No siempre hay un mañana mejor

Andrés Laguna

Quiero comenzar agradeciendo a Miguel Esquirol y a La Hoguera por invitarme a hacer la presentación de Memorias de futuro.
Debo reconocer que no soy un gran conocedor de la ciencia ficción, ni tampoco un gran fanático del género, sólo he leído a los clásicos y, claro, los he disfrutado muchísimo. Frank Herbert, Philip K. Dick e Isaac Asimov son algunos de los pocos autores que conozco bien y que admiro profundamente. Pero más allá de eso no conozco mucho. Así que cuando Miguel me dijo que su libro era de ciencia ficción no me creí el más indicado para presentarlo, pero soy un amante de la literatura y desde ahí, desde ese territorio que es más emotivo que académico o erudito, me aproximo al primer libro de uno de los autores bolivianos jóvenes más prolíficos y trabajadores que conozco.
Lo que siempre me impresionó de Miguel fue su capacidad de trabajo, desde que comenzó a escribir y a publicar nunca se detuvo, de por sí tener esa actitud es un mérito. Si bien este es su primer libro, textos suyos han aparecido en innumerables publicaciones y en varias antologías, me parece que tenía material para hacer un libro hace años. Pero, creo que la paciencia, el no haber publicado demasiado rápido, dio buen fruto. Memorias de futuro no sólo es un libro sumamente entretenido y ágil, que se puede leer de punta a punta sin parar, sino que plantea algunas cuestiones de lo más interesantes que intentaré resumir a continuación.
Hace no mucho, tuve la oportunidad de asistir a un seminario sobre análisis de textos literarios, impartido por César Maldonado, un especialista en literatura colonial latinoamericana. En ese curso, casi al final, César nos planteó, entre varias otras, una pregunta que llamó mi atención, ¿por qué en Bolivia no ha proliferado la ciencia ficción? Si bien ensayamos varias respuestas, ninguna fue totalmente satisfactoria y todo quedó medio difuso.
El futuro, por esas maravillosas cosas del destino, me sorprendió. Poco tiempo después llegaron a mis manos o, mejor, a mi computadora, dos libros de dos notables autores nacionales que, se podría decir, se inscriben en este género. El primero, Tukzon. Historias colaterales de la escritora cruceña Giovanna Rivero, es un conjunto de cuentos que terminan armando una especie de novela vertiginosa, en la que algunos de los temas más profundos del quehacer humano se tratan a través del planteamiento de situaciones desarrolladas en un futuro relativamente cercano y no muy alentador. El libro de Giovanna es uno de las mejores obras nacionales que leído en mucho, mucho tiempo. El segundo es Memorias de futuro de Miguel Esquirol. Los puntos en común que tienen estas dos obras no son pocos, hoy no es relevante tratarlos, pero vale la pena mencionar que me hicieron reflexionar en algo puntual, ¿por qué estos dos autores deciden tomar este camino? ¿por qué escriben a partir de ese territorio?
Hace unos días, charlando con Miguel le hice la misma pregunta que nos hacíamos en el seminario que mencioné anteriormente, “¿por qué en Bolivia no ha proliferado la ciencia ficción?”. Miguel me respondió rápidamente y sin dudar: “Porque aquí no hay ciencia”. Entonces, ¿cómo se puede hacer ciencia ficción? Miguel volvió a aclararme la figura: “Porque si bien no tenemos una propia, somos muy buenos utilizando la que se inventaron otros. La adaptamos.”, me dijo. Entonces las imágenes de autos transformers o tuneados, de DVD’s piratas de “El Cholo Juanito” o de La bicicleta de los Huanca, o las artesanías for export, se me vienen a la cabeza con fuerza. Esas son algunas de nuestras formas de hacer ciencia. Esas son nuestras formas de mezclar el saber de occidente con el nuestro. Sí, es tercermundista, casi antimoderna, pero es ciencia, al fin. Creo que es a partir de esa vertiente que se puede hacer ficción. Buena ficción.
Y creo que ahora todo está más claro.
Pues los cuentos que Miguel incluye en este volumen nos hablan de realidades que si bien frecuentemente se sitúan en tiempos y en espacios lejanos, son muy próximas a nosotros, los humanos, pero también a nosotros, los bolivianos. Ya sea que las historias, los argumentos se desarrollen en el Salar de Uyuni, en los rincones más extraños de los Estados Unidos, en un lugar de La Mancha, en las callejuelas de La Paz, más allá de Orion, en Oz, en los barrios de Buenos Aires o donde sea, constantemente parecerían recordarnos que el ser humano es efímero y que la profunda trascendencia de su quehacer es mínima, que el hombre termina navegando en el absurdo. Ese, me parece que no es un apunte irrelevante y se inscribe en la tradición de pensamiento de algunos autores inquietantes como André Comte Sponville o Michelle Houellebecq. Memorias de futuro, con inteligencia y agilidad, nos muestra cuan patético puede llegar a ser el afán absurdo de la modernidad y del desarrollismo positivista. Esa reflexión creo que es próxima a cualquier ser que esté conectado con el veloz mundo contemporáneo.
Una constante poderosa de la ciencia ficción y, que está muy presente en el libro de Miguel, es que no necesariamente se busca predecir el futuro, lanzar profecías, pero siempre se nos muestran los lugares oscuros a los que podríamos llegar si seguimos con nuestras absurdas preocupaciones o manipulando juguetes que no son nada inofensivos.
