FISGONEANDO EL FUTURO

Autor: Iván Prado Sejas


Estaba observando por el ojo de la cerradura de un portón antiguo y vi un caballo picazo que se dirigía hacia la puerta, desde el otro lado. Retiré mi mirada de la aldabilla y revisé las características de aquel portón rústico. En la parte superior derecha tenía una placa con la inscripción en latín: “IN TE RES FUTURA”. Mis amigos me habían comentado que era una puerta hacia el futuro. Me causaba gracia la idea. Intenté alejarme del lugar. Pero, al mismo tiempo, aparecía en mí la curiosidad que me inducía a abrir el portón para ingresar al supuesto mañana. Uhm, ingresando seguramente veré una casona vieja por dentro, y me reiré de mis amigos, me dije, lanzando una sonrisa de burla.

…Era un 9 de abril, y me veía pegado al lado del portón. Había gente detrás mío que festejaba la revolución. Me apretujé más hacia la puerta, para no ser arrastrado por el pasado. Y nuevamente miré por la cerradura y verifiqué que el caballo estaba al lado de la puerta, como esperándome. Mi corazón empezó a latir con mayor frecuencia, y la ansiedad de no saber qué hacer invadió mi ser. Una parte mía deseaba abrir la puerta y tomar el caballo para partir hacia horizontes desconocidos. Otra parte deseaba quedarse, para festejar la revolución. Miré ansioso el reloj, para disimular mi nerviosismo. ¿Y la llave?, me pregunté. No hubo respuesta. En ese momento vinieron a mi memoria los recuerdos de mi infancia: Mis padres, mis abuelos, mis amigos, mis mascotas, mis juguetes… Lloré y lloré. Era mi derrota, frente a mi historia personal.

Mire hacia abajo y noté que un grillete, conectado a una cadena, sujetaba uno de mis pies. Jalé con fuerza y no pude soltarme. ¿Pero si hace un momento no había el grillete, yo estaba libre para decidir mi futuro, mi libertad?, me hice la pregunta. Vinieron a mi mente reiteradamente más recuerdos; tenía nuevamente ganas de llorar, de reír, de renegar… Un torrente de sentimientos me invadía, pero me sujeté y no permití la inundación. Imaginé el color amarillo, el dorado, el violeta, el rosado, y todos aquellos colores que me daban calma. Mis emociones desaparecieron, y la tranquilidad había colmado mi ser. Entonces, noté que el grillete había desaparecido. Busque la llave, y observé que lo tenía en uno de los bolsillos de mi paletó. Pero había un aspecto extraño en el objeto. Lo sentía más sólido cuando mi tranquilidad se hacia más tangible. Y cuando mis temores momentáneos aparecían, la llave se diluía. Procuré estar con la mayor tranquilidad y lucidez posible; saqué la llave del bolsillo y la dirigí hacia la cerradura. Mi corazón empezó a palpitar lentamente. Algo me decía que debía sentir mi corazón para que la llave abriera la puerta. Entonces, olvide mi mente y me concentré en el corazón. Gire la llave, y la puerta, se abrió… Ingresé sin mirar hacia atrás, y, a pesar de que mi mente me pedía reiteradamente revisar mis recuerdos, no le hice caso…

Un campo verde apareció delante mío. Habían pasado más de mil años en aquel lugar. No era más Bolivia, no era más Sudamérica. El paraje era agradable de percibir, para la vista, para el olfato y para todos los sentidos. Mi corazón regía mis sentimientos y pensamientos y, sobre todo, mi intuición como captadora de lo real. Busqué al caballo… Pero han pasado más de mil años, y seguramente el caballo no existe, me dije, confundido respecto a la existencia del cuadrúpedo. Una ola de imágenes de corceles vino a mi mente y sentí un poco de mareo. El caballo era una ilusión. Sacudí levemente mi cabeza para volver a la normalidad. La imagen del bello paisaje volvió a mi percepción.

Fui caminando como un peregrino sin norte. Eso parecía ser; sin embargo, mi corazón sabía dónde me dirigía. A unos quinientos metros divisé una pequeña capilla. La imagen era algo borrosa, pero continúe mi caminata en aquella dirección. Pocos minutos después estaba en el atrio del templo. Esperaba que saliera a recibirme un cura o un monje. Mientras estaba a la espera, miré alrededor y noté que había moho en las paredes y en el piso. Bueno qué más se podría esperar si habían pasado más de mil años. 3052 fue el número exacto que me vino a la mente. O sea, era ese año lo que quedaba de Bolivia o, no sé que territorio era éste. Un mil cien años después de la revolución popular, y un mil cuarenta y seis años, después del segundo impulso indígena en la historia boliviana.

