Pintura de Bety Alonso
DE: IVÁN RODRIGO MENDIZABAL*
Quisiera abrir un acápite respecto a los planteamientos que Jorge Luis Borges tiene respecto a la ciencia ficción. De hecho, tomando en consideración su pensamiento y trabajo literario –al igual que en el caso de Julio Cortázar–, quiero plantear un debate que además dé cuenta de los aportes de los escritores latinoamericanos en el campo de la ciencia ficción. Habría que partir afirmando que el pensamiento en el continente en relación a este género sigue de modo diferente a la tradición internacional dada.
Para el caso, diré que Jorge Luis Borges es quizá uno de los primeros en introducir una discusión en Latinoamérica sobre el tema de la ciencia ficción. Vale la pena aludir, en este contexto, al estudio de referencia de Carlos Abraham, Borges y la ciencia ficción (2005), donde el filósofo argentino analiza los acercamientos que realiza Borges respecto a este tema.
De acuerdo a Abraham, el interés de Borges sobre la ciencia ficción se ancla en sus lecturas que hiciera de las obras de Julio Verne, H.G. Wells, así como de H.P. Lovecraft, incluidos ciertos autores fantásticos y esotéricos del siglo XIX. Posteriormente le va a llamar la atención escritores norteamericanos como Ray Bradbury y Olaf Stapleton.
Al realizar un recorrido sobre la obra de Borges, Abraham nos dice que hacia 1940, al prologar la novela de Adolfo Bioy Casares, La invención de Morel, habla de ella como una “imaginación razonada” (p. 31), noción que le parecía oportuna para definir a ese género nuevo el cual ya tenía algún antecedente en Argentina con ciertos cuentos de Leopoldo Lugones en Las fuerzas extrañas (1906), al igual que en relatos de Santiago Dabove. Desde ya tal idea la estaba empleando en sus reseñas literarias cuando se refería a los textos de Verne y de Wells, aunque también, y de modo indistinto, Borges esgrimía otras nociones como “epopeya del porvenir” y “novela de orden profético” (p. 99). Sin duda, todas estas ideas y posibles definiciones pretendían incluso definir mejor a lo que se conocía por entonces en ciertos círculos literarios como “novela científica” y “ficción científica”.
Cabe señalar que la novela científica o la ficción científica fue cultivada en Latinoamérica desde finales del XIX imitando, en cierta medida, las obras de algunos autores europeos, particularmente Wells. En otros casos la ficción científica de comienzos de siglo XX tuvo mucho de la ficción fantástica decimonónica como es el caso de las aventuras extraordinarias de Verne. Los intereses en relación al impacto de la ciencia y la tecnología en dichos trabajos estaban presentes pero pronto algunas de las ficciones no eran tan entusiastas toda vez que prevalecían las preocupaciones más bien de índole político y cultural en el continente.
Si Europa estaba alcanzando la modernidad más rápidamente, en Latinoamérica esto recién se estaba empezando a dar en medio de tremendas disputas de poder que incluso el liberalismo no pudo contener. El problema del retraso industrial, en determinados casos en países del continente ha tenido consecuencias futuras, obligando a que se repiensen procesos, hasta llegar a dictaduras que trataban de alcanzar el progreso a través de la modernización luego de la II Guerra Mundial. En este universo, lo que se hacía respecto a la novela científica fue poco desarrollada e incluso abandonada en muchos países de Latinoamérica. No obstante eso, está claro que sí se leía novela científica y pronto ciencia ficción. Prueba de ello el interés de Borges respecto a los trabajos que se hacían sobre todo en Estados Unidos.
Mientras Borges escribía sobre sus lecturas y planteaba en sus cuentos una cierta aproximación a lo que hoy se entiende como lo fantástico, la denominación “ciencia ficción” fue cada vez más popular en Latinoamérica en la segunda mitad del siglo XX. Cuando algunos autores y editoriales se referían al término “ciencia ficción”, evidentemente tenían en mente a Hugo Gernsback, el fundador de la revista “Amazing Stories” (1929) y su propuesta de nombrar a las obras del género con dicho nombre.
En este marco, Borges pronto tuvo una negativa reacción respecto a dicha concepción. Es así que hacia 1955, cuando escribió el prólogo de Crónicas marcianas de Ray Bradbury, por fin planteó, en una nota aclaratoria, su crítica a tal denominación. En el mencionado prólogo señalaba: “Science-fiction o scientifictiones un monstruo verbal en que se amalgaman el adjetivo scientific y el nombre sustantivo fiction” (p. 8).
Luego de tal reacción, pasados algunos años, Borges postuló fehacientemente, en 1965, la denominación “ficción científica”, acogiendo con entusiasmo el trabajo El hacedor de estrellas (1937) de Olaf Stapleton. Con dicho nombre, recuperado además de la tradición de inicios de siglo, Borges trataba de nombrar las obras de ciencia ficción que, en efecto, estaban poblando con fuerza el mercado argentino, sobre todo con el trabajo de la editorial Minotauro. Así, en el prólogo de Hacedor de estrellas decía Borges que la ficción científica era la evolución de la novela científica clásica y la caracterizaba como una “fábula o fantasía de carácter científico” (p. 8). Se observa, de este modo, que Borges pensaba en la ciencia ficción en conexión con lo fantástico tradicional.