Para seguir con esta lectura de Memorias de futuro me parece pertinente hacer unas cuantas aclaraciones. Si bien buena parte de los cuentos incluidos en este libro son de ciencia ficción, me parece que muchos pertenecen más bien a la literatura fantástica, los territorios desde los que nos habla Miguel son variados y eso creo que es algo que fortalece mucho a su obra. En general, son cuentos a los que nada les sobra, la mayoría no son muy largos, y todos los elementos están al servicio de la narración. No hay cabos sueltos. Creo que esa es la característica principal que debe tener un cuento, justamente por eso estos funcionan muy bien.
Algo que también me parece digno de mencionar es que Miguel, muy felizmente, es un tipo agradecido. En cada cuento, con el respeto que se merecen pero con mucha libertad, hace una reverencia a los maestros de los que aprendió, de los que bebió. Y no son pocos. Claras referencias a Borges, a Dick, a Baum, a Arlt y a Sáenz, entre muchos otros. Ese es un rasgo ético que me parece honorable. Pero lo que hace que estas reverencias sean interesantes es que son creativas y muy libres. La cita, el guiño y el intertexto son algunas de las herramientas favoritas de Miguel y hace uso de ellas lúdicamente, pero con una corrección impresionante.
Lamentablemente, por cuestiones de tiempo no puedo comentar cada uno de los textos que hacen parte del libro, ni puedo hacer un análisis riguroso de un puñado, pero, me animaré sobrevolar algunos velozmente.
El cuento que abre el libro se titula “El Salar” y por varias razones me recordó a Into the wild, el libro escrito por Jon Krakauer sobre la vida de Christopher McCandless, recientemente llevado al cine por el talentoso Sean Penn. Escrito casi como una nota periodística, este cuento no sólo nos habla de la atracción que pueden sentir los occidentales por el exotismo, sino también toca temas tan preocupantes como los trastornos psicológicos producidos por la época contemporánea, las crisis religiosas que buscan con desesperación soluciones místicas y también, retrata, la manera en que los espectáculos mediáticos pueden funcionar como soluciones a las crisis existenciales.
En “Naves de ataque”, Miguel hace un homenaje a Blade Runner y describe lo que está más allá de Orion, seduciéndonos con imágenes que parecían prohibidas para nosotros. Más o menos siguiendo la misma línea, “Cuentos de Hadas”, “El Jorobado”, “Un 2 de febrero”, son cuentos inspirados, motivados por el universo literario de autores fundamentales dentro del imaginario de Miguel, el primero es una reinvención de El Mago de Oz, el segundo es un homenaje a Roberto Arlt y el último, uno de los más logrados del libro, en un juego con Jorge Luis Borges.
La radiografía mordaz del mundo tecnológico y de sus perversas formas se manifiesta en los relatos “Silencio”, “Historias de café”, “Viñetas” y “La perversidad”. Por otro lado, una aproximación casi mística es evidente en los cuentos “Encuentros”, “El último Ourea” y “Cementarios”.
Uno de los relatos más perturbadores es “Y La Paz quedó aislada del mundo”. Haciendo uso del género epistolar y ambientado en un escenario que recuerda a las películas de Mad Max, este cuento, con una visión pesimista, reconoce la incapacidad para sobrevivir del hombre postmoderno y la posibilidad de una guerra racial feroz. En este cuento se hace un apunte fundamental para entender la obra de Miguel, la literatura se inscribe como herramienta salvadora.
Más o menos en el mismo ánimo, el cuento “Indios y vaqueros” me recordó inmediatamente “El Nadador”, el magistral cuento de John Cheever. Pues como en el texto del gran autor estadounidense, la imaginación desesperada se convierte en la puerta de escape de la aletargada realidad.
Finalmente, el cuento “El cementerio de elefantes” cierra el libro. Este relato, más o menos largo, es una versión high tech del mundo sáenziano, más inspirado en el mito generado por el escritor paceño que en su obra literaria. En este logrado cuento, los cargadores son seres modificados físicamente por la ciencia. Una relación interesante se puede hacer aquí, en el cuento de Miguel, la técnica creada por el hombre termina modificando su cuerpo para que pueda hacer un trabajo inhumano. En la vida cotidiana, en el mundo, es la realidad socioeconómica la que se impone, la que modifica los cuerpos, la que los transforma, la que los deforma para que puedan realizar trabajos inhumanos. En este mundo, “Los aparapitas” han sido reemplazados por seres con partes no humanas, pero, ellos siguen siendo marginales y maltratados, siguen siendo seres que viven en los márgenes, en las laderas, aunque no lo reconozcan expresamente, siguen siendo invisibles.
Si bien hay mucho más que decir, creo que ya me prolongué mucho.
Espero que mis palabras los animen a comprar y, sobre todo, a leer Memorias de Futuro. Aplaudo a Miguel por todo el trabajo que realiza, por su amor por la literatura, le agradezco por ofrecernos un libro tan dinámico, reflexivo y entretenido.

andres.laguna@gmail.com

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