A continuación un artículo publicado por Martin Zelaya S. en La Prensa
Fuente La Prensa, 10/05/09, La Paz, Bolivia
A tono con el reciente VII Festival Internacional de Historietas Viñetas con Altura, tres cultores nacionales de este arte —uno por cada generación— identifican las características y rasgos de la “explosión” y desarrollo de este género gráfico
Para el historietista e ilustrador paceño Joaquín Cuevas, el cómic boliviano está en una etapa avanzada de evolución. “Cuando veamos —dice— que en el Festival Viñetas con Altura se dé un boom de la novela gráfica, entonces podremos decir que se ha alcanzado la madurez”.
Entre el 3 y el 10 de mayo, con el Museo Nacional de Arte como epicentro, se efectuó el VII Encuentro Internacional de Historietas Viñetas con Altura, cuyo eje fue la evolución del cómic boliviano, a través de una línea cronológica que en su trazo tomó en cuenta a los principales cultores y creaciones de tres etapas clave identificadas.
En el muro central de la planta baja del repositorio ubicado en la calle Comercio y Socabaya se exhibió una retrospectiva de los diez últimos años de este arte en el país, en la que se destacan trabajos de Frank Arbelo, Joaquín Cuevas, Álvaro Ruilova, Marco Guzmán y otros impulsores del boom iniciado en 1999 y consolidado a partir de 2003 con el primer festival internacional.
Alejandro Archondo, parte de este grupo y del colectivo organizador, comenta: “Más allá de esta última etapa, el cómic en Bolivia —definido como tal, como un arte independiente y no una aislada ocupación de caricatura o ilustración— tiene tres épocas: las otras dos son el periodo antecesor, que va de fines de los 70 a inicios de los 80, en el que surgió la caricatura política y contestataria, generalmente en las páginas de opinión de los periódicos, y que tiene a Julio Arce y ‘Rulo Vali’ entre los principales exponentes”.
Escaparate de esta generación, la revista Cascabel dirigida por José Luque Medina “Pepe Luque”, que alcanzó medio centenar de números en la década de los 60, es, según coincidencia general, la publicación que significó el origen de la historieta como género en Bolivia, ya que además de mostrar las clásicas caricaturas de prensa, dio espacio para que los creadores expongan sus primeras experimentaciones de personajes y tiras cómicas en cuadritos.
La segunda “era” fue una especie de puente o paréntesis, “una suerte de vacío o silencio —comenta Archondo— entre fines de los 80 e inicios de los 90 cuando, no obstante, un único artista activo, muy notable y paradigmático, fue Alejandro Salazar, “Al-Azar”.
En el ámbito mundial
El español Javier Olivares, uno de los ocho invitados internacionales al reciente encuentro, identifica una etapa “crucial” en el origen del cómic, “porque a la vez de consolidarlo, fue un momento de quiebre y debilitamiento”.
Se refiere a los años 20 y 30 del siglo pasado, cuando en los periódicos estadounidenses y franceses —sobre todo— “empezaron a proliferar la caricatura y las historietas, pero de inmediato fueron absorbidas por el cine, que se impuso como género y lenguaje, y los cómics adquirieron un tinte cinematográfico del que recién ahora se está empezando a salir”.
El ilustrador de prensa que aún expone sus trabajos en una muestra llamada Dentro de la carpeta, en la Alianza Francesa, considera que en el ámbito “internacional estamos (los artistas gráficos) en un otro momento crucial en el que se están adquiriendo características y lenguaje propios, ya sin carga de cine y literatura”.
La llamada generación de la internet, reflexiona el español, es más unitaria que cualquier anterior por la rapidez y posibilidad de contacto de esta herramienta, “y de la mano de la tecnología se está experimentando y explorando mucho, cada vez más cerca de liberar al cómic de cualquier atadura”.
La tira cómica tiene, en el contexto latinoamericano, a la Argentina como principal exponente, tanto por la trascendencia de sus representantes (Quino y Fontanarrosa, por citar a dos), como por la historia y desarrollo ya de varias décadas.
Liniers, historietista porteño, considerado como el más importante de su generación, también llegó a la sede del Gobierno esta semana y se animó a trazar los referentes clave de la historia de este arte en su país.