Al mismo tiempo que Borges planteaba este debate, Abraham nos recuerda que el autor de Ficciones (1944), también, hacia la década de 1960, empezó a equiparar ficción científica con la science fiction o ciencia ficción que criticaba. En Introducción a la literatura norteamericana (1967) escrito junto a Esther Zemborain, Borges acoge la definición de Kingsley Amis –tomado de New maps of hell (1960) y traducido luego como El universo de la ciencia ficción (1966)–, la cual dice: “Es un relato en prosa cuyo tema es una situación que no podría presentarse en el mundo que conocemos, pero cuya base es la hipótesis de una innovación de cualquier orden, de origen humano o extraterrestre, en el campo de la ciencia y de la tecnología, o si se quiere, de la pseudociencia o de la pseudotecnología” (p. 121). El propio Borges incluso menciona a Gernsback como el iniciador de la moderna ciencia ficción desde que fundara otra revista, previa a “Amazing Stories”, llamada “Modern Electrics” (1911), donde apareció en forma de folletín su novela Ralph 124C 41+.
Se podría decir que en la definición que recupera Borges se puede encontrar la idea que la ciencia ficción es un tipo de relato realista basado en alguna hipótesis acerca de un fenómeno pero que no se puede dar en el mundo que se conoce sino en uno alternativo y posible; la referencia a la ciencia o a la pseudociencia abre la posibilidad de considerar, en este marco, a obras que pueden involucrar aspectos por ejemplo esotéricos y probablemente los míticos.
Hacia la década de 1980, de acuerdo a Abraham, Borges va a desistir en tratar de acercarse más a una idea de la ciencia ficción que relacione el asunto de la tecnología y la ciencia; por el contrario, la reivindicación en el autor argentino apuntará a dar lugar a la imaginación más que al artificio técnico o científico; en este contexto Borges pensaba ya a la ciencia ficción como “simulacro científico”, la cual tendría una limitación en cuanto trata de privilegiar una explicación de algún procedimiento; por ello retoma la idea que ya estaba presente en su trabajo como escritor: restituir la dimensión de la magia o de la fantasía. Pero vale la pena citar la idea que Borges tiene de la ciencia ficción en ese tiempo, recogida por María Esther Vázquez en su biografía Borges, sus días y su tiempo (1999) y que Abraham recupera en su Borges y la ciencia ficción:
“En las novelas de science-fiction se postula un mecanismo, por ejemplo una máquina para viajar en el tiempo, un tratamiento que haga invisibles a los hombres, etc. Ahora bien, entiendo que el defecto de este procedimiento es que el autor empieza con una idea que tiene todo el aspecto de ser razonable (por ejemplo, que el cuerpo humano pueda hacerse invisible mediante un tratamiento adecuado), pero luego no lo explica, nos dice que lo ha inventado otro, y aquí sentimos una suerte de flaqueza, un desfallecimiento de la invención. En cambio, en el caso de una capa, en la cual un hombre se envuelve para hacerse invisible, tenemos que abandonar nuestra imaginación a ese hecho, que, por lo demás, no ha sido inventado por el autor, sino que pertenece a una tradición de la imaginación humana. En ese sentido, me parece que hay algo más limpio en las ficciones mágicas que en las de simulacro científico, género que tiene algo impuro, un principio de pensamiento, de razonamiento que no se realiza. En cambio, podemos decir que en nuestro tiempo creemos en las posibilidades de la ciencia y creemos mucho menos en las posibilidades de la magia” (p. 112).
Para finalizar debo señalar que es evidente que a Borges no se le puede calificar en sí como un escritor de ciencia ficción, pero sí indicar que muchas de sus obras, cuentos o ensayos ficcionales se han relacionado con la ciencia ficción como método para rearticular el lugar del enigma, de la imaginación o de la hipótesis.
Por ejemplo, en el cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” que forma parte de Ficciones, Borges inscribe muchos elementos que bordean a la ciencia ficción; tomando en cuenta a Abraham, señalo que no interesa tanto el descubrimiento de algún planeta, ni los procesos científicos para su develamiento, sino el hallazgo de un grupo de textos que hacen referencia a aquél; así, parece sugerirnos que tras un discurso, incluso anclado en los mitos de origen, hay mundos otros que son imaginarios, con una coherencia y autonomía propias, incluso de valores como la ideología o la determinación social; en otras palabras, en este cuento, como otros que escribió Borges, siguiendo la lógica de algunos de autores de referencia y dando una vuelta a su sentido, se puede postular una arqueología de un posible futuro, una antropología de una supuesta cultura (que puede ser la nuestra y que ha desaparecido en algún futuro), una sociología de un encuentro, una mitología que no tendría nada que ver con el pasado, e inclusive una filosofía del ser atravesado por diversas dimensiones culturales (entre ellas la ciencia y la tecnología).
Fuente: http://cienciaficcionecuador.wordpress.com/2014/09/01/jorge-luis-borges-lo-fantastico-y-la-ficcion-cientifica/
* Iván Rodrigo Mendizabal nació en La Paz, Bolivia, y actualmente reside en el Ecuador promoviendo la literatura fantástica ecuatoriana.
Biografía resumida de Iván Fernando Rodrigo Mendizábal: Candidato Doctoral en Literatura Latinoamericana por la Universidad Andina Simón Bolívar - Ecuador. Magíster en Estudios de la Cultura por la Universidad Andina Simón Bolívar - Ecuador. Licenciado en Ciencias de la Comunicación Social por la Universidad Católica Boliviana San Pablo. Actualmente es Director de Postgrados y de Investigación de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Los Hemisferios. Asimismo es profesor invitado del programa de postgrado en Comunicación de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador. Autor (entre otros) de Análisis del discurso social y político (junto con Teun van Dijk), Cartografías de la comunicación (2002) y Máquinas de pensar: videojuegos, representaciones y simulaciones del poder (2004). Referencia tomada de: http://ivanrodrigo.wordpress.com/97/
Me halaga que use mi trabajo para ilustrar la nota . Pero mi nombre es Beti , así en criollo. Gracias!
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