Continué esperando que saliera alguien a recibirme. No sé cuánto tiempo estuve en el sitio... Me alejé hacia un pequeño muro, donde me senté y me distraje, viendo las distintas vistas de aquel hermoso panorama.

Estaba sentado, y sentí de pronto una presencia femenina a mis espaldas. Capté una fragancia que me hizo estremecer el alma. Giré lentamente el cuerpo y vi, muy cerca de mío, a una mujer rubia, de piel lozana, con los cabellos sueltos; quien con la mirada me decía que me levante y vaya hacia la puerta de la capilla.

Me levanté, al parecer bruscamente, porque las imágenes empezaron a bambolear ante mis ojos. ¡Tranquilízate!, parecía decirme con su mirada, la hermosa doncella. Y a medida que las imágenes se fueron estabilizando, vi que la mujer se trasformó en una hermosa indígena que me miraba con sus ojos color miel, y parecía acariciarme con su dulzura. Quise mover nuevamente mi cabeza, pero recordé que esto generaba un cambio de imágenes, entonces, me controlé.

Caminamos hacia el atrio, y no necesitamos presentarnos, algo me decía al corazón que conocía aquella mujer desde siempre. La puerta de la capilla ya estaba abierta. Ingresamos lentamente, y vi que la ermita no era tal; dentro de ella parecía existir una supercomputadora. Recordé aquellas imágenes de computadoras enormes, en los años 2000. Intenté configurar me mente, para reconocer aquel “aparato”. Mis ojos curiosos miraban de aquí para allá. Pensé encontrar muchos teclados y pantallas, pero no había nada de aquello. Entonces, intenté preguntar, y apenas pude balbucear algunas palabras. La mujer lanzó una sonrisa, y en mi mente escuché su voz: No te inquietes, acá no necesitas usar tu boca para hablar, simplemente usa tu mente. Piensa, y estarás hablando y escuchando. Me sorprendió escuchar su dulce voz dentro de mi cabeza. ¿Aquella mujer era una telépata?, me pregunté. Escuché de nuevo unas risitas dentro de mi. Era ella que se reía de mi comportamiento. Entonces, me di cuenta que yo parecía un niño pequeño, aprendiendo a hablar.

Bueno, ¿qué me puedes decir de esta existencia? Yo vengo de Bolivia, país enclaustrado, en Sudamérica. Y ahora que ingresé al futuro, no veo a mi país, a mi gente, a mi terruño: sus paisajes, sus animales, sus montañas nevadas, sus selvas… Y antes de que termine de “pensar”, la mujer, me dijo: Recuerda que estás en el año 3052, y te puedo decir que todo el planeta ha cambiado. La vida en el plano físico no es más como tú conocías; existe un solo gobierno mundial, con estados o provincias, que antes fueron países. Puertas dimensionales fueron abiertas para el ser humano, quien ya puede transitar por diferentes estados de ser o estados de conciencia. Ante su respuesta, yo indagué: ¿O sea que el famoso salto quántico esperado por muchos astrofísicos y psicólogos se ha dado en la Tierra? Dije esto pensando sentir aquella inquietud de un niño que pregunta… Pero mi calma era mayor, y no percibía sentimientos alterados dentro de mí. Sentí que algo me habían hecho el lugar, la mujer, no sé… No aguanté más y cuestioné: ¿Qué han hecho con mis sentimientos? ¿Por qué no siento temor, vergüenza, ansiedad y rabia? Nuevamente escuché en mi mente las risitas. Quizá estaba susceptible, pensando que ella se burlaba de mí, pero no había en mi ninguna sospecha, y sí había certeza. Certeza de que aquella mujer había llegado al pleno dominio de sus sentimientos y, por lo tanto, ella sentía lo que quería sentir. Era dueña de su voluntad.

Entonces, escuché su dulce voz una vez más: Estás en el limbo de tu suprema existencia; puedes volver al pasado para recuperar tus sentimientos perdidos en tu personalidad o avanzar hacia el futuro para “recuperar” los sentimientos de tu alma. Este es tu dilema y tú eliges.

En aquel momento desperté, llorando…
REFERENCIA
Prado, I. (2009). Los sueños del Padre. USA: Lulu.com

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