“En las revistas de los años 40 —cuenta— empezaron a publicarse tiras cómicas que copiaban el formato y las temáticas estadounidenses, y fue recién en los 50 con Patoruzú que se incluyeron historias y problemas de la realidad argentina”.
Desde entonces, según el creador de Macanudo y El hombre misterioso, siempre hubo dos o tres iconos en cada etapa que mantuvieron un nivel muy alto y ayudaron a consolidar mundialmente el cómic argentino.
“En los años 60 y 70 —continúa su cronología— predominó el humor sociopolítico, que tuvo (después de Quino con Mafalda) como puntal a la revista Humor, una respuesta sutil y atrevida a la vez a la dictadura”. Los 80 se caracterizaron por la sátira política desde la revista Fierro, y los 90 fueron una etapa floja, debido a la irrupción de la sociedad de consumo que terminó por sepultar las publicaciones artísticas para dar paso a revistas banales como Gente o Caras”.
En los 2000, el argentino menciona a la revista Lápiz Japonés como referente de la nueva “tendencia a que cada quien dispare por su lado, lejos de corrientes o encasillamientos, y respondiendo a la intuición propia”.
Para graficar todo lo hasta hasta aquí expuesto, tres representantes de cada una de las tres etapas de la evolución del cómic nacional —Julio Arce, Al-Azar y Cuevas, respectivamente— detallan en estas páginas las características y diferencias en un intento por identificar y develar los hitos de este arte en el país.
Alejandro Salazar: “En los 80 todos preferían las artes plásticas tradicionales”
—¿Cuándo y cómo empezaste a trabajar en el arte gráfico, el cómic?
—Empecé a hacer ilustración a principios de los 80 en un centro cultural llamado Café Arte y Cultura, donde era responsable de hacer los afiches y los artes de prensa para las presentaciones musicales.
Todo el trabajo lo hacía de forma manual, con técnicas tradicionales como témpera, serigrafía, xilografía, etcétera, pues en esa época no existían los ordenadores personales.
—¿Quiénes más efectuaban un trabajo similar en aquel tiempo?
—Entre las personas que recuerdo está Efraín Ortuño, un buen dibujante que trabajó más como pintor que como ilustrador. En esa época, lastimosamente, no conocí a artistas dedicados íntegramente a la historieta o la caricatura, pues la meta general eran las artes plásticas tradicionales: pintura, escultura y otras.
—¿Qué publicación o movimiento consideras que fue precursor del cómic en el país?
—Una de las principales precursoras es la revista Cascabel, que no conozco personalmente, pero me parece que la movida actual del cómic en La Paz tiene dos hitos fundamentales: la biblioteca del C+C de la Fundación Patiño, especializada en historietas y, el más importante, el Encuentro Internacional de Historietas, ambos surgidos a principios de la década del 2000. Es a partir de ahí que se hace un trabajo más profesional y más interesante en este campo.
—¿Qué propuestas de esta etapa destacas?
—Los que sobresalen con propuestas gráfico-narrativas interesantes y novedosas son, según mi punto de vista, Frank Arbelo, Susana Villegas, Joaquín Cuevas y Álvaro Ruilova.
—¿Qué nos puedes decir de tu labor actual?
—Yo estoy trabajando más como caricaturista que como historietista pues, como es sabido, este país es muy politizado y la caricatura política tiene su lugar ganado en los medios gráficos.
No ocurre lo mismo con la historieta pues ya no existen publicaciones especializadas, imprescindibles para el desarrollo de este arte. De todas maneras, puedo definir mi trabajo como una propuesta que va más allá de la caricatura de personajes de la política, pues estoy más interesado en las situaciones y los fenómenos sociales que en las personas que son transitorias.
En cuanto al estilo, lo mío es un dibujo sencillo con trabajo lineal —a pulso— más un poco de arreglo tonal que realizo en la computadora.
Arce y el mítico Cascabel
—¿Cómo incursionó usted en la ilustración y la caricatura?
—Empecé en 1962 haciendo caricaturas en los semanarios Libertad y El Pueblo. Desde entonces durante más de 30 años pasé por diarios como Jornada, La Voz del Pueblo y Presencia, en los que además de caricatura política —que siempre fue la más requerida— hice ilustración, historieta y hasta publicidad.
