Más allá de la ciencia-ficción

EDMUNDO PAZ SOLDAN

Descubrí la ciencia-ficción de la mejor manera posible, cuando tenía diez años y sólo me interesaba leer una narración que me cautivara. No sabía de géneros ni si, para la historia de la literatura, H.G. Wells era más o menos importante que Joyce.

En ese entonces leía, sobre todo, a Julio Verne, algo que —para quien leía a Verne como un contemporáneo y no le interesaba saber que era un autor francés del siglo XIX—, amortiguaba cualquier intento de proyectar el futuro en el presente; yo ya estaba familiarizado con submarinos y viajes a la Luna.

Primera convención implícita del género: toda obra de ciencia-ficción inicia su camino hacia el anacronismo apenas publicada. En realidad, esta convención abarca a toda obra literaria: para comunicarse, algunos personajes de Henry James usan el telégrafo. Los lectores de hoy aceptamos esa extravagancia y no lo amonestamos por ello; no somos tan benévolos con los autores de ciencia-ficción. Deberíamos serlo.

Se juzga a la ciencia-ficción por su capacidad de imaginar el futuro; se mide a los escritores del género con la vara con que Víctor Hugo pedía medir a los poetas: como profetas y visionarios. Nadie discute si Verne, Wells o Dick eran buenos escritores; cuando se habla de ellos, es inevitable discutir cuán acertadas o no fueron sus predicciones.

Y sin embargo, quizás Verne, Wells y Dick no son importantes por ello sino porque fueron grandes narradores que, al imaginar el futuro, dejaron constancia de los sueños, ansiedades y pesadillas de la Francia del “siglo del progreso”, de la Inglaterra a fines de la era victoriana, del paranoico Estados Unidos de la “guerra fría”.

Una historia de la literatura del siglo XX debería analizar el progresivo avance de dos géneros, el policial y la ciencia-ficción, sobre las canónicas aguas de la literatura de corte realista. Hoy, casi no hay novela realista que no juegue con algunas de las convenciones del género policial, ni que explore un tema o arriesgue un párrafo o una especulación que décadas atrás hubiera estado confinada a la ciencia-ficción. Cuando nos ponemos a narrar el presente, nos topamos con la biotecnología y los piratas informáticos; nuestro paisaje urbano está plagado por tecnologías tan nuevas que ni siquiera han visitado las páginas de la ciencia-ficción y ya son parte normal de la novela realista: teléfonos móviles, la red de internet, descargar en Sevilla una canción desde una computadora situada en Seattle.

Quizás la ubicua presencia de las nuevas tecnologías en la novela realista de hoy nos permita leer a la ciencia-ficción de otro modo: más allá de los fuegos artificiales de sus artefactos futuristas y de su capacidad para imaginar un futuro posible. Es decir, más allá de las convenciones del género.

Fuente: La Prensa, La Paz - Bolivia 21-09-2003


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