con el desequilibrio causado por los dinosaurios. Este terminaría con las aberraciones causadas por los humanos. Ellos (los meteoritos) estaban destinados a mantener el equilibrio. El equilibrio era la eternidad.
Amstrong contempló el cataclismo desde su nueva forma, vislumbrando conocimientos y desafíos jamás imaginados en su existencia terrestre. A través de él, la humanidad renacía. El nuevo infante sonrió. La vida siempre encontraba un camino hacia la eternidad. Siempre.
REFERENCIA BIBLIOGRAFICA:
Aracena Fernando. EVOLUCION (Cuento). En Poesía, Narrativa, Ensayo y Anecdotario. Unión Nacional de Poetas y Escritores de Cochabamba. Editor: Unión Nacional de Poetas y Escritores de Cochabamba. Cochabamba, 2009.
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