—¿Cuál de sus tiras cómicas o creaciones recuerda con más cariño?
—Tengo un personaje que se llama Capitán Astro, un superhéroe que siempre pregonaba los ideales de cambiar el mundo, hacer justicia y ayudar a los desfavorecidos.
—Usted fue parte de Cascabel, señalada como referente inicial en esta área, ¿cómo se conformó esta revista, cuáles eran sus características?
—Cascabel se fundó en 1961 —si no me equivoco— y se cerró tras unos 50 números, en 1971, durante el golpe de Hugo Banzer. Estaba dirigida por José Luque Medina que firmaba como “Pepe Luque”, y trabajábamos en ella Raúl “Rulo” Vali, Ricardo Frías “Sifrico”, René Mallea “Rema” y yo, además de otros colaboradores ocasionales.
Antes, Luque sacó algunos números de El Mosquito, en Oruro, en los años 50, pero creo que Cascabel se puede mencionar como el inicio real de lo que ahora se define como cómic, porque aunque todo estaba supeditado a la sátira política, la mofa a los políticos y autoridades, fue ahí donde surgieron historietas con temáticas y personajes definidos.
—Con esa experiencia, ¿cómo ve a las nuevas generaciones de artistas gráficos, los protagonistas de este llamado “boom” del cómic boliviano?
—Los jóvenes son muy activos y tienen logros importantes. Como toda nueva generación, reflejan en su arte lo que es la sociedad, y en este caso, tanto en la historieta como en la música, la literatura y el cine, prevalecen los conflictos individuales; ya no noto, como antes, el compromiso social y el idealismo que pregonaba cambiar al mundo para bien.
Joaquín Cuevas: “La novela gráfica es la madurez del género”
—El eje de este séptimo encuentro es la evolución cronológica del cómic en Bolivia ¿Descríbenos cuál es esta evolución?
—La historieta boliviana comenzó a “evolucionar” de verdad a partir del año 1999. Hasta entonces, debido a lo aislado y esporádico de los intentos anteriores, no se podía hablar de una línea cronológica continua.
Con la aparición de la revista Bang (1999) y la continuidad de esta propuesta en Crash!! (2001), muchos historietistas en potencia nos dimos cuenta de que sí se podía hacer cómic seriamente en Bolivia. Con la creación del Festival Viñetas con Altura (2003) vimos que publicar y ofrecer estas publicaciones a la gente era posible, y para la tercera versión del festival, en 2005, aparecieron diversas propuestas.
—¿Quiénes son los principales representantes de esta etapa?
—Ésa es una pregunta que no puedo contestar con objetividad. A mí me gustan mucho Frank Arbelo, Álvaro Ruilova y el Marco Tóxico (Marco Guzmán). Otro monstruo de la historieta acá en Bolivia es Susana Villegas, aunque últimamente se ha dedicado más a la ilustración y a la escultura digital.
Debo mencionar además a Alejandro Salazar (Al-Azar) que proviene de una etapa anterior —fue prácticamente el único artista gráfico e historietista durante fines de los 80 e inicios de los 90— pero que sigue en total vigencia. Entre los autores que aparecieron recientemente, ya después de la generación del 99, se tiene que resaltar a Román Nina, Jorge Siles y Fernando López. También me causó mucha alegría ver los trabajos que se presentaron esta semana de Paola Guardia, del grupo Kronopios, y del colectivo Piggeon Press (cuyos miembros no pasan de los 15 años).
—¿Cuáles son los libros referenciales?
—Un gran hito de esta generación fue la revista Bang, que luego fue continuada por Crash!! Después aparecieron dos publicaciones en las que desarrollamos nuestros estilos varios autores: El Fanzineroso y El Trazo Tóxico. Otro título fundamental es El Gringo Muerto. Pero tal vez la obra más importante de esta etapa es Cuentos de Cuculis 1 de Álvaro Ruilova.
—¿Adónde crees que apunta la historieta en el país, a futuro? — Va a seguir diversificando sus estilos y técnicas, y ahora que estamos aprendiendo a dar solidez a los personajes y a crear historias un poco más complejas y serias, espero que lo próximo que veamos en el Festival Viñetas con Altura sea un boom del formato novela gráfica. Cuando lleguemos ahí, podremos decir por fin que la historieta boliviana ha alcanzado madurez.
Para el historietista e ilustrador paceño Joaquín Cuevas, el cómic boliviano está en una etapa avanzada de evolución. “Cuando veamos —dice— que en el Festival Viñetas con Altura se dé un boom de la novela gráfica, entonces podremos decir que se ha alcanzado la madurez”.
Entre el 3 y el 10 de mayo, con el Museo Nacional de Arte como epicentro, se efectuó el VII Encuentro Internacional de Historietas Viñetas con Altura, cuyo eje fue la evolución del cómic boliviano, a través de una línea cronológica que en su trazo tomó en cuenta a los principales cultores y creaciones de tres etapas clave identificadas.
En el muro central de la planta baja del repositorio ubicado en la calle Comercio y Socabaya se exhibió una retrospectiva de los diez últimos años de este arte en el país, en la que se destacan trabajos de Frank Arbelo, Joaquín Cuevas, Álvaro Ruilova, Marco Guzmán y otros impulsores del boom iniciado en 1999 y consolidado a partir de 2003 con el primer festival internacional.
Alejandro Archondo, parte de este grupo y del colectivo organizador, comenta: “Más allá de esta última etapa, el cómic en Bolivia —definido como tal, como un arte independiente y no una aislada ocupación de caricatura o ilustración— tiene tres épocas: las otras dos son el periodo antecesor, que va de fines de los 70 a inicios de los 80, en el que surgió la caricatura política y contestataria, generalmente en las páginas de opinión de los periódicos, y que tiene a Julio Arce y ‘Rulo Vali’ entre los principales exponentes”.
Escaparate de esta generación, la revista Cascabel dirigida por José Luque Medina “Pepe Luque”, que alcanzó medio centenar de números en la década de los 60, es, según coincidencia general, la publicación que significó el origen de la historieta como género en Bolivia, ya que además de mostrar las clásicas caricaturas de prensa, dio espacio para que los creadores expongan sus primeras experimentaciones de personajes y tiras cómicas en cuadritos.
La segunda “era” fue una especie de puente o paréntesis, “una suerte de vacío o silencio —comenta Archondo— entre fines de los 80 e inicios de los 90 cuando, no obstante, un único artista activo, muy notable y paradigmático, fue Alejandro Salazar, “Al-Azar”.
En el ámbito mundial
El español Javier Olivares, uno de los ocho invitados internacionales al reciente encuentro, identifica una etapa “crucial” en el origen del cómic, “porque a la vez de consolidarlo, fue un momento de quiebre y debilitamiento”.
Se refiere a los años 20 y 30 del siglo pasado, cuando en los periódicos estadounidenses y franceses —sobre todo— “empezaron a proliferar la caricatura y las historietas, pero de inmediato fueron absorbidas por el cine, que se impuso como género y lenguaje, y los cómics adquirieron un tinte cinematográfico del que recién ahora se está empezando a salir”.
El ilustrador de prensa que aún expone sus trabajos en una muestra llamada Dentro de la carpeta, en la Alianza Francesa, considera que en el ámbito “internacional estamos (los artistas gráficos) en un otro momento crucial en el que se están adquiriendo características y lenguaje propios, ya sin carga de cine y literatura”.
La llamada generación de la internet, reflexiona el español, es más unitaria que cualquier anterior por la rapidez y posibilidad de contacto de esta herramienta, “y de la mano de la tecnología se está experimentando y explorando mucho, cada vez más cerca de liberar al cómic de cualquier atadura”.
La tira cómica tiene, en el contexto latinoamericano, a la Argentina como principal exponente, tanto por la trascendencia de sus representantes (Quino y Fontanarrosa, por citar a dos), como por la historia y desarrollo ya de varias décadas.
Liniers, historietista porteño, considerado como el más importante de su generación, también llegó a la sede del Gobierno esta semana y se animó a trazar los referentes clave de la historia de este arte en su país.
“En las revistas de los años 40 —cuenta— empezaron a publicarse tiras cómicas que copiaban el formato y las temáticas estadounidenses, y fue recién en los 50 con Patoruzú que se incluyeron historias y problemas de la realidad argentina”.
Desde entonces, según el creador de Macanudo y El hombre misterioso, siempre hubo dos o tres iconos en cada etapa que mantuvieron un nivel muy alto y ayudaron a consolidar mundialmente el cómic argentino.
“En los años 60 y 70 —continúa su cronología— predominó el humor sociopolítico, que tuvo (después de Quino con Mafalda) como puntal a la revista Humor, una respuesta sutil y atrevida a la vez a la dictadura”. Los 80 se caracterizaron por la sátira política desde la revista Fierro, y los 90 fueron una etapa floja, debido a la irrupción de la sociedad de consumo que terminó por sepultar las publicaciones artísticas para dar paso a revistas banales como Gente o Caras”.
En los 2000, el argentino menciona a la revista Lápiz Japonés como referente de la nueva “tendencia a que cada quien dispare por su lado, lejos de corrientes o encasillamientos, y respondiendo a la intuición propia”.
Para graficar todo lo hasta hasta aquí expuesto, tres representantes de cada una de las tres etapas de la evolución del cómic nacional —Julio Arce, Al-Azar y Cuevas, respectivamente— detallan en estas páginas las características y diferencias en un intento por identificar y develar los hitos de este arte en el país.
Alejandro Salazar: “En los 80 todos preferían las artes plásticas tradicionales”
—¿Cuándo y cómo empezaste a trabajar en el arte gráfico, el cómic?
—Empecé a hacer ilustración a principios de los 80 en un centro cultural llamado Café Arte y Cultura, donde era responsable de hacer los afiches y los artes de prensa para las presentaciones musicales.
Todo el trabajo lo hacía de forma manual, con técnicas tradicionales como témpera, serigrafía, xilografía, etcétera, pues en esa época no existían los ordenadores personales.
—¿Quiénes más efectuaban un trabajo similar en aquel tiempo?
—Entre las personas que recuerdo está Efraín Ortuño, un buen dibujante que trabajó más como pintor que como ilustrador. En esa época, lastimosamente, no conocí a artistas dedicados íntegramente a la historieta o la caricatura, pues la meta general eran las artes plásticas tradicionales: pintura, escultura y otras.
—¿Qué publicación o movimiento consideras que fue precursor del cómic en el país?
—Una de las principales precursoras es la revista Cascabel, que no conozco personalmente, pero me parece que la movida actual del cómic en La Paz tiene dos hitos fundamentales: la biblioteca del C+C de la Fundación Patiño, especializada en historietas y, el más importante, el Encuentro Internacional de Historietas, ambos surgidos a principios de la década del 2000. Es a partir de ahí que se hace un trabajo más profesional y más interesante en este campo.
—¿Qué propuestas de esta etapa destacas?
—Los que sobresalen con propuestas gráfico-narrativas interesantes y novedosas son, según mi punto de vista, Frank Arbelo, Susana Villegas, Joaquín Cuevas y Álvaro Ruilova.
—¿Qué nos puedes decir de tu labor actual?
—Yo estoy trabajando más como caricaturista que como historietista pues, como es sabido, este país es muy politizado y la caricatura política tiene su lugar ganado en los medios gráficos.
No ocurre lo mismo con la historieta pues ya no existen publicaciones especializadas, imprescindibles para el desarrollo de este arte. De todas maneras, puedo definir mi trabajo como una propuesta que va más allá de la caricatura de personajes de la política, pues estoy más interesado en las situaciones y los fenómenos sociales que en las personas que son transitorias.
En cuanto al estilo, lo mío es un dibujo sencillo con trabajo lineal —a pulso— más un poco de arreglo tonal que realizo en la computadora.
Arce y el mítico Cascabel
—¿Cómo incursionó usted en la ilustración y la caricatura?
—Empecé en 1962 haciendo caricaturas en los semanarios Libertad y El Pueblo. Desde entonces durante más de 30 años pasé por diarios como Jornada, La Voz del Pueblo y Presencia, en los que además de caricatura política —que siempre fue la más requerida— hice ilustración, historieta y hasta publicidad.
—¿Cuál de sus tiras cómicas o creaciones recuerda con más cariño?
—Tengo un personaje que se llama Capitán Astro, un superhéroe que siempre pregonaba los ideales de cambiar el mundo, hacer justicia y ayudar a los desfavorecidos.
—Usted fue parte de Cascabel, señalada como referente inicial en esta área, ¿cómo se conformó esta revista, cuáles eran sus características?
—Cascabel se fundó en 1961 —si no me equivoco— y se cerró tras unos 50 números, en 1971, durante el golpe de Hugo Banzer. Estaba dirigida por José Luque Medina que firmaba como “Pepe Luque”, y trabajábamos en ella Raúl “Rulo” Vali, Ricardo Frías “Sifrico”, René Mallea “Rema” y yo, además de otros colaboradores ocasionales.
Antes, Luque sacó algunos números de El Mosquito, en Oruro, en los años 50, pero creo que Cascabel se puede mencionar como el inicio real de lo que ahora se define como cómic, porque aunque todo estaba supeditado a la sátira política, la mofa a los políticos y autoridades, fue ahí donde surgieron historietas con temáticas y personajes definidos.
—Con esa experiencia, ¿cómo ve a las nuevas generaciones de artistas gráficos, los protagonistas de este llamado “boom” del cómic boliviano?
—Los jóvenes son muy activos y tienen logros importantes. Como toda nueva generación, reflejan en su arte lo que es la sociedad, y en este caso, tanto en la historieta como en la música, la literatura y el cine, prevalecen los conflictos individuales; ya no noto, como antes, el compromiso social y el idealismo que pregonaba cambiar al mundo para bien.
Joaquín Cuevas: “La novela gráfica es la madurez del género”
—El eje de este séptimo encuentro es la evolución cronológica del cómic en Bolivia ¿Descríbenos cuál es esta evolución?
—La historieta boliviana comenzó a “evolucionar” de verdad a partir del año 1999. Hasta entonces, debido a lo aislado y esporádico de los intentos anteriores, no se podía hablar de una línea cronológica continua.
Con la aparición de la revista Bang (1999) y la continuidad de esta propuesta en Crash!! (2001), muchos historietistas en potencia nos dimos cuenta de que sí se podía hacer cómic seriamente en Bolivia. Con la creación del Festival Viñetas con Altura (2003) vimos que publicar y ofrecer estas publicaciones a la gente era posible, y para la tercera versión del festival, en 2005, aparecieron diversas propuestas.
—¿Quiénes son los principales representantes de esta etapa?
—Ésa es una pregunta que no puedo contestar con objetividad. A mí me gustan mucho Frank Arbelo, Álvaro Ruilova y el Marco Tóxico (Marco Guzmán). Otro monstruo de la historieta acá en Bolivia es Susana Villegas, aunque últimamente se ha dedicado más a la ilustración y a la escultura digital.
Debo mencionar además a Alejandro Salazar (Al-Azar) que proviene de una etapa anterior —fue prácticamente el único artista gráfico e historietista durante fines de los 80 e inicios de los 90— pero que sigue en total vigencia. Entre los autores que aparecieron recientemente, ya después de la generación del 99, se tiene que resaltar a Román Nina, Jorge Siles y Fernando López. También me causó mucha alegría ver los trabajos que se presentaron esta semana de Paola Guardia, del grupo Kronopios, y del colectivo Piggeon Press (cuyos miembros no pasan de los 15 años).
—¿Cuáles son los libros referenciales?
—Un gran hito de esta generación fue la revista Bang, que luego fue continuada por Crash!! Después aparecieron dos publicaciones en las que desarrollamos nuestros estilos varios autores: El Fanzineroso y El Trazo Tóxico. Otro título fundamental es El Gringo Muerto. Pero tal vez la obra más importante de esta etapa es Cuentos de Cuculis 1 de Álvaro Ruilova.
—¿Adónde crees que apunta la historieta en el país, a futuro? — Va a seguir diversificando sus estilos y técnicas, y ahora que estamos aprendiendo a dar solidez a los personajes y a crear historias un poco más complejas y serias, espero que lo próximo que veamos en el Festival Viñetas con Altura sea un boom del formato novela gráfica. Cuando lleguemos ahí, podremos decir por fin que la historieta boliviana ha alcanzado madurez.
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